Un objeto bello nombrado de una forma precisa: eso es una cesta. La palabra viene del latín “cista”, que significa recipiente profundo de mimbre pero también caja o cofre. Actualmente se asimila a lo que se compra; por afinidad, la cesta moderna contendría todo lo que sirve para vivir. A pocas personas se les ocurriría emplearla para contener agua, pero en la familia de cesta, que por cierto es muy corta, está cisterna. Ambos recipientes, protagonistas de historias y leyendas, contienen alimentos y otros objetos pero también guardan ilusiones o materiales que impulsan la vida en sus múltiples formas; son aceleradores de economías y disfrute personal y sostienen el futuro.
La actual cesta del agua es una cisterna que se identifica únicamente con embalses, ahora mismo casi vacíos. Vivimos un trastorno climático en donde cada vez llueve menos –la primavera fue la más seca desde 1965 según la Agencia Estatal de Meteorología y el otoño ya estamos viendo cómo viene –. Así es muy difícil que los ríos provean de las reservas hídricas que se asignaron las comunidades autónomas en sus estatutos, echadas atrás por el Constitucional. Frente a esta falta de precipitaciones, que se prevé que no sea episódica, hay usuarios en Aragón y España que piden más cisternas, incluso trasvases intercuencas. Es más, las cisternas funcionan a menudo como cestas y dejan escapar ingentes cantidades de agua que se malemplean por toda España en prácticas agrícolas anticuadas –persisten riegos por inundación, a la vez que cultivos tradicionales como olivar, almendros y vid son ahora grandes consumidores de agua–, se aumentan las superficies regadas, las redes de distribución hacen agua y los ciudadanos la derrochamos. De hecho, en Zaragoza –un ejemplo hasta ahora- sus vecinos están gastando de media 2,8 millones de litros diarios más que hace un año.
La huella hídrica no deja de crecer por todos los lados. En Aragón, el volumen de agua que se consume en producir bienes y prestar servicios está sobredimensionado por la cantidad de productos agroalimentarios que se generan, muchos de los cuales se exportan; se han cifrado en seis millones las personas de fuera que dejan aquí una parte de su huella hídrica. Pero además a la cesta van a parar muchos materiales que la contaminan, con lo que el agua deja de ser ella misma (menos y de peor calidad). La depuración del agua en Aragón soporta agujeros tremendos de los que el asunto de las plantas de tratamiento no construidas y el pago del ICA (impuesto de contaminación del agua) son solo dos ejemplos. Al mismo tiempo, los ríos pierden sus caudales ecológicos.
Los mejores recipientes del agua son unos buenos usos sociales. Se llenan con sentido común y una correcta gestión; los agujeros se tapan con eficiencia y con la conciencia de que el agua es un bien universal. En estos tiempos de sequía –a finales de noviembre los embalses de la cuenca del Ebro estaban al 43 % de su capacidad, en España un 28 % menos que la media de los últimos diez años– no dejan de sorprendernos los datos de una encuesta que la consultora A+M elaboró para HERALDO (13-11-2017): la sequía resulta un problema ajeno para el 77 % de los aragoneses y más de la mitad no utiliza ningún método para ahorrar agua en el hogar, todo a pesar de que el 62 % relaciona la acción del hombre con la sequía. Paradójicamente, la carencia de agua en Aragón era endémica para el 75 % de los que respondieron.
Si las encuestas son el reflejo fiel de la realidad –parece que sí ante muchos comportamientos y demandas excesivas–, es evidente que a título personal y como colectivo se ha perdido la cordura, o se prefiere esperar a que lleguen las restricciones. La cisterna es una cesta casi vacía por la falta de precipitaciones, pero sobre todo con enormes grietas de dejadez por donde la escasa agua se escapa. Un ejemplo de fuera de aquí: pretenden construir una playa en Alovera (Guadalajara), zona con fuertes carencias de agua, que tendrá una lámina de 25.000 m2, una simpleza de corto provecho y largo alcance. ¿Se acuerdan de aquel Gran Scala en los Monegros que removió las inteligencias hace ahora diez años? ¡Qué poco han cambiado los promotores de megalomanías! Mientras el tiempo encuentra su medida, la sequía del pensamiento se extiende y vacía la cisterna del agua.
- Publicado en Heraldo de Aragón en la página 33 del 12 de diciembre de 2017.