Se cuenta que andaba Noé ocupado en sus faenas agrícolas cuando quiso experimentar con la vid y enseguida quedó prendado del color de las uvas. Algún año la meteorología debió sazonar muy bien el fruto. Dice el Génesis que el patriarca abusó de los vapores y quedó en tan mala situación, desnudo y atolondrado, que hasta avergonzó a sus hijos. Del suceso da buena cuenta Miguel Ángel, quien lo plasmó con detalle nada menos que en la Capilla Sixtina. También se cuenta que un griego pasado de vino, Dionisios, tuvo mucho que ver en el nacimiento del teatro clásico. Parece que el delirio y el éxtasis coincidían entonces en bebedores y espectadores proclives al entusiasmo. En Roma, cuando Baco impulsaba las orgías apoyadas en el caldo espirituoso, las bacanales, temblaba lo más sagrado de la cultura y la sociedad romana, por eso el Senado las prohibió. Por entonces, el comercio del vino ya constituía una floreciente industria impulsada por los fenicios en los alrededores del Mare Nostrum, y nunca ha dejado de serlo.
Esta relación del vino con el espíritu está presente en las celebraciones religiosas cristianas, como demuestra el episodio simbólico de las Bodas de Caná. El caldo otoñal ejercía de nexo de unión entre lo terreno y lo humano en los monasterios cistercienses, transitaba de la conversión en sangre divina al complemento alimentario en la dieta de los monjes. Gonzalo de Berceo, “el juglar del culto a lo divino” que impulsó una lengua diferente al latín con la que todos pudiesen comunicarse con su vecino, no encontró mejor manera de celebrarlo que con un vaso de vino. Por eso no debe extrañarnos la popularidad de las fiestas de la vendimia desde el siglo XVII. Aquí es muy conocida la de Cariñena, en la que mana vino de la Fuente de la Mora como queriendo simbolizar el nexo renovador entre naturaleza y vida socioeconómica, pero se organiza en todas las denominaciones de origen. Estas celebraciones suponen un canto otoñal a la madre naturaleza por su carácter de finalización de ciclo, antesala del comienzo de un año nuevo, diferente a aquel romano que empezaba en enero. Así quizá lo entendería Goya, que plasmó en su tapiz “La vendimia” el protagonismo de la luz en forma de amarillos y ocres que contrastan con el azul del cielo y las montañas, por eso su pintura se titula también “El otoño”.
El cultivo de la vid ha sido un motor económico permanente; desde la Baja Edad Media hasta la Edad Moderna los vinos españoles se comerciaban con los estados europeos. La filoxera americana de finales del siglo XIX provocó el cataclismo en las vides del campo español y aragonés: en Zaragoza redujo a la décima parte la cosecha en 1909. El “Tren del vino” de Cariñena sabía mucho de estas historias de acelerones y parones productivos cuando llevaba los caldos de Aragón hacia el extranjero. Si hay algo que define al cultivo de la uva es que su esencia permanece desde los mesopotámicos, aunque Pasteur en 1866 lograse avances significativos para eliminar la bacteria causante de que el vino se agriara y sobre la acción del oxígeno en su maduración. Él mejor que nadie conocía la alquimia de aromas y sabores que encerraba el vino, por eso afirmaba que había más sabiduría y filosofía en el vino que en los libros. Se le puede considerar el padre de la enología, pero a Émile Peynaud hay que reconocerle el honor de saber dotar a la elaboración artesana e intuitiva del vino de la investigación necesaria para hacerlo moderno.
La costumbre ancestral de beber vino en las celebraciones explica la permisividad con que se ve el consumo de bebidas alcohólicas en nuestra sociedad. Es preocupante que más de la mitad de los jóvenes ingieran alcohol habitualmente (el 75% lo hacen esporádicamente y cada vez más las chicas) pero solo el 20% beben vino, del que se reconocen algunos beneficios en la salud con consumos moderados. La bebida sencilla que supuso un complemento alimentario durante mucho tiempo ha sido sustituida por otras que aceleran peligrosamente el delirio en el que cayó Dionisios. En el teatro de la vida, el vino casi se ha convertido en un instrumento de marketing. Aunque la vendimia aporta reservas económicas en nuestros pueblos sigue siendo un tiempo pleno de símbolos y de magia, de volver a mirar la tierra para agradecerle su generosidad.
- Publicado el 24 de septiembre de 2013, cuando el generoso campo mediterráneo daba sus últimos frutos del año.