Es como si la naturaleza tuviera alma. Tortuosa a veces, tormentosa en ocasiones, se nos representa a menudo en una quietud que parece premeditada. Nos abastece cual madre generosa, nos castiga con episodios trágicos como las recientes inundaciones. Tenemos la impresión de que siempre está allí, desde el principio, pero cambia sin parar en una reconstrucción no sincronizada. La vegetación que contemplamos hoy no es sino una imitación de la que en otro tiempo fue. La naturaleza muta en las estaciones y representa el paso del tiempo, pues hay especies que desaparecieron y algunas nuevas que llegaron. Su estampa no es sino un dibujo de lo que hay dentro. Por mucho que nos empeñemos, la lógica natural se encuentra difícilmente; acaso cuando la lluvia generosa hace germinar las semillas latentes. Le ponemos nombre de paisajes: selvas, bosques o desiertos que en realidad no son sino invenciones humanas para poder clasificarla. Decía Delacroix que la naturaleza era algo así como un diccionario, en el que nosotros apenas íbamos dibujando palabras, en forma de sentimientos o huellas visuales. Aunque cada vez más da la impresión de que la naturaleza deja de ser lo que es para convertirse en lo que a nosotros nos interesa.
Nos podemos mirar cual narcisos pintados por Caravaggio en cualquier riachuelo y nuestra figura se enriquece con los colores del espacio sublime. Se nos olvida que los animales que la habitan resisten a base de paciencia, dudas e incluso compasiones, que sin duda existirán en las redes tróficas. Cada uno nos fijamos en pequeños detalles para llevarnos en la retina una parte de la utopía natural. Cuentan que existió un paraíso terrenal, que no tuvo un final feliz. Sin embargo, el mundo vivo que construye la naturaleza permaneció muchos siglos al margen de deseos y placeres mundanos. Allí donde reinó el silencio, solo alterado por voces reproductivas y el rascar del viento, aparecieron los primeros humanos. Las voces precedieron a la ocupación, esta al aprovechamiento vital hasta que llegó la depredación con la primera ganadería abusiva y con la tala inmisericorde. Ahora ya no le es posible, si exceptuamos lugares muy recónditos o espacios naturales especialmente protegidos, retener la memoria. Quedó liberada de la red del tiempo porque el uso del hombre se tornó en infortunio. Se rompió aquella pretensión de Montesquieu de armonizar las leyes naturales con el devenir de las sociedades, en tanto que unas y otras se deberían gobernar por su esencia, su espíritu y su devenir.
Cuando Machado en su poema a José Palacio preguntaba si la primavera vestía ya los chopos y los caminos, si era capaz de dibujar las primeras hojas en los viejos olmos, sabía que la mole del Moncayo blanco daba el fondo de postal a las primeras cigüeñas y que las abejas acudirían a sus almacenes de néctar en las hierbas aromáticas. El poeta andaluz concebía una naturaleza sin desengaños, que acudía fiel a la cita primaveral. Seguramente recordaba a lord Byron, para quien el arte, la gloria y la libertad se pueden marchitar, pero la naturaleza siempre permanecerá bella. Los dos perderían su romanticismo al contemplar sobre todo la tan diferente percepción social de la belleza natural que impera hoy. Es posible que alguna maldad intrínseca haya movido la venganza del hombre contra la naturaleza. Quizás se haya querido tomar revancha de aquello que decía el visionario Plinio el Viejo, de que lo mejor que la naturaleza ha dado al hombre es la brevedad de su vida.
Naciones Unidas denunció esta primavera que la degradación de los humedales, una de las principales reliquias naturales, impide la migración de casi 50.000 millones de aves en todo el mundo. La rápida urbanización de áreas sensibles, el cambio climático global, el uso insostenible de los espacios naturales así como las presiones derivadas de una población humana en crecimiento, etc., ponen en riesgo la vida natural. Tan grave debe ser el deterioro que hasta el presidente Obama ha dicho a los norteamericanos, los grandes fumigadores del aire, que va a poner en marcha un ambicioso plan para la reducción de gases contaminantes. Estamos en vigilia por las incógnitas de futuro. A ver si va a resultar que tenía razón Napoleón, cuando decía que el hombre no puede vivir donde las flores degeneran.
- Publicado el 20 de agosto de 2013, cuando muchos occidentales disfrutaban en la naturaleza de sus últimos días de vacaciones