La práctica escolar es contradictoria: permanece anclada en esquemas tradicionales y a la vez renueva diversas modalidades metodológicas. Estas, en general, no están basadas en investigaciones previas que hayan analizado su dimensión y posibles efectos. Quizás sea debido a que los cambios en política educativa, tanto en el ámbito estatal como autonómico, se basan más en intuiciones del profesorado o en deseos de despacho que en el empleo del laboratorio que son los centros educativos, en donde se concretan dimensiones y cualifican efectos. Por ahora, satisface más el número de acciones que su relevancia pedagógica. Esta tendencia está muy consolidada y a la vez es cómoda, tanto para el profesorado como para quienes regulan la educación.
Sin embargo, el profesorado inquieto o insatisfecho con los resultados de su práctica busca una renovación. El problema es que esta se toma como fin en sí misma y quizás debería concretar mucho más el escenario de partida, el punto de llegada y el proceso a seguir; todo se concreta en el alumnado. Las actuales experiencias desarrolladas en algunos centros deberían ser objeto de difusión y debate, porque innovar con acierto es también contrastar en distintos escenarios, traducirlo en proyectos generalizables.
Si la escuela desea un cambio -así lo hacen explícito tanto la administración como el profesorado-, si incluso la sociedad -de forma tímida y amparada en valoraciones poco razonadas- manifiesta insatisfacciones, si se quisiera animar un proyecto experimental, la administración debería incentivar entre el profesorado, todavía poco animado o acomodado al cumplimiento del libro de texto, la investigación aplicada; y después darle cauce.
Publicado en Heraldo escolar el 28 de noviembre de 2018.