Educación suspendida

La educación española está como suspendida, con todos los matices que este adjetivo acumula. Apartada en un limbo purgante, en el que debe limpiarse de las culpas cometidas durante los últimos años. Detenida en lo alto, en el aire, pero a la vez diferida, esperando que la sociedad en su conjunto concrete la dimensión que le quiere dar. Se diría que ha perdido el ritmo. En la educación obligatoria -la postobligatoria también anda cuestionada por problemas de diverso tipo-, el año que ahora termina se puede calificar de convulso, pleno de incógnitas, sin ningún paliativo. El escaso interés del Ministerio de Educación por llegar a acuerdos ha sumido al sistema educativo en una crisis aún mayor que la que se intentaba atajar.

El tiempo escolar no se tabula en años sino en proyectos globales a medio y largo plazo. Pero quienes gobiernan lo olvidan, acuciados por la renovación electoral más que por la trascendencia social. Resulta una rareza hablar bien de la educación en España porque la toxicidad política la ha impregnado de defectos, que parece obedecen más al deseo de irritar al contrario que de mejorar el proyecto educativo conjunto. Este necesita una buena dosis de sentido común, la utilización de información objetiva y el uso de estrategias adecuadas de evaluación. Todos los agentes implicados en la educación obligatoria deberán revisar sus posiciones si quieren avances, pero son las diferentes administraciones, responsables primeras de los aciertos y errores, quienes deberían organizar la educación. En este cometido, no podemos hacer otra cosa que lamentar los vaivenes a los que han sometido a la escuela. No han sabido aprovechar el tiempo para generar esperanzas. Un año da para mucho si no se malgasta. Si se hubiese invertido más en dialogar para aunar voluntades, en valorar colectivamente el estado actual de la educación obligatoria y postobligatoria, en rescatar lo que ya teníamos y que funcionaba bien, en lanzar una mirada crítica al papel que todos los agentes educativos deben desempeñar, seguro que ahora podríamos exponer ilusiones.

Educación suspendida, o con aprobados justillos, en las severas pruebas internacionales que tanto nos condicionan, en particular a la hora de denostar el sistema. Sin embargo, se deja a la educación pendida de hilos cada vez más debilitados por la reducción en presupuestos. El informe “Monitor de la educación en la CE” constata que España es uno de los países europeos donde más ha descendido, en torno al 10%, la inversión en educación en los últimos años. Esta alcanza el 4,5% del PIB; la media de la UE era el 5,3%. Se perdieron profesores, se redujeron gastos ordinarios en los centros y ayudas a los escolares, en aras de una eficiencia presupuestaria no conseguida.

Educación que sigue en un estadio de incógnita, con unos programas nuevos que no han entrado con diligencia en Primaria, más que nada por retrasos organizativos y la profusión de estándares para evaluar, y que soportan la amenaza de las próximas evaluaciones de calidad. A pesar de eso, el Ministerio de Educación acaba de publicar en BOE los nuevos currículos de Secundaria Obligatoria y Bachillerato, sin apenas tiempo para preparar su correcto desarrollo en septiembre. Porque la complejidad de estas etapas educativas, con múltiples asignaturas e itinerarios, es mucho mayor que en Primaria. Sorprenden las reducciones presupuestarias en los departamentos de Educación ante la tarea pendiente. Algunos califican esta maniobra de atrevimiento, otros de desatino. Además, estos cambios exprés tienen un futuro incierto, si las opciones políticas que gobiernan a final de año no coinciden con las actuales.

Después de tanto suspenso, ni siquiera disponemos de buenos argumentos que amarren el proyecto educativo. Pero no podemos malgastar otro año en maniobras fútiles. Es imprescindible que las diferentes opciones políticas expliciten su firme apuesta por la educación, para sellar un pacto autonómico nada más constituirse los nuevos parlamentos, que prepare el gran acuerdo que debe surgir tras las elecciones generales. La sociedad les demanda que sean trascendentes y negocien la educación del siglo XXI. Tampoco les pedimos tanto.

  • Publicado el 27 de febrero de 2015

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