Etiquetados

La vida consiste en recorrer un camino enmarcado por el tiempo. En ese ir y venir, acertar o equivocarnos, juegan un papel primordial las señales que nos orientan; a los humanos nos da seguridad guiarnos por etiquetas. Dicen que el origen de esta palabra es el francés “estiquette” y que estuvo ligada desde el siglo XIV a unas señales colocadas sobre una estaca en un lugar público. Con el tiempo se asoció, sin la ese, a una inscripción en los actos judiciales y sirvió para los ceremoniales palaciegos; también ha quedado en nuestra vida en forma de tique, ese boleto que porta claves que nos dejan acceder a muchos sitios.

Cuando empezábamos a librarnos de los antiguos refranes –otra manera de marcar– nos siguen conduciendo las etiquetas, que en demasiadas ocasiones vienen adornadas de estereotipos. De hecho, nuestro cerebro asigna al momento una serie de atributos a casi todo: una persona conocida (o no), mujeres u hombres, un simple objeto o un artilugio complicado, un barrio o ciudad determinada, los habitantes de un lugar o país, incluso el tiempo. Tanto que esas resistentes marcas resultan difíciles de separar de su referente. Además ahora se les han añadido los logos o iconos de la mano de la publicidad y las redes sociales. Estos han tomado la regulación de nuestras vidas, de lo que nos gusta, de nuestra manera de ser. Nos previenen o nos dicen qué debemos hacer ante esa señal, incluso cómo debemos sentirnos o emocionarnos. Se diría que la cotidianeidad está rotulada para no perdernos, pero en este asunto también se esconden trampas.

El diccionario atribuye a la palabra etiqueta el bien obrar (protocolo, fórmula, rito, etc.), que siendo prácticos se podría resumir como “donde estuvieres haz lo que vieres”. Pero esas pistas también las portan los alimentos o productos que consumimos. Nos mantienen informados: aunque no entendamos buena parte de lo que en ellas se dice, o no veamos las letras y como consecuencia les hagamos poco caso, se supone que los fabricantes habrán priorizado en ellas el bien obrar. Entre todas las señales en forma de etiquetas –más asociadas a sinónimos como rótulo, sello o marca que también les da la Academia de la Lengua Española– hay que colocar en un lugar preferente a los “emojis”, pues marcan nuestra comunicación. Los emoticonos inundan los contactos personales y colectivos, ya sea en WhatsApp, Telegram o Twitter; hasta los políticos los utilizan cuando quieren decirnos algo. La vida social viaja enteramente por ellos de tal forma que parece que quien no está enganchado a la red ha perdido sus señales vitales. Incluso Facebook  se inventó el “Día Mundial del emoji”, razonado en que quienes nos movemos por esas redes enviamos más de cinco mil millones de ellos cada día. Eso sí, los más utilizados son los que muestran risa o corazones.

Hay etiquetas empeñadas en que la sociedad sea amable con el medio ambiente y de las cuales nos gustaría hablar aquí. La etiqueta ecológica europea (EEE), que se conoce también con el distintivo Ecolabel, identifica los productos –no solo alimentos– que cumplen unos rigurosos criterios ecológicos. Las empresas se sujetan a estos al elaborar productos de la máxima calidad y respetuosos con el entorno, y los consumidores podemos elegirlos con fundamento. Hoy la llevan en toda Europa alrededor de 40.000 productos o servicios. La marca de calidad ecológica está presente en el sello de la agricultura ecológica (EU Organic Bio Logo), el que nos asegura que los bosques con los que se elabora el papel o la madera están bien gestionados (FSC), el que limpia la cosmética (Natrue), ese que nos certifica el textil (GOTS-Global Organic Textil Estandar), el pescado como debe ser (MSC-Marine Stewardship Council), la leche buena de verdad (PLS) y bastantes más. Todos estos tienen algo de protocolo, fórmula o rito y también de sello y marca, como dice la RAE, pero todavía no son emoticonos famosos. ¿Quién sabe si con el tiempo? Por cierto, estamos en Navidad, acaso el periodo más plagado de etiquetas en forma de productos consumidos y comportamientos expresados; vigilen ambos, reflexionen sobre ellos con quienes comparten su vida y háganlos auténticos y generosos. Probablemente, cuando hayan leído este artículo no les habrá costado mucho poner una etiqueta a su autor.

  • Publicado en Heraldo de Aragón el 26 de diciembre de 2017, pág. 26