Con los kilovatios desbocados, a los rusos se les ocurrió en febrero de 2023 invadir Ucrania. ¡Hala, porque sí! Sin respetar el mínimo decoro internacional ni humanitario. Las cosas se pusieron tan feas que casi nos apagamos todos. Tanto que la energía se utilizaba durante aquellos tiempos como mercancía de trueque entre países. La guerra sigue, para vergüenza europea.
Menos mal que algunos ayuntamientos democráticos de España de entonces habían prohibido cortar la luz a los pobres muy pobres. Otros consistorios habían sustituido los bancos de alimentos por baterías de electricidad. Los más pobres entre los pobres -no importaba su origen, sexo o religión- acudían a las oficinas municipales y tras una minuciosa investigación para demostrar su falta de recursos, se les entregaba una “Cartilla de racionamiento de pobre energético”; en la portada traía un dibujo alusivo de Forges. Esta libretita, numerada claro, les permitía recoger cada semana una batería cargada hasta los topes –de una tensión de 12 voltios para evitar accidentes-. Así las familias de escasos recursos energéticos podían conectar a la red de su domicilio, preparada al efecto por unos voluntarios de la ONG “Chispas sin fronteras”.
En aquellos momentos, un ministerio en la sombra del partido de la oposición –que tumbaba todas leyes energéticas de interés social- declaró la guerra al autoconsumo eléctrico solidario, en realidad a todo tipo de producción individualizada de energía. Se rumoreaba que las grandes distribuidoras energéticas estaban detrás de su negativa. La pobreza energética, “acceso complicado a la energía como derecho humano se le llamaba en los papeles oficiales”, no dejaba de aumentar.
La opinión pública, bueno unos pocos ciudadanos de las asociaciones de consumidores y toda la ONG “Chispitas sin fronteras”, se indignaron. Protestaron porque el precio de la energía de consumo doméstico subía sin control. ¿Tendrían toda la culpa los rusos? Las compañías eléctricas contraatacaron enseguida. Publicaron anuncios en los periódicos en los que se demostraba que la energía era barata y sería permanentemente adecuada para los usuarios. Añadían que la culpa de su precio la tenían los impuestos del Gobierno y los rusos. Los cortes “casuales” y la caída de torres de conducción eran provocados por bandadas de grullas migratorias. Sea como fuere, el precio del kilovatio hora que pagaban los hogares hispanos era casi el más caro de toda Europa. Todos los diarios, hasta los impresos, recogieron esta noticia un día de febrero, fue muy duro.
Mientras todo esto pasaba, una cadena de televisión privada de la península Ibérica, creo recordar que el canal 55, tuvo gran éxito con el programa diario “Electrocútame de luxe” en el que se relataban los conflictos personales de los hogares celtibéricos para gestionar el uso de la energía.
Sépase una buena acción de las compañías energéticas. Se habían unido para reeditar Don kilovatio, el cómic de los años 60 patrocinado por Hidroeléctrica Española S.A. que había tenido gran éxito. Los distribuyeron gratis a todos los hogares que gastasen más de 50 € mensuales, convencidos de que el humor hace las descargas más llevaderas. En sus apenas 12 páginas, cada ejemplar presentaba unas aventuras estrambóticas y a la vez reales. Todo un hito en la educación de los consumidores.
Se daban pasos adelante para rebajar el recibo eléctrico. Cada hora la electricidad cambiaría de precio. Se instalaron nuevos contadores en los domicilios que, por desgracia o por suerte, no funcionaron. En realidad se tragaban lo que medían en lugar de enviarlo a la compañía suministradora. Hubo también un chasco nacional. Muchos hogares habían comprado unos “radiodespertadores váticos” que avisaban con música clásica cuando convenía consumir -el precio era bajo- y emitían “heavy metal” cuando el precio era alto. Alguna televisión grabó el trajín de luces a lo largo de las noches en la parte de las cocinas de la barriada pobre de una capital poco importante.