Pasó el verano; toca volver a las aulas. El curso anterior trajo logros y capítulos fallidos; que habrán sido recuperados ahora por el profesorado. Una parte considerable cambia de destino en la enseñanza pública. Hace tiempo que se hubiera debido resolver el asunto de la movilidad de las plantillas, que se repite curso tras curso en los centros menos favorecidos, de reciente creación o de la zona rural. Por eso, habría que organizar un periodo de adaptación para interinos y sustitutos que llegan a un centro y al momento deben enfrentarse a un escenario del que nada conocen; lo cual va en deterioro propio y de los escolares de la escuela pública a los que deben atender. Por eso parece un acierto, evaluable, la contratación de interinos para tres cursos que ha puesto en marcha Educación.
Cuando en junio acabe este curso, nos gustaría reseñar aquí que la educación obligatoria –la concertada incluida- ha pactado trabajar hacia la universalidad: ayudando a disminuir las injustas diferencias, logrando el cambio de la tendencia “asignaturesca” por otra basada en innovaciones y aportaciones multidisciplinares lanzadas por el profesorado, impulsando la explotación de cada una de las capacidades del alumnado diverso, mejorando las tasas de idoneidad porque se ha podido hacer una atención específica, logrando que el profesorado esté en general contento con su tarea, aprovechando las evaluaciones para generar cambios estructurales y programáticos, disfrutando de mayores recursos económicos y materiales, etc.
Sin embargo, es bastante probable que la educación obligatoria continúe siendo un campo de batalla de los partidos políticos en su campaña electoral. ¡Ojalá nos equivoquemos!