En los últimos meses hemos vivido situaciones meteorológicas extremas: sequías junto con destructoras descargas de agua. Cuando se desata uno de esos episodios poco se puede hacer excepto proteger a la población; sin embargo, vale mucho lo que se prevé antes para evitar su sobredimensión. Así lo aseguran los científicos que investigan cómo anticiparlos y disminuir sus efectos. La OMM (Organización Meteorológica Mundial) constata que estos eventos climáticos son 4 veces más frecuentes que en 1970 y avisa de que esto puede ser el preludio de climas extremos. Para atestiguarlo basta con acceder a la Web del CRED (Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres) de la Universidad de Lovaina. La iracunda incertidumbre marca los tiempos; su extendida ignorancia hace pedazos la supervivencia global. El pánico tras una catástrofe se disipa pronto; la inacción resiste a las malas noticias y atrapa a gobiernos y ciudadanos.
España se encuentra entre los países que se verán más afectados por el cambio climático: las olas de calor de este verano han alcanzado récords de temperaturas y duración, que han llevado a una sequía del suelo generalizada, algo conocido aquí pero que puede causar arideces irreversibles. Esas olas de calor y la sequía meteorológica –los embalses de España no llegan al 40 % de su capacidad– han tenido bastante que ver en la virulencia de los incendios que han afectado a Portugal o Galicia. Además de los negativos efectos ambientales están los sociales y económicos. Hay investigaciones del periodo 1972-2012 del CSIC que demuestran que el deterioro de la salud de las personas está relacionado con la superación de umbrales de temperaturas extremas; en estos periodos, el riesgo de mortalidad puede aumentar entre un 10 y un 20 %. ¿Puede haber algo potencialmente más peligroso si es acumulativo?
Detrás de todos estos zarpazos de clima extremo, visibles también en lluvias torrenciales, están el calentamiento de las aguas oceánicas y la modificación de sus corrientes, que no intercambian como antes su energía con la del aire y la tierra. Una ojeada a la Máquina del Tiempo Climática (Climate Time Machine), accesible fácilmente en Internet, ilustra sobre la evolución en los últimos 15 años del hielo marino y el consiguiente aumento del nivel del mar, de la acumulación de ciertas emisiones al aire –lo cual mata a millones de personas cada año– y del incremento de la temperatura global; signos que alertan de una inflexión climática. Contribuyendo a que todo se complique y acelere aún más está la acción humana, persistente y creciente a pesar de los buenos deseos. En este escenario de cambio climático, gobiernos y ciudadanos debemos adaptarnos a la situación y mitigar las responsabilidades que tengamos en la cogeneración del despiste que nos cobija actualmente, aunque se sepa que tardaremos varios años en apreciar sus efectos positivos. Hay iniciativas como Comunidad #PorElClima que nos sirven de espejo, proyectan la imagen integral de lo que es necesario hacer y nos animan a actuar ya con pequeñas cosas, cada día.
Casi nada del clima es como decían los manuales con los que aprendimos o que manejan los actuales estudiantes. Pocos libros alertan de que hemos antropizado el clima y ya no obedece a sus ritmos naturales, de por sí cambiantes. Quizás esa sea una de las razones de la incredulidad general.
Llevamos un tiempo con suficientes episodios climáticos extremos para demostrarnos lo del calentamiento global. Hace unas semanas se celebró una nueva Conferencia sobre el Clima COP 23 en Bonn, que confirmó los malos presagios. ¿Llegaremos a creerlos y recompondremos nuestros hábitos? El principio de precaución nos revela que quedan unos tres años para hacer una revolución drástica en nuestras vidas, que estos zarpazos meteorológicos ponen en riesgo la supervivencia colectiva –pocos países se salvarán al final de este siglo–. La reconversión ecosocial pasa por descarbonizar nuestras actuaciones, limitar las climatizaciones domésticas, economizar la energía en el transporte y en el sistema productivo. En síntesis: plantearnos todos el decrecimiento como estrategia social acordada, al contrario de lo que hacemos ahora, dejar que toda la vida la rija el PIB. Quizás así las esperanzas sean ampliamente compartidas.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 28 de noviembre de 2017, pág. 29.