Grillos enmudecidos

Ha comenzado el verano. La naturaleza se viste de gala, se revuelve de múltiples formas, sonidos y colores que cambian a lo largo de una jornada, desde los primitivos destellos del alba hasta que el sol deja de apretar. Las especies animales y vegetales se acompasan con la luz, interaccionan entre ellas, se muestran como queriendo decirnos que también tienen sus momentos de esplendor. Voltaire, tras una dilatada búsqueda, interrogaba a la naturaleza sobre quién era, y ella le respondía que el gran todo, pero que no sabía decir nada más. El filósofo se lamentaba de “la multitud de existencias creadas para ser continuamente extinguidas, de animales que nacen y que se reproducen para devorar a otros y para ser devorados, de seres sensibles que experimentan infinidad de sensaciones dolorosas; la multitud de inteligencias que rara vez conocen la razón. ¿Para qué todo eso, Naturaleza?”

Los científicos advierten de continuas extinciones de especies; ahora mismo los saltamontes, chicharras y grillos europeos están amenazados de desaparición. Lo achacan a la agricultura intensiva, la pérdida de humedales y los combinados efectos del cambio climático. Varias ONG ecologistas aseguran que su desaparición puede suponer una catástrofe para todos aquellos animales que se alimentan de estos ortópteros. El grillo, ese insecto inmóvil y clandestino poemado por Mario Benedetti, que como un constante obrero entonaba ansiedades por saber o por ignorar, desde un mágico rincón de sombras. O esos otros que cantaban a coro a la luna, desdeñados por Antonio Machado en aquellos patios de Sevilla. Acaso uno más rotundo en Unamuno, que en sus “Trece lunas” quería era volver a la infancia: “El grillo asierra la siesta / con serrucho; / para él todo el día es fiesta / poco o mucho”. Quienes hemos vivido en la estepa sabemos cuál es el ritmo de la vida porque los machos marcan raspando –grillando o estridulando estaría mejor expresado- sus alas contra las patas para manifestarse. En Bolivia, Direjná, la abuela grillo de los Ayoreos, provocaba con su canto el agua allá por donde pasaba, hasta que las apetencias humanas le secuestraron la libertad. ¿Sería el mismo canto que contado por minutos ayudó a un matemático suizo a inventar una fórmula para calcular la temperatura ambiente?

En el monte libre la poesía de la vida jamás se extingue, aunque nadie la lleve a un papel. Allí todas las cosas tienen su misterio y “la poesía es el misterio que tienen las cosas”, dijo alguna vez F. García Lorca. Así viaja por la cultura popular, al menos por el momento. Rasca un grillo el silencio perfumado de rosas en las cándidas églogas matutinas dejando el cierre de la jornada para las agudas golondrinas, poemaba en forma de soneto el uruguayo Julio Herrera. Acaso haya que releer, y reinterpretar para hacerse eco de las certidumbres e inseguridades que la vida natural nos muestra, el grillo y la cigarra tal como nos lo contó el romántico John Keats: jamás la poesía de la tierra se extingue porque cuando todos los pájaros callan abatidos por el sol ardiente corre la voz de la cigarra. Cobró forma de cuento en Pinocho, que aprovechó los sanos consejos de Pepe Grillo. Estos insectos fueron apreciadas mascotas en la China milenaria; acompañaron a nuestros abuelos en los primeros decenios del siglo XX, cuando la jaula del grillo colgaba en muchas casas y allí cantaban, a pesar de su falta de libertad. Su concierto –que quedó emplazado en la lengua española asociado a los calores con el nombre de chicharrina- es incansable, se renueva por el cántico del macho, que aumenta sus ardores.

Asustados estamos por el riesgo de encontrarnos en un mundo sin grillos ni cigarras; algunos anfibios, reptiles y pájaros ya han sufrido sus ausencias y han visto mermadas las poblaciones propias. Después vendrán otras desapariciones. Sin ellos tanto la estepa como el campo cerrado morirán de silencios, pero mucho nos tememos que sea el presagio de algo peor. ¿Qué no conocen su canto? Acérquense sin complejos a los espacios libres, al campo, las montañas o la costa; estamos en el mejor momento del año; incluso en la gran ciudad se harán notar. Si todavía no han escuchados a estos ortópteros, pongan sus oídos en Youtube; allí están sus cantos, ¿o acaso ahora son lamentos y peticiones de auxilio?

  • Publicado en Heraldo de Aragón el 26 de junio de 2018.