Vocación de maestros

Lo natural es que las personas, los chicos aún más, quieran aprender. A ello dedican cada día mucho más tiempo del que se cree. Pasa tanto en el complejo escenario de la vida como en la escuela. En ambos casos, se presenta alguien cercano, un pariente o un amigo, que se empeña en provocar situaciones de aprendizaje. Pero no querer aprender también es posible, porque es una decisión personal. Allí aparecen los maestros que aman su profesión, que son felices en la escuela. Siempre prestos a ofrecer una mano afectuosa para ayudar a los alumnos a formar su personalidad que, como bien se sabe, es una tarea en la que uno no puede delegar. Pero esta misión no tiene fin. Cada día nuevo puede ser una aventura, tanto para los alumnos que disfrutan aprendiendo como para aquellos que tardan en encontrar el camino, o que tenían dudas. Para ambos puede aparecer en un instante una experiencia en la que se hacen realidad las esperanzas. Las clases en la escuela serán interesantes si se ama el trabajo de enseñar, si se ofrecen posibilidades para descubrir, si el maestro/la maestra sienten que también están aprendiendo.

Aunque el ámbito escolar ha dado muchas vueltas y ha provocado desafecciones en la tarea de educar con placer, hay algunas cosas que permanecen. Los profesores vocacionales, que se encuentran en todos ámbitos educativos desde Infantil hasta la Universidad, no se contentan con contar cosas, porque así lo más probable es que sus alumnos las olviden. Prefieren enseñarles cómo se hace para que lo entiendan; aún más, los invitan a hacer para así aprender. “Afortunadamente, la tarea del maestro sigue siendo la de ayudar a que los niños y la niñas amen el conocimiento, la de enseñarles a pensar por sí mismos y a convivir con todos, la de ofrecerles criterios para que sepan discernir, para que no se dejen engañar, para que sepan respetarse a sí mismo y a todos los demás”. Soñé que me lo contaba Albert Camus, que había venido a mi instituto a dar una conferencia.

  • Publicado el 11 de febrero de 2015. En todo el embrollo de la puesta en marcha de la Lomce, nadie se preocupa por ellos. Más clases, menos recursos y en Educación primaria empapelados por las tareas de la «nueva » evaluación.

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