La «crueldad animal» no es espectáculo para niños: caso Barbastro y más.

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Quiero escribir esta entrada en positivo, a pesar de lamentable espectáculo vivido el día 8 en Barbastro, una ciudad a la que amo. Afortunadamente las gradas estaban casi vacías. Muchos de los pocos presentes gritaban de estupor y me imagino de dolor. No aprobarían lo que allí estaba sucediendo.

No me cuesta defender que lo acontecido y divulgado en redes no es porque la gente de esta ciudad no ame a los animales ni tenga escrúpulos ante lo que se hace con ellos. Podríamos encontrar casos similares en muchos pueblos y ciudades de España. Estos «accidentes» pueden suceder en cualquier lugar.

Quiero proponer que las familias que estaban allí con sus hijos, para ver un espectáculo posterior, utilicen lo sucedido para hacer pedagogía del respeto a todos los animales. Algunas abandonaron el espacio al ver lo que sucedía. Seguro que las familias barbastrenses no presentes habrán comentado la crudeza del asunto y si era necesario. Sin duda habrá generado un debate social en la ciudad. Lo que es bueno si sirve para aunar posturas fundamentadas.

Quiero animar a un debate colectivo sobre si lo taurino -con el respeto debido a quienes les gusta y mueven el mercado- puede seguir llamándose fiesta nacional. Muchas personas no nos manifestamos a favor. Además es un mal asunto para la marca España, por muy alabado que fuese por Ernest Hemingway y otros.

Quiero traer a la memoria las imágenes de los circos de la Roma clásica. Aquellas películas de romanos que veíamos de chicos exhibían crueldades varias, sin que nos inmutásemos. Cada vez que veo el Coliseo de Roma me vienen a la mente esas imágenes en donde el emperador de turno contentaba a su pueblo con exhibiciones de crueldad. Las entiendo de distinta forma. Supongo que lo mismo le sucederá a mucha gente.

Les invito a que eliminen esas figuras de este viernes y las cambien por las imágenes de la «taurocatapsia» cretense que ha quedado recogida como arte en murales y vasijas. De aquello han pasado casi 3.500 años. No me atrevo a argumentar la afición por representar el “arte taurino” de  Goya o Picasso -me cornea el toro del Guernica-, ni si esto impregnó la cultura española para considerarlo fiesta nacional.

Me gustaría conocer si en las ciudades donde el «maltrato animal» (mucho o poco) es parte de las fiestas patronales, se lleva a cabo un debate sosegado -antes o posteriormente del acto- sobre la necesidad de conservar «ciertas tradiciones» . No se trata de estar a favor o en contra sino demostrar para qué/para quiénes sirven/qué obliga a mantenerlas.

Quiero suponer que las justificaciones manifestadas tanto por el Alcalde de la querida ciudad y las del empresario taurino serán matizadas nuevamente pero desde el respeto debido a los animales. También desde la necesidad de ese espectáculo. Sería conveniente justificasen la crítica a las familias presentes y ausentes, en el primer caso porque era un acto cuya organización es municipal, y en el del empresario con la alusión de la aparente “normalidad” del comportamiento de un toro liberado de un estrecho cajón. Porque visto desde fuera tiene más de crueldad que de etología.

Sería revelador de la cultura social que las clases de tauromaquia que dos CC.AA. pretenden incluir en la educación obligatoria se cambiasen por temas de cuidado y recurso animal como la apicultura y sus problemas, los beneficios multidimensionales de la  ganadería extensiva, o la desaparición de animales polinizadores, la incógnita de según qué caza, etc. Vivimos en la Europa de bien entrado el siglo XXI.

La crueldad animal debe desterrarse como espectáculo, no solo para los niños y niñas. Ojalá el año próximo no tengamos que ver estos sucesos en las fiestas de ningún lugar de España. Impliquémonos todos en convertir el «caso Barbastro» en un positivo «efecto Barbastro» en la generación de un compromiso de protección animal. Los errores (vividos o explicados con argumentos poco comprensibles) deben servir para aprender contrastando posturas. A ver qué dice la Fiscalía. Dos días después nos enteramos que también lo investigará La Fiscalía de Menores.

Las peripecias de una golondrina enamoradiza de un junco y el Príncipe Feliz

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Ecocuento de encuentros amorosos entre los juncos, una golondrina y los papiros en donde pudo escribir O. Wilde su Príncipe Feliz

Dejé también mi patria idolatrada
esa mansión que me vio nacer
mi vida es hoy errante y angustiada
y ya no puedo a mi mansión volver.
(Narciso Serradell Sevilla la escribió.
Podrían cantarla Los Panchos y otros muchos)

No sabría decir el lugar exacto ni el número del junco que me atraía especialmente. Me servía para posarme y alcanzar la lejanía de lo que cerca ya tenía. Los juncos bailan a nada que el viento se alíe con ellos, o que una fuerza los golpee. La verdad es que poco importa. Ha habido muchos juncos en mi vida. Pero ninguno como este. Mis progenitoras me contaron que esa palabra con la que se designa este singular ser viene de juncus, en latín. Significa, más o menos, unir para entrelazar. 

Pero lo más asombroso es que aunque un juncal se seque o lo corten los humanos, al poco tiempo surgen otros. Es la magia subterránea del junco. Habiendo agua nadie puede con ellos. Pero a la vez sujetan la tierra. Después de una tempestad siempre quedan los juncos, flexibles como mis plumas. Lo cierto es que los juncales mediterráneos son hermosos en la desembocadura del Nilo y en sus orillas; hay muchos pero no solo allí. Los he visto en mis viajes migratorios por África cuando era joven y seguía caravanas de gente andando, negros en su mayoría, que pretendían cruzar el desierto. He de decir que también allí, en sitios muy concretos había juncos. Tengo una pena en el corazón que no sé como reparar. Son muchos más los que van de sur a norte que al contrario. También he visto negros como mi dorso en los países del norte. ¿Qué hacen allí que no vuelven a su casa? ¡Serán más felices allá donde viven ahora que no quieren volver! Crían allí, como nosotras, pero no vuelven a la tierra que los vio nacer. Además saben soportar los fríos durante muchos meses. Algo que nosotras somos incapaces de hacer.

Decía que los juncales del Nilo son cortados de vez en cuando por unos hombres con cuchillas grandes tipo guadaña. Se los llevan en fardos a lomos de los animales. Después en carros tirados por acémilas o por bueyes. Un día, al regreso vespertino de mis vuelos para capturas insectos y así alimentarme, me sorprendí. Observé que había desaparecido el junco del cual estuve enamorada. No me dio pena. Lo cual me dio más pena. Comprobé que realmente no estaba enamorada y le había hecho creer lo contrario. Nunca supe qué vida llevó, pero me temí lo peor. Triste y con deseos de partir de allí me instalé provisionalmente en otro junco. Al día siguiente en otro y así pensaba estar hasta que tuviese suficiente valor para volver a mi tierra sola; mis compañeras hacía tiempo que habían partido.

Un día, sin saber por qué, se me ocurrió seguir a los cortadores de juncos. Todos llegaban con sus cargas al mismo lugar, un sitio grande con casas grandes. Había nidos abandonados de golondrinas, en los que me instalé provisionalmente. Los primeros días no me atrevía a entrar de día pero una tarde lo hice. En un lado de la enorme casa amontonados los juncos, cerca de una puerta alta. Al otro lado, una especie de hojas grandes, claras, todas casi iguales, muchas de ellas puestas en fardos. Eso era lo que yo veía salir. Se me hizo corta la noche y me dormí. Al despertar me asombré de ver a personas, unas con la cabeza tapada y otras no, negros y blancos, que marcaban de colores las hojas grandes. Me sedujo pero me fui de allí sin saber realmente lo que hacían. Sentía olor y calor y no había dentro ningún mosquito.

Volví a mi antiguo juncal, decidida a partir. Decidí dormir mi última noche, clara y llena de estrellas encima de una piedra. En eso estaba cuando me pareció que llovía una sola gota que me impactó. Después una segunda y una tercera. Estaba cerca de una estatua de donde era el único lugar de donde podrían caer. Acerté con mis trinos a preguntarle su nombre. La luz de cada día cada vez duraba menos.

Un día me marché de mi cuento. Comprobé que casi todo tiene su fin, pero en mí quedó el infinito placer de la aventura compartida entre un junco, una golondrina y una estatua, y no de las más bellas. Seguro que cuando llegue a mi tierra seré otra. No creo que vuelva nunca a esas orillas del Nilo. Eso sí, buscaré unos juncales cerca de una casa, por si encuentro pareja y hayamos de hacer un nido.

Aquella golondrina perdida en su viaje vagó por la vida hasta encontrar al príncipe triste, que resultó ser feliz. Como antes lo había sido porque vivía en el País de la Despreocupación. Al final, el pequeño pájaro se dedicó a ayudar a los demás, aunque para ello se tuviera que hacer residente y acostumbrarse a los gélidos inviernos. Murió en la contradicción: ligada por amor a la estatua del príncipe y poco considerada por quienes en aquel país gobernaban. Eso sí, al menos tuvo imitadores. 

Imagen de unos juncos
¿Quién sabe si en estos juncales del Duero en Tardajos (Soria) no se posó la golondrina errante  (Foto: Lucía Megino)

Todo esto es inventado, o una mezcla mal hecha de muchos cuentos. La aventura básica me la presentó una alumna en un trabajo de fin de curso. Demasiado literario para ser de biología. Pensé en un primer momento. Debían hacer algo sobre la relación dentro de unos ecosistemas determinados. Ni siquiera había mencionado que los juncos debían ser Cyperus papyrus. Su trabajo era hetereogéneo. En portada una reproducción del cuadro la Anunciación, de Fra Angélico. No pregunté por qué. Pero en su larga exposición me presentó a Óscar Wilde. Lo razonó así: si la golondrina no hubiese estado enamorada realmente de un junco entre muchos, que en su reencarnación son papiros, Oscar Wilde no podría haber escrito su Príncipe Feliz –de quien también se enamoró la golondrina-).

Después de mi atenta escucha se marchó. Me dejó soñando despierto en lo último que había dicho. Unos días más tarde la volví a llamar para darle las gracias por desviarme del cerrado camino de la lectura simple de los seres vivos. No sé la nota que le puse, debía ser de dos dígitos pues me dejó impresionado.

Con el tiempo me enteré, pasados años de mi jubilación como profesor de ciencias, de que había llegado a ser una gran divulgadora de la biología ecosocial. Sirva este cuentecillo como homenaje a ella. Me gustaría volver a encontrarla para ver si recuerda la historia del junco. Y decirle que vi el motivo del cuadro de Fra Angélico: una golondrina sancionaba con su presencia en las alturas La Anunciación. ¿Sería Dios? También que en la tapa final me hubiese reproducido Hirondelle de Joan Miró. El cuadro paisaje que parecía una lectura cósmica de todo su trabajo.

P.D.: Este cuento figura completo en el blog La Cima 2030 de «20minutos.es«.

Yasuní como símbolo inestable de la defensa de la naturaleza

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Puede que a una buena parte de quienes leen estas entradas les haya pasado desapercibida la noticia. Estamos en verano y mandan otras cosas. Pero Yasuní representa la lucha de todo un país por parar un desastre ambiental de la misma gravedad que otros muchos. Querían evitar que la selva se convirtiese en petróleo, un atentado doble por la eliminación de biodiversidad que suponía y por la apuesta continuada por los combustibles fósiles. Ya lo es en parte, pero las petroleras querían más.

Yasuní está en Ecuador. Coincidiendo con las elecciones presidenciales celebradas el 20 de agosto pasado se llevó a cabo un referéndum sobre la protección de la selva de Yasuní, con todas las garantías plebiscitarias de la Corte Constitucional. Casi el 60 % de la ciudadanía que participó en la consulta manifestó su negativa a petrolear aún más la selva. Optó por la protección aunque eso supusiese renunciar a «un puñado de dólares». Yasunidos, el colectivo que lleva diez años luchando por preservar su territorio, celebró su triunfo, el de toda la ciudadanía ecuatoriana.

Pero este símbolo de poder elegir el futuro no está asegurado. El todavía Presidente Lasso no acatará -de momento- el resultado del plebiscito para detener explotación de petróleo en la Amazonía, arguyendo «razones constitucionales». Antes de celebrarse invitaba a los ecuatorianos a pensárselo bien. Si el dinero petrolero no llegaba se suspenderían muchos subsidios. Además añadió que los habitantes de la provincia de Orellana, donde estarían enclavados los yacimientos, habían votado en contra de la protección. Esperemos a ver qué sucede con el acceso en noviembre del nuevo gobierno y las trabas judiciales que merodean sobre este asunto.

En España tenemos ejemplos de la escasa implicación en resolver protecciones ambientales. Las trabas administrativas y de la justicia dejan desnuda a la naturaleza. Por eso se dice que la cultura ecológica es tremendamente inestable incluso en los países formalmente naturalistas. Por citar solo unos casos que deberían avergonzar a quienes mandan: el hotel el Algarrobico en un Parque Nacional, la detracción continuada de aguas del freático de Doñana amenazan con matarla para siempre y ser declarada NO Patrimonio de la humanidad, la muerte biodiversa con envenenamientos incluidos al Mar Menor, el desastre ambiental de Ence celulosa en la Ría de Pontevedra, el negado rastro punitivo que quedó de Aznalcóllar, y así decenas y cientos de agresiones pendientes de resolver. El caso de la macrourbanización de Valdecañas que el Supremo mando demoler ahora es amnistiado por el Constitucional (6 votos contra 5). 

Una cuestión que se debería estudiar: ¿Estarían los partidos políticos y el entramado judicial dispuestos a hacer referéndum vinculante en cada uno de los casos antes expuestos? Habría que pensar el alcance de la consulta: si solo es a quienes allí viven y se aprovechan de una economía con fecha de caducidad por la naturaleza muerta; o se podría hacer una consulta en todo el Estado sobre lo que supone bien colectivo a preservar para generaciones futuras. Sin duda hay que estudiar mucho las formas de protección y tener en cuenta los deterioros que acumulan a lo largo de los años. 

La ambivalencia de la protección de la naturaleza es un signo de los tiempos. Une a la gente en la defensa de lo público, esto es atacado por los poderes públicos. Ciertas conductas escocidas salen indemnes del combate ecosocial. Pensamos algunos que si los poderes públicos, gobiernos y judicatura, no defienden los intereses colectivos, ¿para qué sirven? Atención a la manía antiecológica de los gobiernos PP-VOX. Nos darán más de un susto.

 

La electricidad da chispas a la vida, pero algunas electrocutan

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Kilovatio es una de esas palabras/ideas complicadas de definir a pesar de las veces que la habremos pronunciado. Suena a algo que no existe de forma material, no se puede tocar, aunque sí sentir y pagar por él. Nadie que se cruzase por la calle a don Kilovatio tendría idea de que es él. Lo cierto es que en 2022 y 2023 estaba en boca de todos; y no para bien. Desde el súbdito más escondido de Europa hasta la Ministra de la cosa medioambiental en España vibraban, por los calambres que les producía el susodicho.

Con los kilovatios desbocados, a los rusos se les ocurrió en febrero de 2023 invadir Ucrania. ¡Hala, porque sí! Sin respetar el mínimo decoro internacional ni humanitario. Las cosas se pusieron tan feas que casi nos apagamos todos. Tanto que la energía se utilizaba durante aquellos tiempos como mercancía de trueque entre países. La guerra sigue, para vergüenza europea.

Menos mal que algunos ayuntamientos democráticos de España de entonces habían prohibido cortar la luz a los pobres muy pobres. Otros consistorios habían sustituido los bancos de alimentos por baterías de electricidad. Los más pobres entre los pobres -no importaba su origen, sexo o religión- acudían a las oficinas municipales y tras una minuciosa investigación para demostrar su falta de recursos, se les entregaba una “Cartilla de racionamiento de pobre energético”; en la portada traía un dibujo alusivo de Forges. Esta libretita, numerada claro, les permitía recoger cada semana una batería cargada hasta los topes –de una tensión de 12 voltios para evitar accidentes-. Así las familias de escasos recursos energéticos podían conectar a la red de su domicilio, preparada al efecto por unos voluntarios de la ONG “Chispas sin fronteras”. 

En aquellos momentos, un ministerio en la sombra del partido de la oposición –que tumbaba todas leyes energéticas de interés social-  declaró la guerra al autoconsumo eléctrico solidario, en realidad a todo tipo de producción individualizada de energía. Se rumoreaba que las grandes distribuidoras energéticas estaban detrás de su negativa. La pobreza energética, “acceso complicado a la energía como derecho humano se le llamaba en los papeles oficiales”, no dejaba de aumentar.

La opinión pública, bueno unos pocos ciudadanos de las asociaciones de consumidores y toda la ONG “Chispitas sin fronteras”, se indignaron. Protestaron porque el precio de la energía de consumo doméstico subía sin control. ¿Tendrían toda la culpa los rusos? Las compañías eléctricas contraatacaron enseguida. Publicaron anuncios en los periódicos en los que se demostraba que la energía era barata y sería permanentemente adecuada para los usuarios. Añadían que la culpa de su precio la tenían los impuestos del Gobierno y los rusos. Los cortes “casuales” y la caída de torres de conducción eran provocados por bandadas de grullas migratorias. Sea como fuere, el precio del kilovatio hora que pagaban los hogares hispanos era casi el más caro de toda Europa. Todos los diarios, hasta los impresos, recogieron esta noticia un día de febrero, fue muy duro.

Mientras todo esto pasaba, una cadena de televisión privada de la península Ibérica, creo recordar que el canal 55, tuvo gran éxito con el programa diario “Electrocútame de luxe” en el que se relataban los conflictos personales de los hogares celtibéricos para gestionar el uso de la energía.

Sépase una buena acción de las compañías energéticas. Se habían unido para reeditar Don kilovatio, el cómic de los años 60 patrocinado por Hidroeléctrica Española S.A. que había tenido gran éxito. Los distribuyeron gratis a todos los hogares que gastasen más de 50 € mensuales, convencidos de que el humor hace las descargas más llevaderas. En sus apenas 12 páginas, cada ejemplar presentaba unas aventuras estrambóticas y a la vez reales. Todo un hito en la educación de los consumidores.

Portada de un tebeo promocional de la empresa Hidroeléctrica Española en 1970.

Se daban pasos adelante para rebajar el recibo eléctrico. Cada hora la electricidad cambiaría de precio. Se instalaron nuevos contadores en los domicilios que, por desgracia o por suerte, no funcionaron. En realidad se tragaban lo que medían en lugar de enviarlo a la compañía suministradora. Hubo también un chasco nacional. Muchos hogares habían comprado unos “radiodespertadores váticos” que avisaban con música clásica cuando convenía consumir -el precio era bajo- y emitían “heavy metal” cuando el precio era alto. Alguna televisión grabó el trajín de luces a lo largo de las noches en la parte de las cocinas de la barriada pobre de una capital poco importante.

Este cuentecillo fue publicado íntegro en el Blog La Cima 2030 de 20minutos.es. Se apoyaba con símiles de greguerías. Quería ser un pequeño homenaje a Ramón Gómez de la Serna y Jules Renard. Con sus frases agudas inventaron lo que cien años después se llamó “lo viral”. No me resisto a recoger aquí, viene a cuento, aquello tan emotivo que el francés dijo: las luciérnagas son una gota de luna sobre la hierba.

Rebeliones de la juventud, la climática y también por la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres. El prólogo de su vida futura

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No estoy llamando desde aquí a la «cruzada» contra los malos actos que han provocado los desaires medioambientales de gobiernos y ciudadanos. Tampoco a una rebelión para defender la dignidad de las mujeres. Aunque puede que fuese necesario. Pero sí a mostrar el no conformismo y molestar a los poderosos, con nuestra desaprobación y si es necesario por vía judicial. Como el asunto de ir contra quienes tienen el poder en España trae a veces inmerecidas represalias, hablaremos de unos jóvenes norteamericanos, chicas y chicos. Después de fútbol.
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El titular de la primera encomienda ya era placentero y removía el componente de acción de las actitudes. «Un grupo de jóvenes de Montana gana un juicio histórico sobre el clima. Podría sentar un poderoso precedente». Lo firmaba Amber Polk de The Conversation. Entidad poco sospechosa de ser revolucionaria. En su título contenía varios moduladores de la vida actual y futura. Hablaba de un grupo  de jóvenes (16), en un país con demasiados individualismos de la libertad mal entendida. Con pleitos judiciales al gobierno por su inacción frente a la emergencia climática. Aplicaba al hecho el calificativo de histórico. Podía sentar un precedente que regularía más eficazmente la acciones climáticas, por exceso o por defecto.

Valdría para cualquier país europeo. En España debería ser considerado por los nuevos gobiernos autonómicos. Pero vista la composición de muchos de ellos, formados por partidos retardistas y negacionistas, no lo harán «motu propio». Por tanto se hace más necesaria que nunca la rebelión de los jóvenes por un proyecto colectivo. Ese que llama a la mitigación de las acciones que incrementan la posibilidad de que explosione «la bomba climática- como la califica ahora la ONU. Y lanza una apuesta vital: el ámbito educativo puede/debe ser beligerante.

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La rebelión ante comportamientos machistas. El prólogo de la vida futura con menos desigualdades asumidas y practicadas. (No podíamos dejarlo pasar ni retrasarlo). Lo asociamos a la entrada que va de rebeliones de unos pocos chicos y chicas. Ahora es necesaria una postura generalizada con respecto el tratamiento dado a las mujeres por ciertos jefazos.

P.D.: Va también sobre la rebelión escolar ante ciertos comportamientos de hombres que denotan la agresión emocional, de percepción, de pensamiento, obra u omisión hacia las mujeres. Ya se conocía, también en las aulas se ha hablado de ellas pero es necesario insistir. Se ha mostrado ante todo el mundo tras la proeza del Equipo femenino de España en fútbol. Proponemos que todas las escuelas, de todos tramos educativos, comiencen el curso con un manifiesto comprometido por la igualdad entre todas las personas -independientemente de su sexo, religión, país, condición, etc.-. Deberían hacerlo visible en su comunidad educativa y enviarlo a las autoridades competentes. Cabría también organizar actividades a lo largo del curso que potencien la reflexión y debate sobre la consideración social de las mujeres. Tanto de las deportistas que alcanzan o no la gloria como las que en Afganistán, Irán y otros países árabes o no se ven sometidas a ultrajes permanentes. De paso, cabe criticar el papel de los hombres, de aquí ( en particular futbolistas de élite en este caso) o de esos países en otros muchos. Un desprecio especial a los dirigentes, un escaparate lamentable. Y no olvidemos descubrir los pensamientos ideológicos afines que puedan existir en nuestras aulas.

 

Ecocuento. Un accidente mató al último dinosaurio

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Confieso mi culpa: acabé con una especie de dinosaurios

Me encontraba en el barranco levantino de Mortero. Se llamaba así porque se sacaba la tierra para la argamasa de las casas que empezamos a construir cuando los neolíticos nos hicimos sedentarios. ¡Qué alivio! Por fin abandonamos las inseguras chozas que nos cobijaban cuando practicábamos el nomadismo. Cuando no nos las destrozaba el viento, que por aquí sopla sin descanso, el agua se filtraba por el techo. Los parásitos animales campaban a sus anchas por el suelo y las paredes. ¡Cómo picaban los canallas! Entraba una luz por la mañana que no se podía dormir. Mi casa era la más bonita, con terraza hacia el barranco. Me la habían levantado gratis los constructores. Los amenacé con desatar la ira de los dioses y cargarme los centenares de casas que construían por todos lados. Desde que se descubrió el barro como argamasa se había desatado una fiebre inmobiliaria desconocida hasta ese momento. Se le llamó la “fiebre del adobe del Neolítico”, y se extendió por todo el mediterráneo y el creciente fértil.

Aquel infausto día vagaba por la hendidura geológica localizando cuevas para plasmar mis figuraciones artísticas. Un escalofrío me recorrió el espinazo. ¿Qué era aquello? Estaba casi sepultado por la tierra roja. Me acerqué hambriento de percepción, sigiloso. Poco a poco percibí la real realidad. Me sirvió esa potencia aguda con la que me conducía cuando era el brujo de la tribu.

Más o menos era del color del suelo, quizás un poco más pálido que el rojo terroso del barranco, tirando a rosa camuflado con ocre. Me acerqué un poco más, desconfiado porque aquel día me había tomado doble dosis de impulsor vital. Identifiqué su cabeza, los ojos me habían parecido al principio unas pelotillas como las que fabrican los escarabajos. Me pareció que apenas respiraba, no levantaba ni una brizna de polvo. Le tiré una piedrecilla. Nada. Otra más gorda, tampoco. 

Insistí hasta con patadas en una que sobresalía. Me costó darme cuenta. Era una escama dorsal del lagarto. Entonces pareció que se atrevía a abrir el legañoso ojo. Esperé. Empecé a cantar el ritual de los resucitados. Ese que empleo después de las muertes masivas de los animales que pretendemos domesticar. Me salía algo ronco. Una segunda repetición del ritual. Antes me tomé otro lingotazo de poción. El aumento de voz y el cambio de ritmo provocó que abriera los ojos. Los giró hacia mí. ¡Estaba vivo!

Noté que se me arrugaba la frente y se me movían las orejas. Me pasa en los momentos de tensión acumulada. Al tiempo, conseguimos entendernos. Me explicó que era el nieto de los nietos de los biznietos de los tataranietos de tres dinosaurios que se había librado de una extinción masiva. Mis poderes mágicos me decían que hubo una hace unos 60 millones de años.  Entonces una gran nube de polvo surgió de repente y los mató. Así se lo habían transmitido de forma oral sus antepasados generación tras generación. A los chamanes no nos merece la pena anotar el tránsito del tiempo. Además, como se dedicaba a la vida contemplativa, como yo, apenas gastaba energía. Me reconoció que estaba bastante deprimido. Normal, era el único de su clase que quedaba.

Le expliqué que la vida era bella. Le susurré que merecía la pena esforzarse. Le conté que había visto otros lagartos como él. En realidad eran mucho más pequeños. Pero eso me lo callé. Lo animé a salir de su escondite. 

Se empezó a levantar. Le costaba. Cada esfuerzo iba seguido de un eructo. Sin duda le hacía perder energía, pero lo relajaría. Supuse en aquellos momentos. No pude ayudarle, me hubiera aplastado si se caía. Pasó el tiempo, por la tarde ya se había puesto de pie. Entoné uno de los cantos rituales de alegría. En realidad era el de las cosechas, que no pegaba mucho pero el lagarto no lo sabía. Se fue animando. Zancada tras zancada consiguió remontar el barranco, despacio, extremadamente lento. No conté el número de eructos pero pasaría de 100. Aliviado, por el próximo logro pero también por evitarme la halitosis del lagarto gigante, entoné el canto de la victoria en guerras. Este sí pegaba para la ocasión. Al acceder a la cornisa, la maldita luz del Sol lo cegó. Se tambaleó una y otra vez. Al final cayó rodando por el precipicio y se descalabró. No dijo nada, ni un gritito lastimero, ni siquiera un eructo póstumo. 

Lo dejo todo escrito en ideogramas, rayas, palos y cosas similares. El caracolillo de abajo es la firma. Me ha quedado bien. Pero me ha costado tres días y tres noches. Yo soy el brujo-artista de los neolíticos. Me pinto aquí encima: el de la figura estilizada que no lleva arcos ni flechas, el que tiene unas ramas en la mano. Quien descifre estos jeroglíficos conocerá mi historia. Si nadie es tan listo, no pasa nada. 

Fue involuntario. Lo induje a la muerte pero fue él el que se mató. Solamente quería darle ánimos para que se fuese. Así me dejaría pintar en paz en un abrigo que había encontrado con las paredes perfectas.

No me busquen para castigarme. Yo también me pienso extinguir. 

Estado actual del dinosaurio peliculero sin utilizar porque Spielberg no quiso repoblar el mundo rural. (Fotografía: Fernando González Seral)

COTILLEO LEGENDARIO. Quedó recogida en la tradición oral de su pueblo que hubo una vez un chamán estrafalario. Enloqueció y murió despeñado. Había permanecido en un barranco todo un mes de un febrero con hielo permanente recitando un poema corto. Aseguraba que había visto un dinosaurio. Nadie lo creía porque estaba cargado de hierbas siempre. La gente cotilleaba que se trataría de un lagarto. 

OTRA COSA. El alcalde del pueblo envió varias cartas a Steven Spielberg invitándolo a que rodase por allí un nuevo Parque Jurásico, mezclando dinosaurios y neolíticos aunque era sabedor de que no coexistieron. Pero todo servía si se detenía el abandono del mundo rural. No obtuvo respuesta. Hasta habían construido una estatua de dinosaurio. Es la de la foto. Muy mermada su imagen por la acción de los meteoros atmosféricos. Otro tanto le pasa a la Esfinge de Giza.

  • Reproducción casi literal del artículo publicado ayer en el blog La Cima 2030 de 2ominutos.es. Incluida la fotografía de Fernando González Seral. Se repite para que pueda ser leído por aquella gente que ha huido de Twitter, nunca ha estado o no sigue nuestra página. ¡Qué más de una vez lo hemos recomendado! 

La casi banalización de la naturaleza, en cualquier sitio.

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Salvo distintas gentes por todo el mundo, el resto estamos acostumbrados a utilizar la naturaleza a nuestro antojo. Además, en estos momentos de calor en España apetece más. Es como si nos permitiese ampliar nuestra libertad. Da lo mismo que sea en un bosque frondoso o en el más mínimo hilillo de agua.

En este verano caluroso la naturaleza está más antropizada que nunca. La senda que te conduce a aquel enclave perdido se ve hoy como un paseo ciudadano sin semáforos. El P. N. de Ordesa y Monteperdido recibía anualmente unos 600.000 visitantes. Tras la espantada al monte del primer verano sin restricciones COVID se superará claramente esta cifra, por más que haya restricciones. Ayer mismo, El Periódico de Aragón publicaba que el vecindario estaba preocupado por la masiva afluencia de turistas -animados por las redes sociales y de beneficio dinerario nulo en la población- y el ayuntamiento había solicitado ayuda a la Guardia Civil. Da fe esta imagen del periódico de las pozas del Molino tomada en este agosto.

Decenas de bañistas en las pozas del Molino de Torla, este mes de agosto.

Cualquier riachuelo de cualquier montaña acoge estos días, sobre todo los fines de semana, una densidad de usuarios mayor que las terrazas «bareras» de la población más cercana. Cualquier lugar donde haya agua ejerce una atracción atávica que nos debería recordar nuestra dependencia de esa. 

Los ríos, sobre todo los de menos caudal, son ecosistemas frágiles con unas complejas relaciones que se descomponen con el primer visitante. Cuando se concentran muchos se altera todo desde el lecho del río hasta los múltiples seres vivos que lo componen. A los ruidos y destrozos visibles se unen los productos no visibles añadidos al agua. Estos pasarán los filtros del agua de abastecimiento de su curso, con los riesgos que conlleva para todos los seres vivos. Los pueblos que se abastezcan posteriormente asumen su potencial carga inadecuada, a veces tóxica. Hoy día, varios ayuntamientos españoles han debido limitar el número de personas que permanecen simultáneamente en las pozas cercanas al pueblo. Lugares que los promotores turísticos ya se encargan de divulgar. La banalización se fomenta vía Internet, Pero se olvidan de hacer pedagogía frente a la fragilidad. Cuando quienes lo visitan se marchan dejan una huella ecológica considerable. 

Qué escribir sobre lo que pasa en las playas.Qué nos dice esta imagen de El Periódico de la playa de Levante en Benidorm el pasado día 6. Lo de las basuras en las playas es para abordarlo seriamente.

Playa del Levante, Benidorm

No solo cuestionar los servicios de limpieza sino el proceder de los usuarios.

Parece que ensuciar esos lugares sean un derecho humano. Menos mal que no toda la gente piensa los mismo.

Hay que debatir mucho sobre el disfrute masivo de ciertos enclaves frágiles. Si nos atrae más el agua, la fiesta o formar parte de una masa de intereses. Hay que saber combinar la libertad de los usuarios sin que esto suponga un ataque frontal a ciertos enclaves bellos. Porque lo de hoy es sin duda la antesala de mañana. Y mañana es ya, ahora mismo.

La acumulación de camisetas como símbolo de consumismo

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Ecocuento. Las camisetas inundan el mundo y enmascaran el paisaje ecosocial[1].

“Todos los cerebros del mundo son impotentes

contra cualquier estupidez que esté de moda”.

Jean de La Fontaine (1621-1695)

 

Hablo desde mi posición de flor/fruto, pero al tiempo de ser semilla algodonosa tuve una obsesión: ser camiseta. Pero no una vulgar, sino alguna con un diseño glamuroso. Me imaginaba ya hilada, junto con otras hebras, en los talleres de modistos como Armani o Galliano, apilada con otras exclusivas en las cajas fuertes en donde guardan sus tesoros y joyas. Me veía triunfando en las pasarelas de París y Milán arropando con mi suave hechura a esculturales modelos: ellas y ellos. El mundo mundial pendiente de mí; las revistas de moda plagadas de instantáneas conmigo en primer plano.

No estaba loca. No me pregunten la razón de mi visión, quizás lo llevaba en los genes. No me extrañaría, la semilla que me originó había sido fabricada en el Laboratorio de Genética Vegetal Moderna del Estado de Oregón europeo, un lánder independiente ubicado en la Red, sin localización física conocida. Después de múltiples peripecias recalé en la India, el país de las fábulas, ¿o era Pakistan?, o por ahí. Le gente tenía la piel casi negra y tenía manos delicadas; había muchas vacas por la calle.

Cerca del pueblo me plantaron en la tierra, me cultivaron con mimo, aunque aquella primavera el tiempo había sido malo, caluroso y seco. Escuché que por un asunto grave llamado cambio climático. Unas oscuras tiernas manos de mujer recogieron mi flor. Belleza sin par, blancura desparramada en finas hebras. Blanco y negro mezclados compensándose emocionalmente. Me transportaron en trenes, amontonada; poca delicadeza, pero todo lo daba por bien empleado. El fin justifica los medios, me dije a mí misma. Estaba segura de que conseguiría mi sueño. Otras muchas manos pequeñas, quizás demasiado jóvenes, hilaron mis hebras y las de quienes me acompañaron como tejido. Todas nosotras blancas en un lugar un lugar triste, ruidoso, con negrura que se pegaba al cuerpo, y mucho sudor en las gentes que nos manipulaban. Pero de las máquinas salíamos todas bellas, coloridas, con logotipos. Las mejores entrábamos en las cajas de “Made in”. Por supuesto que yo fui una de ellas; por los pelos, por los hilos, pero entré. Las defectuosas o no bellas eran trituradas en ruidosas máquinas infernales, por llamarlas de alguna manera.

Nuevo viaje, largo tiempo en reposo, como olvidada. Me sacaron de la caja “Made in”, pero ya no me encontraba en ese país que me vio nacer de una semilla y crecer como planta, donde llegué a ser algodón luminoso y camiseta bella. Las pulsiones emocionales, sobre todo la calidad del aire, me decían que estaba en un lugar muy diferente.

De pronto se hizo la luz. ¡Al fin! Cuando me colocaron en la estantería, ¡qué decepción! Encontrarse con muchas iguales a mí, en un amontonamiento ordenado de un lugar tan lúgubre como el que me vio nacer confeccionada. Si al menos hubiese acabado en una tienda de Zara o Mango, aunque no tuviese pasarela. Nuevo viaje. Me miro y casi no sé quién soy: esta o la de allí, quizás la que asoma detrás de la bolsa. Me encuentro ahora en una estancia luminosa. Nuevos ojos que me miran; otras manos que me apilan, me cogen, me dejan, me prueban, me hablan. Mucha gente diversa que viste igual, como si quisiera camuflarse. Bueno, no está tal mal la cosa; la gente que me compra me debe apreciar. Sonríe, pero me corroe por dentro el adiós a las pasarelas.

Pagan por mí con un plástico. Entiendo un poco de números, a fuerza de oírlos y de llevarlos pegados en unas etiquetas con las que me han catalogado. Si mal no recuerdo, empecé cotizando a dos céntimos allá en La India, Pakistán o en Bangladesh, ya no lo recuerdo bien. Ahora se me llevan de la mano por 80 euros, que parece que es muchísimo más. Reconforta semejante valoración. Ahora sí que me siento importante.

Se me olvidaba. Me pusieron nombre con letras grandes y un número en el dorso. En este momento la felicidad me visita de nuevo; casi se diría que me adoran cuando veo que coincidimos miles en el mismo lugar. Vestían a gente que rugía; nada reconfortante para mi ilusión maltrecha. Las llevaban también quienes corrían mucho más abajo del lugar que yo ocupaba. Mi sueño de pasarela se había convertido en un vulgar partido de fútbol. ¡Vaya decepción!

El aprecio anterior se esfuma: me sudan, me olorizan, me lavan, me tienden, me planchan. Una vez tras otra hasta que otra camiseta más estilosa me suplanta y viste el cuerpo que dejé yo. Pero, ¿dónde va ese malvado que me tira al cubo metálico grande?

Acabé en un fardo, con un montón de ropa de segunda mano. Un viaje largo hasta que fui vendida en un mercado de Yaundé, de esto sí me acuerdo. Quien me compró solía jugar al futbol en un descampado, junto con otros niños descalzos. Se me empezaron a hacer agujeros, perdí color. El niño tardó en deshacerse de mí. Al menos alguien me quiso de verdad. Siempre es un consuelo no ser de pasarela pero hacer feliz a alguien de África.

Me queda un alivio póstumo: aunque fui pieza de cambio, y muchas como yo estuvimos de moda, nunca me dejé sobornar.

NOTA DEL RECOPILADOR: todo esto lo pude saber porque la camiseta portaba un chip que nadie se ocupó en quitar o desactivar. Me llegó en una reparación de mi teléfono móvil. Quizás formaba parte de una investigación de universidades de todo el mundo bajo el manto de la ONU; se citaba en otro archivo. En él se criticaba la maniobra de los países ricos de lucha contra la desigualdad del mundo regalando camisetas similares a las de futbolistas famosos a las escuelas de los países más pobres. También que las camisetas de algodón devoran agua (unos 2.000 litros cada una) y energía. Por cierto, acabo de leer en Hello Magazine que en África hubo un pionero desfile de moda de la firma Chanel en Dakar. ¿Ganarán glamur allí las camisetas del sureste de Asia?

[1] Esta fábula esperpéntica y totalmente apócrifa es un extracto del artículo “Mitos y leyendas del comercio de marca en los eventos deportivos de la futbolería moderna –y otros deportes mediáticos- y su repercusión en el desarrollo del Tercer Mundo”, aparecido en la revista “Elle et lui sport” en su edición del verano de 2023- la primera parte del nombre de la revista hacía honor a un libro de George Sand publicado en el siglo XIX-. Por aquel tiempo todo el mundo mundial estaba pendiente de los millones de petrodólares que derrochaban los países árabes petroleros para comprar jugadores que llevaban camisetas más luminosas como Neymar y compañía que la aquí descrita y cuyo consumo aumentará. Unicef se preguntaba si eso era ético cuando hay tanta gente –entre ellos niños que guardaban como un tesoro esas camisetas- que muere de hambre. Apelaba a la solidaridad entre países árabes.

*Esta entrada fue publicada en el blog La Cima 2030 de 20 minutos.es el día 15-8-2023 con un título más crítico dentro de la serie de Ecocuentos. Lo reproducimos aquí porque España entera estaba en fiestas y puede que no lo haya visto. No se pierdan la ilustración, porque llama a la cordura. Podría ser el contrasímbolo consumista; la lucidez «camisetera».

Calor sin reverso, la queja de los indolentes

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Indolente es una palabra traicionera, si eso pueden ser las palabras. También calor es de esas. Indolente sirve tanto para el anverso como para el reverso de la vida. Alguien indolente es quien no se afecta o conmueve, simplemente disfruta o sufre. Acaso quien es flojo-a o perezoso. Se diría que casi no siente el dolor, en este caso procurado por el calor, aunque no llegue a doler sino a molestar o agobiar. Esto en el plano individual. En el contexto de la crisis climática abunda esta tendencia.

Calor es tanto una magnitud que se mide en calorías pero también una sensación más o menos subjetiva. Está el calor específico -cantidad de calor que por unidad de masa necesita una sustancia para que su temperatura aumente un grado Celsius- , el calor canicular -un calor excesivo y sofocante-, además de calores como el específico, el latente, además de otros que no vamos a considerar aquí. Visiten el diccionario de la RAE y lo verán. 

Durante estos días, desde hace un tiempo se habla mucho en todo el mundo de las olas de calor -superación de los umbrales x durante una serie de días seguidos-. Si prestan atención el calor sofoca informativos, tertulias, anuncios, recomendaciones de sanidad, ocurrencias de las redes sociales y, como no, conversaciones entre conocidos y familiares. Incluso se habla de calor 2023 y se compara con el del año 2022, que por aquí fue exagerado. Lo peor es que las multi conexiones con alcachofa en mano solo hablan, en forma de anécdota, de la temperatura en un momento en una ciudad y recogen las evidencias expresadas por ciudadanos acalorados. Nada se dice, o poco, de que muchas repeticiones de fenómenos meteorológicos año tras año, en muchos sitios, nos alertan de que el clima está cambiando. Así no hay manera de hacer cultura climática.

Todo esto, además de los consejos sabidos por todos, la atención especial a niños y personas mayores y la acertada regulación del horario de trabajo en estas situaciones y sus consecuencias en trabajadores y trabajadoras son el anverso.

En el reverso permanecen las personas, y particularmente quienes las gobiernan, que miran el calor desde lejos, por más que lo sufran. No se afectan ni conmueven. Menos aquella gente híper sensible que entra en la ecoansiedad que les acrecientan periodistas chillones con imágenes pavorosas. 

Denle la vuelta a la moneda y verán que detrás del calor, o como causa del mismo, están ciclos más o menos repetidos, estamos en verano. También la influencia antrópica demostrada -incluidos los desplazamientos en masa en coche o avión, el uso de combustibles fósiles que no cesa- que ha sobredimensionado las variables climáticas. Miremos el cambio climático en el aumento de la temperatura del aire y del agua, la duración y repetición de ciclos más o menos cortos, las islas de calor urbanas, la duración de los hielos permanentes -el glaciar del Aneto tiene los años contados-, la reducción en la captación del dióxido de las plantas por la pérdida de masas forestales enormes, etc. Todo esto es síntoma de pereza, es una anuncio de lo que se puede esconder en el reverso de la moneda. Como la desviación multidimensional de la corriente termohalina oceánica.

Aumentan las sequías, falta agua y se decretan restricciones hasta para el abastecimientos humanos, los manantiales se secan, los humedales se convierten en eriales, se baten récords de temperatura cada mes, año tras año y ahí se queda la noticia, etc. Todo esto está en el anverso de la vida indolente, despreocupada, perezosa. Cada cual debe darle vuelta a su moneda/vida. Una lectura de los pactos de los partidos que nos quieren gobernar nos avisa de que no tienen ni idea de la crisis climática, o no la quieren ver. 

Un recuerdo especialmente crítico para los negacionistas indolentes -a punto de gobernar nuestras vidas- que ven el aumento de los episodios críticos como una película de ficción: siempre ha habido temporadas de calor y frío. Sí pero no como ahora. Echémosle un vistazo al gráfico de el Programa Copernicus de la UE, que para nada es ecologista crítica. El calor indolente es el anverso de los… (póngale el calificativo plural que quiera). O valdría reflexionar en profundidad sobre aquello de Fernando Pessoa: el hombre es un egoísmo mitigado por una indolencia. 

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Ecocuento: La epopeya apícola inconclusa. ¿Llegará al 2030?

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“Si la abeja desapareciera de la superficie del globo,

el hombre no tendría más que cuatro años para vivir.

No más polinización, no más hierba, no más flores,

No más animales, no más hombres.”

Albert Einstein (se dice)

Arengaba la reina Apis, la Campeadora, ante todas las jefas de los batallones:

A las que conmigo vuelen nuestra musa Melpómene les dé buen pago.

Porque no se puede morir, una historia milenaria contempla nuestro pasado.

El saber vivir tan juntas, aun siendo tantas, es lo que nos ha salvado.

Hemos soportado sequías, y luchado contra gigantes, dioses y humanos.

Pero nuestra tragedia se escribe porque virus y hongos nos diezmaron,

o quizás han sido los insecticidas que los hombres han usado,

y en los continuos paseos florales en nuestros cuerpos entraron.

Bellacos humanos, nosotras siempre viandas les hemos procurado:

fragancias y colores de frutas que de la muerte los salvaron.

Solo nos queda morir o volar hacia donde nos protejan los hados.

A todos países, incluso al inframundo, allí donde nada está sentado.

Miellifa habló para ofrecerse como siempre para estar a su lado:

“Mi reina, aunque el mundo no sea el mismo, nosotras no hemos cambiado.

Con vos iremos todas a una por bosques, por yermos y despoblados,

hasta que al final encontremos el reposo que los hombres nos han quitado”

Aprobación general dieron con batir de alas a lo por Miellifa parlado.

Mucho agradece Apis el apoyo que todas le han mostrado.

NOTA EDITORIAL: Composición adaptada, por lo tanto con fallos de concordancia y desvíos conceptuales, de un poema incompleto encontrado en un palimpsesto medieval, anónimo. Aunque podría ser de un autor cercano a quien escribió el Cantar del Mío Cid. Es posible que fuese un árabe viajero que quedó impresionado por las pinturas rupestres de la Cueva de la Araña y otras de la región levantina donde aparecía la miel como protagonista.

La adaptación de lo que en su poema dejó escrito fue realizada ex profeso por una reconocida lingüista melífera para el Informe Los ODS en España en 2030. Debía estar incluido en “Mitos y leyendas de la Iberia medieval. Los mensajes de la Mía Apis Campeadora y otras criaturas insignes afectadas en la actualidad por la multiplaga que puede generar el fin del mundo (hipótesis)”, editada, en papel FSC y con tapas recicladas. De paso servía para conmemorar el setenta y cinco aniversario de la publicación de Viaje a la Alcarria, que habla de un territorio de expansión libre de millones de abejas, obra del Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela.  Puede que fuese por eso que el Instituto Cervantes le haya dado tanta importancia en su estudio Tras la senda de la miel. La Unión Europea por su parte ha encargado a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), el proyecto MUST-B con el objetivo de desarrollar un método holístico para evaluar el riesgo de múltiples factores estresantes en las abejas melíferas. Ya era hora. La pena es que no dijese nada de las otras abejas silvestres que no hacen miel pero son extraordinarias polinizadoras, como la abeja azul de la que tan bien habla National Geographic.

Ambos asuntos fueron aprovechados por Greenpeace, que lleva un montón de años empeñado en salvar a las abejas de la extinción masiva. Siguen en ello. Han colgado en las Web de todo el mundo, al menos de muchos periódicos online, un anuncio que lo recuerda. Allí llaman a todos los insectos a una rebelión masiva. Muchos no podrán ir pues han desaparecido.

Como aquellos que se dice eran nombrados, junto a un hortelano, en un poema incompleto de Miguel Hernández. Fue escrito en una hoja de papel de estraza. Se encontró dentro del informe de la lingüista aludida; si bien se duda de su autoría. Se dijo por el año 2020, más o menos, que una versión del poema del pastor iba a figurar en unas placas del cementerio de La Almudena en Madrid, pero se rompieron no se sabe cómo. Nosotros interpretamos este fragmento como un epitafio a la desaparición apícola y de los insectos en general. Pues habla mucho de la polinización de almendros y rosales. Pero su significado debía ser más amplio, quién sabe si aludía a las personas que poeman la vida con sus pensamientos. Decía (adaptación libre) más o menos así:

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

¡Bien que lo lamentan los árboles frutales y el resto del reino vegetal! También los compañeros del compañero autor, imaginamos que cercanos a su pensamiento ecosocial; además de quienes aman la poesía.

  • Este artículo fue publicado en el blog La Cima 2030 de 2ominutos.es el día 8 de agosto de 2023

Los impactos humanos de las catástrofes naturales. Biescas en el recuerdo emocionado

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Hoy se cumplen 27 años de la «tragedia de Biescas». 87 personas murieron y muchas resultaron heridas en su cuerpo y sentimientos por algo que no debió suceder nunca. También sus familias vieron truncada su vida. El camping estaba mal ubicado; la naturaleza desbordada se lo llevó por delante. 

Detrás de los números y porcentajes hay personas. En el camping la gente veraneaba pero en otros lugares otra gente se ve castigada por el impacto de catástrofes naturales y, principalmente, por la falta de sistemas de prevención, tanto en España como en otros países y territorios concretos. Los mapas que utilizaremos a continuación son de Statista, una web que día tras día se preocupa de los habitantes del planeta Tierra. Si bien nos plantean puntos oscuros.

Sorprenden los números por continentes, con una gran diferencia en Europa, más de la mitad. ¿No será que algunos países ocultan sus datos? Reproducimos casi textualmente lo que dice la información. Según un informe de The International Disasters Database (EM-DAT), el año pasado hubo 387 desastres naturales en todo el mundo que causaron 30.704 muertes y afectaron a 185 millones de personas. Además, las pérdidas económicas fueron de aproximadamente 223.800 millones de dólares. Según el estudio, el total de catástrofes en 2022 es ligeramente superior a la media de 2002 a 2021 (370).

Sorprendente la siguientes información. La mayoría de las muertes sucedieron en Europa (53,5%): el exceso de mortalidad relacionado con las olas de calor en esta región, con aproximadamente 16.305 muertes, representó más de la mitad del total de víctimas mortales mundiales en 2022. Ese año se produjeron al menos cinco olas de calor, con temperaturas estivales que alcanzaron los 47 °C. El impacto de las olas de calor en las personas mayores es cada vez más frecuente y se ve reflejado en las cifras analizadas por el organismo.

La EM-DAT es una base de datos mantenida por el Centro de Investigación sobre Epidemiología de las Catástrofes (CRED, por sus siglas en inglés) y contiene información sobre más de 25.000 catástrofes naturales y tecnológicas desde 1900. El CRED define una catástrofe como «un acontecimiento imprevisto y a menudo repentino que causa grandes daños, destrucción y sufrimiento humano; una situación o acontecimiento que desborda la capacidad local y hace necesaria una nacional o internacional de ayuda exterior».

A continuación mostramos el Índice de catástrofes europeos por países. Nos creíamos a salvo de todo en la Gran Europa pero ya vemos que no es así. Ahora mismo las inundaciones asoman Centroeuropa. Qué decir de qué pasa en China! Una y otra vez lo decimos aquí: estamos expuestos a múltiples incertezas. Si alguien que ve esta entrada quiere ampliar datos, más que nada por si en algún país no son muy transparentes como nos tememos, visite World Risk Index 2022 del Foro Económico Mundial.

 

Misivas socioecológicas entre grandes músicos comprometidos. Ecocuento

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                                           «Vers le sauvage»… un jardín llamado Tierra…

                                                                             Anónimo hispano-francés

Todo empezó de una forma casual. Pero lo que sucedió a continuación fue una experiencia irrepetible. Lo contaba nuestra corresponsal anónima de la Europia ecosocial en un podcast. Decía así:

Se encontraban en una pausa de la grabación de su penúltimo disco, cerca de Amiens, justo detrás de la maravillosa catedral. Pusieron la televisión para relajarse, no importaba el canal. Ver la imagen de otros, escuchar sus voces, ayuda a olvidarse de uno mismo. Hasta los anuncios tienen su terapia, excepto los que engañan mucho. Algunos son tan malos que provocan una inspiración no buscada. Era una emisión de la Tf2. Se sentaron para escuchar la entrevista a un señor algo mayor. No tenía pelos en la lengua, como se suele decir de quien habla claro. Sin embargo deslizaba las frases e ideas con dulzura. ¡Qué difícil resulta hablar bien sin dañar los oídos de los demás! ¡Cuánto cuesta escuchar sin juzgar! Por eso los psicoterapeutas recomiendan platicar en positivo. Pensaron en enviarle una postal para felicitarlo. ¿A dónde? El manager lo buscaría. Mejor no. ¡Vaya cursilada! Vuelta a la pesada grabación.

Pasaron unos días, ni pocos ni muchos, solamente unos. En una reunión de trabajo con la agente discográfica salió el tema, de manera casual, en una de esas conversaciones intrascendentes que liberan tensiones. Son como descansos discursivos, como quien no quiere la cosa. El intermedio es vital; regula las vidas. Dio la casualidad buscada que las agentes de ambos se conociesen. Incluso habían mantenido una corta relación. Ese intermedio resultó ser casi una estancia en el paraíso. Se animó la intención relacional, se notaba en todas caras sonrientes. Pensado y hecho: varias llamadas y se consiguió el wasap del cantautor francés.

Ella dio el primer paso. Envió un wasap. No estaban seguros de recibir respuesta. Pasaron varios días.  Sucedió durante la grabación definitiva del último disco en unos estudios de Londres. En otro intermedio/descanso. Escribiendo esto me doy cuenta de lo importantes que son las pausas.

A wasapear pues.

A- Il y’avait un jardin qu´on apellait la terre Hacia lo salvaje
(Sorpresa mayúscula: a los tres minutos saltó el tono. Respuesta en español.)

G.M.-  Una pequeña parte del mundo.
(No se atrevían a responder. Pasaron dos días. Esta vez él comenzó.)

G.M.-  Queda el silencio

A.- Volverá la suerte.

G.M.- Mañana.

A- Mi libertad.

G.M. – Hacia lo salvaje.

A- La vida en el futuro.

G.M.- El mundo al revés.

A- El extranjero.

G.M.- Alerta.

A- La sombra.

G.M.- Las puertas del infierno.

A- El pequeño testamento.

G.M.- El blues de la generación perdida.

A- Mañana.

G.M.- Cuando suba la marea.

A- Para ir no importa dónde.

G.M.- Es demasiado tarde.

A- En el Mediterráneo.

G.M.- Esta madrugada.

A- Muy tarde es ya.

G.M.- Llegará la tormenta.

A- Réquiem por cualquiera.

G.M.- De la noche a la mañana.

A- El hombre del corazón herido.

G.M.- Sin ti no soy nada.

A- …

G.M.- Nada de nada.

A- Mi soledad.

G.M.- (emoticonos sin expresión)

A- … (emoticonos tristes)

G.M.- …

A- … (emoticonos, no daba tiempo para más)

G.M. – … (sin emoticonos, vacío)

Pasaron cinco días sumidos en un silencio atronador de mentes. No hubo respuesta a dos mail diarios. Al principio no le dieron importancia, había sucedido otras veces. Pasa a la gente que tiene muchos compromisos, como estos que tan preocupados estaban por el cambio climático como se deduce de sus wasap cruzados. De pronto, la televisión golpeó su ilusión. Repetía varias veces la noticia: ¡ha muerto el gran cantautor egipciofrancés! Sería por mayo de 2013, 45 años después de aquel histórico mayo francés. Al día siguiente, necrológicas en todos los periódicos. Cogieron el primer avión a París. No podían despedirlo desde la lejanía. El sepelio en el cementerio “Père Lachaise” fue intimista. Ravel y él mismo pusieron la música. El ciudadano del mundo, el inmigrante mestizo, admirado en todo lugar se había ido. Pero había dejado su compromiso universal por las gentes olvidadas, por la sociedad ignorada. Alguna lágrima surgió de muchos ojos; en todo el globo terrestre. Dejaron al lado de su tumba una copia de los wasap, por si alguien más se animaba a seguir su camino.

Así lució el cielo de los Monegros el día del “hasta siempre” del francés (23-5-2013). La sabina marcaba el posible cruce de sentimientos entre él y los de los dos de A. Alguien -se comenta que estos fueron hasta allí a entonarle una despedida- colgó un cartel que decía “Il y avait un jardin qu’on apellait la Terre”, “Hacia lo salvaje”. Se perdió. (Foto: Fernando González Seral)

ESTRAMBOTE PROSÁICO:

¿Ya han adivinado quiénes son esos personajes? ¿De qué hablan en esas frases aparentemente inconexas?, pero sustancialmente provocadoras en los títulos de sus canciones. ¿Se han pasado por Youtube? Si no es así, imaginen que se trata de cantores comprometidos con el presente, y muy preocupados por el futuro. Algo así como vigías que denuncian el despiste social mundial y europeo que provoca grandes atropellos socioambientales.

¿Aún no? Escríbanos y le enviaremos la solución. Por cierto, está en un libro que el Gobierno europeo de Bruselas, en asociación con el socialdemócrata de Celtiberia junto con el centrista de la antigua Galia –por eso del egipcio francés que tanto lustre dio a la música comprometida- coeditaron con la ocasión. “Mitos y leyendas. Buenas canciones que fueron éxito en Europia Unida sin decir nada, o mucho, del cercano 2030”.  O mejor, identifíquenlos con algún cantante actual en quien aprecien esos valores, valdría Manu Chao por eso de que es francés y un poco español y porque denuncia atropellos ecosociales. Por cierto, el libro fue presentado en un vagón de tren en Hendaya, junto con el álbum Salto al color del dúo A.; diez años después de la muerte del francés. Lograron que todos cantasen su Lluvia, que algo nos recordaba a “Les eaux de mars” del francés. Se intuía que detrás de las preocupaciones de ambos estaba el cambio climático. No viene a cuento pero a unos metros de aquel encuentro del 23 de octubre de 1940 donde hablaron Hitler y Franco del “juego macabro”, para ellos, de la II Guerra mundial.

Entre estos y otros cantantes -podríamos citar a Cecilia y su Un millón de sueños, objeto de censura represiva de la dictadura de Franco en 1973- nos cantaron pesares y esperanzas. Nos enseñaron a hacer de la vida musicada -en el último tercio del siglo XX y en el primero del XXI- un compromiso global, una rebelión ante las injusticias del mundo. Canten y canten, que los males espanten y derriben dictaduras.

No busquen el podscat, se borró en un descuido “no intencionado”.

P.D.: Este mismo ecocuento ha sido publicado hoy en el blog La Cima 2030 de 20minutos.es. Los cantantes de los que hablamos se merecen esto y mucho más. 

Olas, mareas y corrientes; versión 2023. No son como las estudiamos

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Los libros de texto de siempre han tratado la dinámica la de las aguas marinas. En mis tiempos de estudiante de bachillerato lo hacían estilo enciclopedia: olas movimiento de la superficie del mar, mareas como acercamiento o alejamientos del agua costera y corrientes, ¡hay corrientes!

Debo reconocer que hay que realizar una abstracción considerable para creerse eso de que en la ola solamente se mueve el agua de la superficie, que lógicamente amplifica sus efectos en la llegada a las costas y cuando hace mucho viento. ¡He ahí la cuestión! Porque según contaba a principios de este año el Faro de Vigo contaba que se había medido una ola de 13 metros de altura. Es más, añadía que la mayor ola de España registrada en esta misma boya fue un día Reyes de 2014, con 27,81 metros, como un edificio de unas 10 plantas. Así que vaya lío: son movimientos en superficie o algo más. Qué lo pregunten a los chicos y chicas que hacen surf y windsurf. Además, estaba el asunto de los mares embravecidos que se llevaban las antropizadas playas mediterráneas una y otra vez por aquel entonces. 

Otro tanto para con las mareas que dicen son movimiento periódicos de ascenso y descenso del nivel del mar, debido a las fuerzas de atracción gravitatoria que el Sol, y sobre todo la Luna, ejercen sobre la Tierra. Es más, la marea sube y baja dos veces al día. Me tocó explicarlo como profesor y la verdad es que nunca quedé muy satisfecho. Además, en las playas a las que viajaban mis alumnas y alumnos tenían unos carteles avisando a qué horas se darían las mareas altas o bajas, vivas o muertas. Y otras muchas clasificaciones. Para motivar un poco al alumnado les decía que sabios tan sabios como Kepler y Galileo, el famosísimo Newton habían sido unos estudiosos de las mareas. Con esfuerzo personal considerable comentábamos aquel cuadro que traía el libro de que las había diurnas, semidiurnas y muchas más cosas. Lo dejamos ahí. Les interesó más saber lo de Saint-Malo pues había diferencias significativas entre las dos fotos comparativas que les enseñé. Por aquel tiempo pasó lo de tsunami del terremoto de Indonesia que les interesó mucho más. 

Con las corrientes no tuve más suerte explicando; además el libro lo traía fatal. Bien que me había provisto de animaciones que aclaraban una y otra vez lo de la corriente termohalina.  Bien que les hablaba de la astucia del marinero Cristóbal Colón para viajar hasta el nuevo continente por un itinerario más al sur y volver por otro más al norte. Pero lo de entender el símil de que en los mares hay como grandes ríos que comunican zonas polares con ecuatoriales les traía sin cuidado; de nada servía que su profesor fuese doctor en Geografía.Pero se lo aprendían para aprobar.

Dado el escaso éxito de lo que muchas veces se enseña me preguntaba sino podía saltármelo más de una vez y poner en su lugar documentales o recomendar películas como aquella de J.A. Bayona titulada Lo imposible.

Para colmo de lo poco que sirven muchas de las cosas de las que constituyen los currículos viene ahora el asunto de la incógnita de las corrientes, que se están desviando por la acción humana, según se cuenta en el artículo de eldiario.es. Se dice que la corriente atlántica podría colapsar. Y si eso sucede, que pasará con calores, vientos e inundaciones.

Diagrama simplificado de la Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico

Diagrama simplificado de la Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico Muschitiello et al, Nature Communications, 2019

En fin, que valdría más enseñar en la escuela a saber mirar, a buscar información sobre asuntos reales antes que aprenderse una retahíla de cosas que enseguida se olvidan; una vez que cumplieron su misión de contribuir a una buena nota. Prefiero versiones recientes del complejo funcionamiento del ecosistema Tierra. Asómese a la posible circulación y eclosión en el Atlántico norte (AMOC).
apetecía hablar de esto ahora que muchos lectores de este blog estarán por la playa. Miren hacia el mar y piensen en olas, mareas y corrientes versión 2023; se entienden en relación con el aire y la tierra. Si se encuentran en el entorno del Mar Mediterráneo también; allí la cosa no está tan tranquila como se dice. Seguro que lo han notado en la temperatura del agua.

La hormiga que siempre quiso ser libre. Ecocuento

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CUENTOS DE VERANO APÓCRIFOS DE UNOS DOCUMENTOS 2030.

“Es admirable todo lo que hacen las hormigas
para perder el tiempo”

José Bergamín.

Debo reconocer que era una hormiga especial. Le gustaba saber; así, sin más, y eso siempre es un mérito, independientemente del individuo de que se trate en cualquier especie viva. Además tenía otra rareza excepcional: sabía descifrar códigos. Esa mutación solo se daba en una de cada cien mil millones de hormigas, pero por azares del destino se dio en Celtiberia. A pesar de su inteligencia, no descuidaba el trabajo. No quería levantar sospechas. Pero por las noches se deslizaba hasta la “Formigoteca” secreta, nivel X. Le costó muchos sobornos conocer la clave secreta de entrada, pero al final logró excretar unos olores mágicos que desencallaban el cierre. Allí se dirigió a escondidas. Tanto mirar un día tras otro, con el tiempo aprendió a leer en varios idiomas. Debo hacer notar que allí, en aquel recóndito escondite, se guardaban muchos legajos, grandes y pequeños -adaptados al tamaño de las hormigas se entiende- todos escritos en hojas de papiro con cagaditas pequeñas; era lo que se llevaba en aquel mundo subterráneo.

Un día, por azar buscado, cayó en sus manos uno de los legajos proscritos por apócrifos; de esos que solo debían manejar las élites, como en El nombre de la rosa. Se reconocían porque estaban señalados con un tinte rojo elaborado con los élitros de las mariquitas, que las hormigas capturaban para sus necesidades culinarias. El espectacular ejemplar que se desplegó ante sus ojos compuestos trataba de la Revolución Francesa. Lo firmaba un tal Denis Didérot. Le gustaba el nombre de Denis; por eso empezó a leerlo. De todo el texto, se quedó con un resumen incompleto en el que destacaban tres palabras escritas muchas veces: liberté, égalite, fraternité. Debían ser mágicas, y sí que lo fueron, pero de esto poco supo la hormiga, constreñida hasta entonces a un territorio limitado.

Se veían a escondidas, daba la impresión de que se habían enamorado. ¡Qué barbaridad! ¿Quién? Dos hormigas, se supone. Aunque, ¿puede desencadenarse el amor en un hormiguero con alguien que no sea la Reina? Allí no existen individuos, la colonia manda. Es la única unidad, la compendiadora y compleja, lo que da sentido a las vidas de todos los números que la forman. En muchos descansos se miraron, hasta que las antenas chocaron y se hizo el milagro: las hormigas expresaron sus afectos en forma de toquiteos anteniles y feromonas químicas, tacto y olfato.

Un día, nuestra letrada protagonista se atrevió a sacar de la biblioteca un ejemplar facsímil, diminuto a escala hormiga y por eso lo pudo esconder. Al azar, que nada organiza en un hormiguero, eligió “Mitos y leyendas. El disgusto de las naturalezas brutas del Mediterráneo occidental aledaño a Celtiberia por un colapso fórmico”, donde hablaba de una rebelión de hormigas en las Islas Pitiusas que llegó hasta Sicilia, pero de nula repercusión en el mundo fenicio. Sintió miedo al leerlo por vez primera, porque se adentraba en asuntos oscuros que no entendía y por su aviso de que se castigaría a quienes siguiese con el texto. Digo yo que al estilo de Jumanji, pero ella tampoco lo sabían. Contaba el texto que, alertados por los humanos, los dioses habían provocado una llamarada que chamuscó a todas las revoltosas mediterráneas; algo así como un Fahrenheit 451 rápido, como el que nos contaba François Truffaut, pero en este caso aprovechando el rayo de una tormenta. Aquella misma noche ella lo devolvió a la biblioteca. Le daba telele. Nada le costó a su amigo.

La atracción entre ambos, hembra y macho de hormiga común crecía en sus diminutos cuerpos, sería porque ya tenían algo que las unía, como a las parejas de otras especies: un deseo bien o mal hilvanado.

– Estoy hasta las antenas de esta dictadura himenóptera – gritaba XA-12.649 en una grieta escondida del hormiguero, a la que solamente tenían acceso las hormigas que se orientaban excelentemente.

– ¡No hables tan fuerte! – respondía YB-3.145, mucho más miedica y no tan reflexivo.

Más de una vez se escondieron de la trifulca organizada por el ente “hormiguil” que dominaba su colonia; “Formicator” se llamaba. Decidió atacar a la colonia vecina. Ambas dos, ella y él, estaban hartas de los sanguinarios conflictos entre vecinas de la misma especie y otros invertebrados, y eso que no habían visto la película Hormigaz, que tiene lo suyo. Se decían a ellas mismas que los conflictos solo servían para sembrar el campo de cadáveres. Eran más partidarias del diálogo. Pero temían pensar. No lo podían decir en voz alta. Por todos los lados había espías, inalámbricos por supuesto.

Le contó ella a él –este no tenía la mutación que le permitiese interpretar signos- que había encontrado otro legajo, también con marca roja, pero muy roja y muy grande. El manuscrito traducido hablaba de un tal Orwell, de segundo nombre. El primero estaba tachado con rojo, muy rojo. El documento hablaba de muchas cosas raras, pero una se repetía: los peligros de las dictaduras. Alguien, ¿quién?, lo habría copiado con unas letras pequeñísimas, como de hormiga.

Algunas noches, cuando no había luna, daban paseos. Ocurrió que un día se había celebrado en el hormiguero la fiesta final de la recolección de la cosecha de verano y muchas hormigas soldado se habían descompuesto por la ingestión masiva de hongos fermentados; nadie vigilaba los agujeros de salida de la colonia. La abandonaron temerosos, casi se podía decir que andaban a dos patas. Sería por eso que quedaron indecisos largo rato, pero poco a poco una melodía los atrajo más y más lejos; como si la gaita del flautista de Hamelin hubiera sonado, pero claro a este no lo conocían. Sin saberlo, se encontraron en un camping. La música procedía de una parcela ocupada por unos franceses. A XA-12.649. Le atraía el francés, sabía interpretarlo. Allí, un grupo de gente escuchaba una y otra vez a dos individuos. Ella supo que se trataba de Georges Moustaki y Edith Piaf, lo ponía en unos papeles cuadrados en forma de carpeta. Escucharon recitar una canción que ella no tardó en entender: Ma liberté. Los humanos que por ahí había –todos con el pelo blanco- estaban medio dormidos, supongamos que por la ingesta de hongos. La hormiga hembra le explicó a su compañero de huída la letra, más bien lo que escondía. De paso, sin pensarlo, le confesó su amor. Le dijo que le gustaría que ella y YB-3.145 fuesen como el rey y la reina de los que hablaba la canción. Se quedaron bastante rato medio atontolinados. Los humanos seguían tumbados. El día casi clareaba. Volvieron al hormiguero. Se acercaron con cautela. Ninguna vigilancia a la entrada; los vapores de los hongos fermentados seguían haciendo su efecto.

Tenían un escondite secreto en el hormiguero, un criadero de hongos abandonado por un derrumbe parcial. Allí, más de una vez cantaron al unísono “Non, je ne regrette rien” en francés. La habían escuchado muchas veces en la parcela del camping, al cual volvieron todos los días de fiesta; la excursión nocturna se convirtió en un rito. Se la habían aprendido tan bien que si Édith Piaf la hubiera escuchado las habría felicitado. Sería su canción el día que abandonasen el hormiguero. Se decían que no había nada más maravilloso que cuando una quiere ser una y el otro se ve otro. Tanto leer ella, habían aprendido a filosofar. Sabía pensar. Se miraron a la cara. Tan tiernos se pusieron que decidieron llamarse algo. Ella cambiaba su XA-12.649 por “Elle”, en honor de la voz rasgada de la mujer que cantaba; él dejaba de ser YB-3.145 para convertirse en Georges.

Pasaron unos días llenos de silencios continuados y alborozos momentáneos, de esperanzas y angustias. Al final se fue sola “en busca de la libertad, la igualdad y la fraternidad”, sin imaginar con qué se encontraría. Por la foto que ha llegado hasta nosotros nada bueno, pero había disfrutado de la libertad, cosa rara en las hormigas. Él dejó de sentirse Georges. Prefirió la seguridad del hormiguero. Se dijo a sí mismo: el orden siempre debe imperar; rebeliones ninguna, aunque sean en 1984, por decir una fecha. Pero la narradora, no se identifica en este legajo apócrifo, calcula que igual pudo haber sido en 2023 en Europia. ¿Quién puede asegurar que no fue Elle, que derrotó al bicho de la fotografía? Una y otra vez la narradora afirmó que el valor de la libertad no tiene precio. Sonaba continuamente en el subsuelo “Non, je ne regrette rien”.

Ante la deriva de Europia hacia regímenes autoritarios quiero hacer constar que dada mi profesión de periodista independiente soy simplemente transcriptora titulada; no tengo que ver nada es esto. Además no sé francés.

El desenlace de un encuentro siempre está sujeto a conjeturas (Foto: Fernando González Seral, https://fgseral.blogspot.com/)

Votar POR/CONTRA el medioambiente, ayer mismo.

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Alguien con fina sabiduría demostró que el medioambiente es nuestra casa común. Sería un ecologista nato. No, ha sido al papa Francisco, alguien que para los creyentes católicos debería ser un punto de referencia. Además añadió que nuestro medioambiente «parece convertirse cada vez más en un depósito de porquería». Otras voces, no dignatarios católicos, han acuñado expresiones que merece la pena traer aquí una pequeña muestra y cuya autoría desconozco:

  • La Tierra nos ofrece lo necesario para nuestras necesidades, pero no para nuestra avaricia.
  • Por como vivimos parece como si tuviéramos algún otro sitio donde ir.
  • Si destruimos el medio ambiente nos quedaremos sin sociedad.
  • Nuestro planeta no es un experimento.

Quedémonos simplemente con esas cuatros ideas: necesidad/avaricia, vida aquí/en otro planeta, destrucción medioambiente/daño social, observación crítica/experimento sin control.

Todo esto viene a cuento de una información que nos ha llegado vía Statista que dice, más o menos, que nos queda mucho por hacer y cada vez asumimos más riesgos. Como además va un largo el tránsito entre pensar con preocupación hasta obrar con compromiso, la cosa se nos pone peor. Imaginemos que los datos del gráfico fuesen totalmente verificables:

A pesar de la dispersión de los encuestados, de que en unos países se han realizado muchas más encuestas que en otros, si nos fijamos en España la cosa está fea. Solamente uno de cada tres habitantes piensa, o cree, que la protección del medioambiente es un asunto importante.

Pero nos hemos animado un poco al leer el Eurobarometer de la UE:


Seis de cada diez ciudadanos europeos -en España más de siete, según resalta vía https://twitter.com/PacoHerasHern nuestro amigo Paco Heras- se declara de acuerdo con la idea de que la adaptación a los efectos adversos del cambio climático puede beneficiar a los ciudadanos europeos. 

Añade que 9 de cada 10 españoles-as lo consideran una prioridad.

Vistos les resultados de las elecciones de ayer en España uno se pregunta cómo los partidos negacionistas (Vox y compañía) y retardistas (PP y compañía) han podido sacar tal cantidad de votos, dado la dejadez o el odio climático que han expuesto en la campaña preelectoral. O sea, que lo de la protección del medioambiente se barrunta pero falta compromiso, siquiera demostrarlo con un voto. O al revés, no hay tanto compromiso como para negarles el voto a los odiadores del clima aun sabiendo las tropelías ambientales de las que son capaces y que tanto pueden perjudicar al socioambiente.