Aprender a cualquier edad es una tarea compleja, particular, plagada de descubrimientos y olvidos, teñida de prácticas sobre los aprendizajes, creativa y a la vez repetitiva, con una función madurativa, no exenta de comparaciones más o menos acertadas, y que discurre por itinerarios muy diversos. Las sociedades, conscientes de su importancia, imaginaron la educación escolar como medio de asegurarse una gestión social adecuada y, por qué no decirlo, prestar un servicio a la ciudadanía. Cualquiera que piense en el escenario educativo se dará cuenta que este no se encuentra únicamente en la educación formal. Ni siquiera en el mejor de los casos, la enseñanza reglada es perfecta; incluso me atrevería a decir que no convence a una buena parte de las familias. Será por eso, que no son pocas las experiencias que conocemos de otros espacios/agrupaciones escolares en las que se siguen métodos muy distintos a los que marca la clásica educación reglada.
Escuelas sin asignaturas, sin libros y con libertad para que el alumnado aprenda cómo desee según sus ritmos, en donde se mezclan según intereses y sin importar tanto las edades. Pedagogías que se aproximan a unos renovados métodos Montessori o Reggio Emilia y otras que suscitan cada vez más interés. También hay familias que educan en sus casas o en colectivos no tradicionales, en escuelas alternativas. El cuestionamiento de la organización escolar no es de ahora. Pero hoy deberíamos reflexionar con más interés si los sistemas de hace varias décadas están adaptados a este mundo tan diferente. La evolución parece inevitable; algunas escuelas del sistema público ya la han empezado; habrá que observarlas para aprender.
Publicado en Heraldo escolar el 3 de abril de 2019.