Utopía educativa

Pronunciar la palabra utopía en una conversación escolar es como ver caer una losa; lo más probable es que surja un silencio atronador, acompañado de bastantes miradas o muecas escépticas, incluso que se escuche algún razonamiento inhabilitador, por más que en cierta forma la utopía reine en la escuela; ¿qué es si no educar a alguien en algo que no conoce, ni se está seguro si lo sabrá después? Para el profesorado productivo de algunas asignaturas –plagado de pragmatismo científico- la asociación tiene mala prensa; incluso dirían que se contradicen o, en plan fino, que es intrínsecamente imposible, como la historia les ha demostrado y la realidad corrobora cada día. Para muchos, la escuela es simplemente un engranaje entre enseñar y aprender que funciona mejor con lo estructurado tradicionalmente; no hay nada que lo haya mejorado. Pero por ahí deambulan también utópicos que se preguntan por el sentido de la educación, que compaginan crítica y propuestas nuevas, que anteponen alumnado a materia.

Aunque la escuela sea imperfecta, acepten que la anómala realidad también puede ser un acicate para levantar el pesimismo que reina en algunos centros educativos. Piensen en algo que parece utópico en su centro, busquen complicidades sobre el asunto, inténtelo y sientan si se han acercado. Cuéntenlo y propongan algo de ese estilo a las autoridades educativas. Quizás ya lo hayan hecho y así están reactivando el sentido crítico de la utopía educativa y rehabilitando el papel emancipador que la educación debería tener, dando recorrido a esos sueños y compromisos que surgieron tras pensar en un mundo menos desigual. Aunque la razón pueda ser pesimista, la voluntad ha de ser optimista.

  • Publicado en Escolar, de Heraldo de Aragón, el 7 de noviembre de 2018.