Cada madre y padre se esmera en educar lo mejor que sabe o puede a sus hijos, enseñándoles caminos, evitándoles situaciones críticas y dándoles todos los ingenios posibles para un crecimiento confortable. Hay quien opina que estos empeños, salvo que haya dificultades serias debidas a disfuncionalidades severas, rayan algunas veces en la sobreprotección. Si así se hace, al empeño se dedican también bastantes abuelos, se corre el riesgo de limitar su autonomía, que se adquiere más por la experimentación que por el adiestramiento severo o la supervisión continuada. Además, si el estilo sobreprotector es duradero se genera una baja tolerancia a la contradicción y la frustración, que impide superar incluso pequeñas dificultades.
En la educación familiar cuenta mucho la paciencia y la contención reguladora, que favorecen el desarrollo del autocontrol, tanto en los progenitores como en los hijos e hijas. Hay que saber decir no a estos, en según qué momentos y aspectos concretos; aunque siempre las negativas deben acompañarse de alternativas. Cuando lleguen fallos, que los habrá, han de ser examinados conjuntamente, la familia al completo, valorando responsabilidades, circunstancias y atenuantes. La hiperpaternidad lleva muchas veces a equívocos con el profesorado de los hijos, evitables con el diálogo razonado. Además, algunos progenitores llegan a ser hiperactivos y cargan de extraescolares el tiempo libre de sus hijos, lo cual les impide jugar de forma desestructurada, con escenarios generados por ellos mismos, tan convenientes a estas edades. Por contra, familias protectoras, o no tanto, toleran que sus retoños se paseen por Internet sin acompañamiento ni educación razonada.
- Publicado en Escolar, de Heraldo, el 10 de octubre de 2018