Casi siempre en la vida resulta difícil congeniar las intenciones educativas con la realidad. En bastantes ocasiones lo que se dice, o se pretende enseñar sobre la universalidad compartida de los derechos, no se corresponde con lo que se ve que sucede. Más de una utopía en el ámbito del bien común ha resultado cercana, y nos hemos lanzado a ella, pero cuesta verla en la realidad. Es el caso de la inclusión educativa: deseable y poco buscada, conveniente y escasamente experimentada, aplicada en ámbitos pequeños y ausente en la vida global, por mencionar solamente algunos contrasentidos. El tiempo pasa; unas situaciones mejoran y otras siguen enquistadas en la cultura social. Será por eso que Unicef afirma en su último informe sobre exclusión educativa en España que nuestro sistema, tras cuarenta años de democracia -en sus estructuras internas debe llevar el sentido de igualatoria- tiene poca capacidad para incluir de verdad a los “diferentes”.
El informe asegura que la inclusión educativa resulta ineficaz porque sus medidas van dirigidas únicamente a dedicar una especial atención al grupo de alumnos problemáticos o excluidos y esta práctica apenas tiene incidencia en el conjunto del sistema. Seguramente falla tanto en sus políticas educativas como en sus metodologías de aula. Así es muy difícil generar pertenencia a un proyecto común en los intervinientes en el proceso, ni siquiera compartir la corresponsabilidad del alumnado o establecer un vínculo de implicación sólido de este con su proceso educativo. Así se llega a la exclusión visible u oculta, que tiene diferentes formas y al final es un proceso acumulativo que se hace evidente sobre todo en Secundaria. Todavía persisten en la gestión educativa, también en nuestros centros, espacios de sombra que hay que iluminar. Si quieren debatir lo que dice el informe en su claustro, hablar sobre aquello con lo que está de acuerdo o en descuerdo, hacer su escuela más inclusiva aquí va el enlace.
*Publicado en Heraldo escolar, pág. 6, 21 de febrero de 2018.