Infancias robadas

Decía Nelson Mandela que la educación era el arma más poderosa para cambiar el mundo y que la mejor cualidad del alma de una sociedad era la forma en la que trataba a sus niños. Por mucho que los tiempos hayan cambiado, la educación sigue siendo el mejor trampolín social a todos los niveles, aquí y en todo el mundo, máxime si se dirige a la infancia. En África tendría un papel especial. El colonialismo de finales del siglo XIX se preocupó de orientar las sociedades hacia la producción de materias primas para la exportación, de aniquilar la autosuficiencia doméstica. Como los dominadores europeos, la mayor parte de los movimientos de liberación que surgieron después de 1960 tuvieron muchas otras prioridades antes que impulsar la educación de su gente. El resultado no ha podido ser más desastroso: pueblos mal nutridos -que han visto esquilmado su patrimonio natural- y ausencia de educación generalizada, más todavía en las mujeres. La estampa dolorosa la componen niños que vagan por las calles de las ciudades en busca del aporte nutritivo que no encuentran en casa.

Decía Nicholas Alipui, Director de Programas de Unicef, que en este 2013 la asistencia a la escuela y un aprendizaje de calidad todavía siguen siendo un reto para millones de niños en África. Estos tienen pocas escuelas a las que acudir pero deben enfrentarse además a dificultades cotidianas como la pobreza y la necesidad de trabajar, lo que les hace madurar demasiado pronto. Hay excesivos jóvenes viejos. Diversas organizaciones se afanan en recaudar dinero para construir escuelas, dotarlas de agua potable y saneamiento, organizar campañas de salud y comidas regulares, etc. Quienes ya tenemos algunos años recordamos que en nuestra niñez ya veíamos a los niños africanos con lástima, acaso sin saberlo por encima del hombro, y aportábamos pequeñas limosnas en los “chinitos”, las huchas cerámicas que nos recordaban la existencia de países lejanos y exóticos. Estremece leer en los informes de la Unesco que casi 60 millones de niños en edad escolar, de los que la mitad viven en África subsahariana, no van a la escuela. Más de uno de cada cinco nunca ha asistido a una escuela o la abandonó antes de completar el último curso de la Educación Primaria.

Desde 1976, el 16 de junio se conmemora el Día del Niño Africano. Ese día miles de escolares salieron a las calles de Soweto (Sudáfrica) para protestar por la escasa calidad de su educación y para exigir su derecho a recibir enseñanza en su propio idioma. Cientos de niños y niñas fueron abatidos. Este mismo día, pero de 2013, Unicef clamaba por otras graves lacras que sufren los niños africanos en el seno de sus propias comunidades. A la ya conocida de la ablación femenina hay que añadir el matrimonio infantil, los llamados “crímenes de honor”, el planchado de los senos y el infanticidio de niñas. La presión internacional es necesaria ahora que Internet todo lo lleva hasta el último rincón, ya que se ha demostrado que en algunos casos es efectiva. ¿Cómo se explica si no que en los 29 países de África y Oriente Medio donde se concentra la ablación, la práctica se haya reducido en un 36% entre las niñas de 15 a 19 años, en comparación con sus madres y abuelas? También en junio, el día 12, se reserva al menos un día para luchar contra el trabajo infantil. En esos pueblos depauperados en los que los niños ayudan en la economía familiar, parece un genocidio social que sean más de 150 millones de entre 5 y 14 años los que desarrollen trabajos inadecuados para su edad. Según las últimas estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 7,4 millones de niños en el mismo grupo de edad se dedican al trabajo doméstico, que llevan a cabo fundamentalmente las niñas. En varios países como India, Filipinas, San Mauricio, etc., ya se ha puesto en marcha una convención de la OIT para eliminar estas prácticas.

Si miramos desde el corazón en el espejo de nuestros hijos podemos entender que hay que luchar por los niños africanos, también por los que viven permanentemente en las calles de grandes megalópolis de Asia y Sudamérica, por los que ahora son aniquilados impunemente en Siria o viven en campamentos de refugiados. Así evitaremos contarles mentiras infantiles cuando les expliquemos qué significa eso de las infancias robadas.

 


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