Donaciones emocionadas

Cuando uno se entera de que otros seres humanos necesitan ayuda inmediata, el corazón late con emoción. El cerebro humano sabe reaccionar con rapidez ante una catástrofe. Por eso, entre uno y otro activan de forma espontánea procesos neuronales, las emociones, para encaminar el comportamiento altruista. Volcarse en remediar el dolor ajeno es una reacción biológica innata que ya se experimenta en la familia. La misma que nos lleva a ayudar ante desastres como el actual de Filipinas y aquel de Haití de 2009. No nos impactan tanto los de Siria, República Centroafricana, R.D. del Congo o Sudán del Sur. Puede que la razón estribe en que los primeros casos eran desastres provocados por la naturaleza ante las indefensas personas, mientras que en los segundos se entiende que la culpabilidad humana exime de la innata reacción y la consiguiente ayuda altruista. Hay quien opina que es porque las televisiones no se ocupan de enseñarnos  a estos últimos y, en esta sociedad, lo que no se ve no existe. Pero los damnificados sufren en todos lugares, porque la desgracia se cronifica.

El altruismo ante las catástrofes se escenifica en una ayuda personal desinteresada, visible hoy a pesar de los varapalos sociales que sufrimos en esta crisis moral y económica. Por eso no debe extrañarnos que las organizaciones de asistencia social reciban más contribuciones mientras se desmantela el sistema público de ayuda y socorro. Sin duda se debe a que el hecho de ayudar produce felicidad, y de ese ingrediente de la vida estamos bastante necesitados.

Que esta sociedad todavía no está muerta lo demuestra el hecho de que varias ONG cubrieran en unas semanas sus previsiones de ayuda inmediata tras el tifón de Filipinas por donaciones de particulares. Pero, por desgracia o por cansancio, los donantes se implican menos en la ayuda a medio o largo plazo. España, aunque nos pese decirlo, está a la cola de donaciones con respecto a los países de su entorno: solo una quinta parte de los ciudadanos aporta de su bolsillo, cuando en Francia y en Italia rondan el 50% y en otros países como Austria se llega al 90%. Pero también hay datos buenos, como que la cifra de socios regulares de las ONG que ayudan fuera se mantiene e incluso crece (ya alcanzan los 3,5 millones). Una buena señal hace mantener la esperanza: si disminuye la aportación económica anual global, excepto emergencias, es porque los socios rebajan sus aportaciones, pero no abandonan la ayuda. Otra vez la crisis.

Los gobiernos, como siempre, con el pie cambiado. Saben por experiencias pasadas que es necesario centrarse en la prevención y en el desarrollo de intercambios comerciales sin servidumbres excesivas. Cuando hay una catástrofe, siguen enviando comida y recursos que muchas veces se podrían comprar en el país damnificado, lo que conlleva a veces el hundimiento de los mercados locales. Da la impresión de que los ricos aprovechan para desprenderse de sus excedentes comerciales. En España, según los cálculos de la Coordinadora de ONG, los presupuestos del 2014 contemplan una caída del 9,2% para la ayuda oficial al desarrollo, lo que supone alcanzar niveles comparables a los de hace casi 30 años, un 0,2% del PIB. ¿Sentirán emociones nuestros políticos? Se dice que la Agencia Española para el Desarrollo (Aecid) está en riesgo de desaparición después de 25 años de acción solidaria y de lucha contra la pobreza. ¡Qué lejos queda aquella ilusión y compromisos de dedicar el 0,7% del PIB a quienes menos tienen y más sufren en el mundo!

Las organizaciones de ayuda luchan para contrarrestar esa falta. Para ello deben mejorar su coordinación y rentabilizar hasta el céntimo los euros que reciben; no cabe otra opción, si se quiere reparar un poco la vergüenza global. Porque produce indigestión moral conocer que casi la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población, o que 7 de cada 10 personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos 30 años. El título del informe de Oxfam-Intermón es elocuente: “Gobernar para las élites: Secuestro democrático y desigualdad económica”. Gracias a esta y a otras organizaciones nos enteramos de las injusticias. A ver si la emoción nos incita a revolvernos contra los responsables y nos empuja a implicarnos más en las ayudas a las ONG.

  • Publicado el 21 de febrero de 2014. La Ayuda al Desarrollo oficial volaba. El auxilio particular para la supervivencia de otros resitía. ¿Hasta cuando?

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