Este siglo XXI nos muestra frecuentes individualismos, con contornos muy definidos. Destacan más que la ética social, la que clama constantemente en forma de datos y hechos que muestran a muchas personas olvidadas, tantas que deberían provocar un estallido de moralidad ciudadana para socorrerlas. Las tenemos cerca y no las vemos; nos cuentan que sufren lejos y no llegamos a creerlo del todo. Las reincidentes calamidades sociales nos provocan conmociones que nos dejan estáticos temporalmente, pero apenas nos remueven. Después, la delgada evidencia se aleja. La sustituye la remisa duda, que enseguida da paso al quebradizo olvido. Un manto de silencio cómplice se tiende sobre el asunto que antes provocaba agonía. En ese oscurecimiento, aquellos que nutren los movimientos sociales altruistas se sienten completamente solos, o poco acompañados, en una gran indignación. Se quedan traspuestos, ignorados, como ese chiflado que se desgañita en plena calle y al que nadie mira.
Así las cosas, el que escribe persiste en acudir con diligencia cada quince días a esta página de HERALDO, que acoge sus preguntas sin respuesta clara. ¿Por qué? Tal vez busca un ejercicio de expiación por variadas tramas que antes resolvió mal, o no tan bien como debiera. Quizás intenta sentirse todavía útil, pues piensa que no ha devuelto aún ni una millonésima parte de lo que la sociedad le prestó.
Se pregunta si la gente, lo lea o no, repara en esos asuntos de los que él expone una parte de sus incertidumbres. Casi siempre habla, con algo de amargura y bastante de reprimenda, de cosas poco atractivas: calamidades de algunos, subsistencias de otros que se esconden del deber social por la satisfacción de necesidades o caprichos propios, educaciones suspendidas, localismos salvadores frente a la gestión global del futuro. Se imagina no escuchado, pero se congratula cuando mira a su alrededor y encuentra gente que, como él, siente calambres de malestar por los desajustes sociales.
Bien sabe el articulista que cada cual debe resolver los avatares diarios. No es extraño que el personal se canse de estos incordios adicionales que se exponen en esta página. Demasiada gente, la corriente que debe resolver la logística cotidiana, no encuentra el momento de encajar en su vida esas preocupaciones que le llegan de forma machacona y algo culposa. Es lógico, pues los voceros de lo social emiten similares lamentos, que se cuelan en algunos medios de comunicación; hasta los políticos los manejan algunas veces para justificarse.
Las entidades que luchan por la dignidad social no cejan en su empeño, máxime en estos momentos de crisis. Una y otra vez exponen que viven en la intranquilidad permanente por asuntos que no les son propios, pero que constituyen la base de una existencia moral. Seguro que en ocasiones se desesperan, tanto que es probable que envidien a los que se refugian en la ignorancia salvadora, acaso la pereza los mantiene inmovilizados. En esas situaciones, en las que pocos se ponen en marcha después de haberlos oído, casi desearán no haber desmantelado la telaraña de secretos que en realidad es la vida. Miran con cierta desazón a quienes se ilusionan con lo efímero, con consumir para ser felices, con desparramar la alegría y el jolgorio sin reparar en gastos. Pero ellos, los que se ponen delante de los que soportan el olvido social y hablan de cosas tristes, no pueden expresar júbilos. Se muestran algo impacientes o quizás un poco cenizos, acaso demasiado sutiles.
Aún con todo, hay bastante gente -poca en el conjunto de la población- que desde diversas organizaciones, fundaciones, ONG, etc., lucha por otros, a quienes muchas veces ni siquiera conoce. Todos ellos ejercen tareas diferentes pero tienen un rasgo común: poner de forma voluntaria una parte de su vida al servicio de los demás, enmendando un poco el desbarajuste de los gobiernos y el despiste de la ciudadanía callada. Sirva este artículo como agradecimiento a todos esos grupos que alzan mensajes de denuncia para provocar la incomodidad al resto de sus conciudadanos, y así iniciar todos juntos la marcha hacia la equidad. Su voz y su trabajo les ayudan a sentirse miembros de una sociedad ética imaginada, aunque su ejemplo suponga un incordio para los alojados en el tan nombrado estado de bienestar.
- Publicado el 10 de febrero de 2015, el mismo día que varias ONG de acción social se quejaban de la desatención de los gobiernos ante este problema.