Suele suceder que en verano aprovechamos para relajarnos, para aumentar las jornadas de ocio familiar en las que compartir emociones y rememorar épocas pasadas. La vuelta de vacaciones es un buen momento para retomar proyectos –resolver lo pragmático, aquello que nos va bien, lo que acomoda en la familia y en el trabajo– pero también para compartir pensamientos y reflexiones ante el incógnito devenir que nos espera hasta el siguiente verano, lo mismo en España que a escala mundial. Los medios de comunicación recogen incertidumbres cada día.
Viene esto a cuento de una preocupación creciente de que la sociedad, como conjunto, está sumida en una especie de despiste clínico. Para mucha gente, sobrevivir consiste (al menos aparentemente) en capear la realidad, ajustar rápidamente los tiempos, llevar las relaciones con los demás con personal beneficio y alegría. Si este estado se consolida estamos en riesgo; así parece si miramos a asuntos cercanos -desigualdades, migraciones, empleos precarios, etc.-, cargados de ética, pero ante los cuales predomina la indiferencia. En general, nos entretiene más el ruido, las conversaciones vacías que no generan decencia global. Así, atendemos sobre todo las llamadas de quienes impulsan la vida pública, bien sean ciertos políticos charlatanes o reclamos icónicos en forma de deportistas y artistas, sin olvidar las palabrerías consumistas.
Las tareas cotidianas se acometen de distinta forma según lo que cuestan: trabajar, desplazarse, cultivar la amistad, atender las necesidades familiares, pensar en los demás, cultivarse cultural o emocionalmente, etc. De esta forma se restringe su valor, que se confunde con precio. Frente a ellas cabría rescatar el alcance de los pensamientos y el compromiso para responder a la pregunta: ¿qué sentido tiene lo que hacemos? Como en tiempos de Sócrates, que se interrogaba una y otra vez qué sociedad deseaban sus coetáneos, demasiadas personas imaginan hoy que las cosas son como son y no hay que darle más vueltas.
Frente a estos se posicionan los utópicos, pero no los que mitifican la utopía en lejanos cielos, sino aquellos que comparten una reflexión crítica de la vida, basada en la dialéctica con las personas y el medio ambiente; quienes no ven a las primeras en una armonía paradisíaca ni limitan el segundo a la idealización naturalista. Por eso, cabría invitar a todos a que intercambien alternativas que recojan críticas al momento actual y propuestas de cambio. Esto solo puede hacerse a base de un continuado compromiso, intergeneracional y multiespacial, aunque sepamos que es imposible uniformar la existencia colectiva. De otra forma no conseguiremos justificar nuestro actual presente, como escuchamos alguna vez a Adela Cortina.
El mundo se nos ha hecho demasiado grande para entenderlo, y no es que haya crecido en extensión. El futuro, que siempre será imperfecto, debería convertirse en una dimensión incierta del presente. Este viene enmarcado en fundamentalismos que limitan los espacios con barreras ideológicas y anulan todas las utopías compartidas; también cerca de nosotros crece la intolerancia. Europa se está despojando de las dimensiones éticas que justificaron su unión. Fuera de ella crecen las luchas comerciales y petulancias hegemónicas; las personas casi nada cuentan, menos aún si son de otra religión o no tienen el mismo color de piel. En España, sin ir más lejos, se banaliza la inmigración con datos cruzados sobre los inmigrantes que han entrado irregularmente, los detenidos o internados en centros; mientras los menores llegados solos –con un incierto porvenir– se acercan a 7.000.
El artículo se proponía en su título rescatar la utopía y está argumentado con unos cuantos pesimismos. No duden que la lectura crítica de la realidad puede ser una buena manera de empujar la acción optimista o simplemente transformadora, bien sea por utopía constructiva o por necesidad. Siempre, en este contexto, las metas alcanzadas dan pie para marcar otras, pues de lo contrario se cae en la autocomplacencia. Una pregunta para terminar: ¿están conformes con el mundo de hoy, no solo el más cercano? Pues eso, aunque por ahí haya gente que se contente con esperar a que las cosas cambien, que recomiende ser más pacientes y resignados, o cuya única meta sea ella misma.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 4 de septiembre de 2018.