Despilfarro de alimentos

Las fiestas navideñas están llenas de momentos de satisfacción colectiva; toca recuperar contactos desatendidos y reforzar otros conservados. Una parte de quienes buscan afectividad la desarrollan en torno a una celebración, compartiendo productos exquisitos cuyo precio experimenta los flujos propios de un comercio consumista. Pero se acabaron los posibles excesos alimentarios. Toca volver al mercado y recuperar para la cesta de la compra su composición natural, acaso más cargada de víveres poco grasos y aligerada de azúcares y bebidas estimulantes. En las semanas previas a la Navidad los productores y comerciantes hacen acopio de productos para vender, que muestran con sus mejores galas. Desearían vender todos, pero una buena parte de ellos, como sucede todos los años, no se consumirán y habrá que tirarlos; aumentará el cotidiano desperdicio de alimentos en el mundo rico, incrementando un despilfarro consumista que nunca se sacia.

Al mismo tiempo, la malnutrición y el hambre castigan a más personas en los estratos sociales pobres por todo el mundo, incluso en nuestras ciudades, plenas de desigualdades. Las adversidades nutricionales alcanzan proporciones de desastre humanitario. Hace un par de meses la FAO denunciaba que alrededor de 815 millones de personas, el 11 % de la población mundial, pasa hambre; la cifra se ha incrementado casi un 5 % con respecto al año anterior. Emergencias vitales y desigualdades crecen debido a las guerras y el cambio climático, que provocan la consiguiente reducción de los medios de vida y el aumento del precio de los alimentos. La contradicción global que supone que una pequeña parte de las toneladas que unos tiran supondría un tesoro para otros pone de manifiesto la irracionalidad, ineficiencia e injusticia radical del sistema de producción, distribución y consumo de alimentos.

Quienes en el mundo rico se desentienden de resolver el hambre por la imposibilidad de hacer llegar los alimentos sobrantes a lugares lejanos olvidan que una buena parte de quienes padecen malnutrición realizaron una reconversión agrícola para entrar en nuestros competitivos mercados, que no tienen ningún miramiento social. No debemos esconder -tanto si miramos hacia fuera como dentro de nuestras fronteras- que, cuando los desperdicios son alimentarios, nos adentramos en materia de derechos humanos.

Afortunadamente hay gente preocupada por estos desaguisados sociales que programa acciones para hacernos ver los desarreglos alimentarios. Hace unos meses la Federación Aragonesa de Solidaridad y Feeding Zaragoza, con el apoyo del Ayuntamiento de Zaragoza, dieron de comer en la plaza del Pilar a unas 5000 personas con alimentos en perfecto estado desechados por algún defecto estético, por estar algo maduros, porque su fecha de caducidad estaba próxima o porque eran excedentes de producción y eso rebajaba su precio. La acción quería denunciar que en el proceso de la gestión de los alimentos -incluye la producción, el envasado, la distribución y el consumo- se desperdicia una tercera parte de lo que se produce; al mismo tiempo, 1 de cada 9 personas pasa hambre. El hambre o la malnutrición también afectan a personas que viven cerca de nosotros, por eso los voluntarios del Banco de Alimentos se sitúan en los grandes comercios solicitando que los compradores añadan algo a su cesta para quienes necesitan paliar sus estrecheces vitales.

Hoy no es necesario producir más alimentos para acabar con el hambre en el planeta; al menos eso afirman la FAO, la OMS y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que seguro saben mucho de este asunto. Hace falta especular menos con la comida, empezando en la Bolsa de Chicago, que es donde se marcan los precios, pasando por grandes superficies y restaurantes, y terminando por los hogares. Al final, en España anualmente se tiran a la basura 7,7 millones de toneladas en forma de pan y cereales, frutas y verduras, lácteos, pastas y legumbres, etc. -de ellos un 42 % en los hogares-, que valen 3000 millones de euros (HERALDO, 13-12-2017). Además, el despilfarro de alimentos lleva parejo un inútil gasto de energía y agua, una ocupación del suelo irracional y un evidente deterioro para la salud. La cesta de la compra debe recuperar la cordura alimentaria, que es un ingrediente social, universal.

  • Publicado en Heraldo de Aragón el 9 de enero de 2018, pág. 25.