La irrupción de la electrónica en la vida cotidiana produjo una convulsión mundial, como en su tiempo lo hicieron la imprenta o la máquina de vapor. Cualquiera de estas grandes transformaciones admite dos interpretaciones. Una valora su trascendencia social, su universalidad. La otra aprecia sobre todo su incidencia para cada individuo en particular. Para la sociedad, los aparatos con soporte electrónico han servido para revolucionar la salud, la educación, las telecomunicaciones, la producción industrial y el comercio. Para cada uno de nosotros, han supuesto una buena dosis de libertad: la forma en que realizamos las tareas diarias apenas se parece a la de antaño. Además, nuestras relaciones sociales han dado un vuelco considerable, y lo que nos queda por ver.
Pero siempre que llega la bonanza general, esta trae consigo una parte de desmesura. El consumo de electrónicos se apoya en el concepto de lo excesivamente momentáneo. Tiene su obsolescencia programada desde fábrica. Las grandes compañías de telefonía nos han vendido la caducidad de los aparatos como una forma de progreso frenético, algo consustancial a nuestra actual existencia. Los modelos de terminales electrónicos de bolsillo se encorren unos a otros, impulsados por el apetito de consumidores ávidos. Pero también los televisores, las lavadoras, los ordenadores y los robots domésticos.
Esta nueva era ha proporcionado enormes ventajas pero también acarrea efectos colaterales negativos. La parte buena es que, según los últimos datos del INE, la cobertura de electrodomésticos básicos es casi universal en los hogares españoles. Además, 7 de cada 10 disponen de conexión a Internet y el uso de los dispositivos de comunicación ya no se limita a los jóvenes. La parte mala es que los aparatos eléctricos y electrónicos consumen entre todos muchos kilovatios durante su utilización y demandan una cantidad elevada de materias primas para su fabricación. También generan tras su utilización muchos residuos (en España unos 18 Kg. por habitante y año) que hay que saber gestionar.
Los ciudadanos responsables se acercan a los puntos limpios para llevar los aparatos electrónicos desechados, pero aún así solamente se recicla el 11% de todos los materiales (metales férricos o no, plásticos, vidrio, etc.), según el Ministerio de Medio Ambiente. Las normas dicen que los fabricantes han de poner en el mercado aparatos totalmente recuperables y que estos se han de recoger tras su fin de uso (peaje ambiental que pagamos al adquirir uno nuevo). Se había previsto recuperar 4 Kg. por habitante y año, la mayor parte de los materiales de los grandes electrodomésticos y de los gases dañinos que contienen. Estamos muy lejos de lograrlo, a pesar de que las tecnologías del reciclaje han avanzado muchísimo.
Pero esa dependencia tecnológica tiene además un peaje humano y ambiental. Una pequeña parte de los materiales que contienen nuestras 200.000 toneladas anuales de basura electrónica los recuperan empresas de aquí. Sin embargo, la mayor parte desaparece en vericuetos tóxicos que llegan hasta China o la India, e incluso se roba de los puntos de recogida. Ese terminal de bolsillo que nos apasiona en el encarte publicitario contiene tántalo, es posible que con salpicaduras de semiesclavitud y sangre procedentes de la R.D. del Congo y lugares limítrofes.
Alguien dijo, con razón, que las nuevas minas están en las plantas de recuperación y no en países lejanos. Hemos de implicarnos en la recuperación de los móviles viejos, cargadores, aparatos eléctricos, etc., que guardamos en nuestras casas para que se pueda reutilizar al menos los metales que contienen, algunos tan valiosos como el oro y el cobalto.
En estos momentos, los ingenios electrónicos mejoran en gran medida la vida colectiva. Pero no solo abastecen nuestra vida personal sino que modulan una parte importante de nuestros sentimientos. Para comprobarlo, únicamente hay que mirar a nuestro alrededor y ver manos pegadas a dispositivos electrónicos. Las urgencias vitales que la comunicación y la tecnología nos exigen han enmascarado las ventajas vivenciales y relacionales que ofrecen. A veces da la impresión de que nos hemos convertido en seres electrónico-dependientes en lo material, pero también mentalmente. Tanto que la comunicación nos aísla.
- Publicado el 4 de marzo de 2014 mientras medio mundo vivía pendiente de la llamada de los dispositivos electrónicos para buscar un alieciente suplementario de vida.