Calla quien tendría mucho que decir: la mayoría silenciosa. Da la impresión de que esta ni siente ni padece, pero no. Simplemente perdió la capacidad de expresarse. La sociedad –un singular lleno de complejas pluralidades- es algo, o bastante, autómata. Acaso porque está aburrida de escuchar monólogos, o intuye que esos que hablan a menudo -comunicadores y políticos- no dicen lo que se supone que piensan, sino que buscan convencernos de aquello en lo que probablemente no creen. Así las informaciones acaban a menudo en medias verdades, forman madejas en las redes sociales de las que es imposible entresacar algún cabo que nos ayude a seguir un episodio. La sinceridad ya no se valora pues la sospecha ganó su sitio, ayudada de tantas palabras huecas. Y sin embargo, ahí está la gente, callada, sin discrepancia, esperando para hacer lo que se ajusta a las convenciones vigentes o a las expectativas de otros. Vociferan unos pocos, pero enmudece la mayoría. Así no hay manera de reconocer quiénes somos, o hacia dónde queremos ir. No es porque la sociedad viva en un permanente estado de congratulación pues en círculos pequeños sí habla o grita para quejarse; casi siempre de lo que hacen los otros.
Los nuevos espacios políticos todavía nos han enredado más; confiábamos en encontrar asideros de referencia. Pero han aumentado nuestra mudez. Al tiempo, leer cierta prensa o escuchar lo que se dice en televisiones y radios –necesario para ser ciudadano- es un ejercicio valeroso, pues llega a ensordecer; te sume en la inseguridad o te aísla de las soluciones. Lo que nos rodea se ha convertido en reclamo publicitario. El combate público por la atención ha podido sobre la consolidación del pensamiento crítico; no ha estado a la altura de los desafíos a los que debemos hacer frente en España o en el mundo, tanto que ha sumido a demasiada gente en la fragilidad. Da la impresión de que el territorio colectivo ha sido abolido, la dificultad de verlo ha llevado a muchos a certificar su desaparición. Qué pena que las palabras dichas o escuchadas rara vez se transformen en ideas compartidas. Entre unos y otros, han conseguido que la conciencia del ciudadano se ausente. Aun así, ¿cómo se puede permanecer silencioso en un momento histórico en el que una buena parte de la esencia del vivir colectivo lo marcan las máximas que se expanden vía Twiter o Facebook? Cuanto más ruido hay menos ideas dialogan.
La sociedad huye de sí misma, en un espeso fondo de humo gris; cuando llega a saber lo que quiere no se atreve a decirlo. Al final, la gente se contenta con pasar los días en industrias y andanzas varias; de la mayor parte apenas queda una marca superficial en el ideario personal. El tiempo transcurre extraviado, mojado por dolorosas noticias de cerca o lejos; de ambas apenas guardamos en la memoria social tenues ecos. España, Europa y el Mundo se quedaron en un proyecto estancado, cercados por barreras. Encerrados en cápsulas brillantes, se nos anuncian esplendores que dicen ser las esencias patrias, las que identificarían como colectivo. Aumentan o disminuyen las intensidades según quien las pronuncia, bastantes veces distorsionan la realidad valiéndose de imágenes. Después comprobamos que eran una vaga ilusión, o directamente un engaño, no exento de contrastes tragicómicos por sus afecciones al sentido común. Estos episodios, cortos o largos en sus esencias y existencias, nunca parecen terminar; los desencuentros entre la gente componen al final ejércitos ordenados para la batalla.
Pero no cabe rendirse. Es preferible pensar que se trata solamente de cuestiones de enfoque, que las conductas opuestas se pueden modificar con diálogo. Antes de abandonar el futuro debemos participar en la búsqueda del bien común con inteligencia colectiva, por más que las aguas que la traigan discurran frías y lejos de todas partes, pero seguro que nos recuerdan caudales conocidos: equidad, esperanza, utopía social, incluso democracia. Tengamos ojos y oídos abiertos hacia los demás. Por si acaso, aunque nos tachen de ilusos, escribamos con el dedo los deseos éticos en el limo para que se vean desde el cielo, que en algún momento será nítido y azul porque lo habrá despejado la lucidez, cuyo ensayo es más necesario que nunca para que el futuro se haga comprensible.
- Publicado el 19 de septiembre de 2017 en Heraldo de Aragón, pág. 23.