Pasaron los años del desarrollo en Aragón y el campo quedó al cuidado de unos pocos, que se afanan en recoger los frutos de la tierra. Las migraciones hacia las ciudades deslucieron la vida rural, ahora en manos de los últimos resistentes, demasiado envejecidos. A su lado, el campo otrora cultivado clama su tristeza, a la vez que la naturaleza recupera lo que durante mucho tiempo fue suyo. Este nuevo paisaje rural alcanza grandes extensiones; porque las llamadas para la huida fueron muy fuertes en los años 60 y 70 del siglo pasado y después unas ausencias llamaron a otras. La sociedad en general escucha los silencios rurales pero no alcanza a ver la sostenibilidad del modelo. Las diferentes administraciones no supieron atisbar el futuro para detener la sangría, o hacerla más llevadera; hoy quieren pero no lo consiguen, o quizás el asunto sea ya irresoluble.
En ese doliente camino, alguien se ha parado a pensar y quiere luchar por un futuro que ve ligado al campo: los jóvenes agricultores. Su intención productiva y regeneradora del tejido rural no ha surgido de las ocurrencias de unos pocos, o de la insistencia de las organizaciones agrarias; tiene detrás investigaciones que muestran el estado y las perspectivas de la gente que está dispuesta a vivir del campo. Hace unos meses conocimos el estudio “Incorporación de los jóvenes al campo en España”, elaborado por la Fundación Mundubat y las Juventudes de la COAG. Tras definir el contexto de la investigación y la metodología para sus análisis, se detienen en la evolución demográfica de los agricultores y ganaderos. En Aragón, los titulares de explotaciones han disminuido un 11 % en 10 años, el grado de envejecimiento –los mayores de 55 años- son más del 60% y el relevo generacional que suponen los menores de 35 es muy bajo; también abordan el funcionamiento de los Planes de Desarrollo Rural (PDR) puestos en marcha por las comunidades autónomas.
A partir de ahí, definen en una muestra el perfil de los más jóvenes, entre ellos las mujeres que representan el 28 % de estos, sus niveles de preparación económica y técnica –solo el 21 % tienen un nivel de formación inferior al bachillerato y casi la mitad han estudiado formación agraria-. A la vez que hacen un análisis general sobre modelos productivos, volumen de facturación, renta anual, forma jurídica de sus empresas agrarias, acceso por relevo familiar, etc., También incluyen una serie de propuestas sobre las explotaciones agrícolas y ganaderas que se necesitan: nuevos perfiles basados en la soberanía alimentaria, en los cultivos ecológicos y en la incorporación de mujeres. Para superar las barreras actuales demandan una limitación de la burocracia, el acceso a la tierra, ayudas públicas, la mejora de servicios en el mundo rural y un camino ágil al capital y a los mercados.
Las ayudas directas que podrían lanzar a más jóvenes –mujeres y hombres- saldrían en parte de la PAC. El comisario de Agricultura de la UE, Phil Logan, manifestaba (HERALDO, 16-05-2018) que esa política ha sido mantenida con gran esfuerzo en un momento en que el “brexit” adelgaza los presupuestos. Decía que iba a suponer en la próxima década 365.000 millones de euros para 22 millones de agricultores europeos. El último informe del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA) sobre ayudas directas al medio rural, ejercicio 2016, recoge que en Aragón los agricultores personas físicas menores de 40 años –suponen el 9,55 % del total y cultivan más tierra por titular- recibieron casi 56 millones de euros –un 17,69 %-, casi 4 puntos menos que los mayores de 65 años; a estos incentivos se suman las ayudas al desarrollo rural.
Ahora que tanto se habla de despoblación, cabría preguntarse de nuevo si vivir del campo es una esperanza o acaso una utopía en Aragón -vistos los recientes datos de población rural del INE-. Ante esa posibilidad, hay que estudiar a fondo la situación actual y repensar si una parte del destino como comunidad se escribe en el campo, en clave de juventud, de productos más competitivos por su marca ecológica, de calidad o de soberanía alimentaria, con menos trabas burocráticas, con algo de sentimiento colectivo. Porque del asunto se habla aquí desde hace muchos años y la situación no se resuelve solo con palabras; ¡Ojalá no sea irreversible!
- Publicado en Heraldo de Aragón el 7 de agosto de 2018.