El turismo, como buena parte de los ámbitos de la vida en común, es un compendio de relaciones sociales, económicas y ambientales. De la posición más o menos compensada de cada uno de los componentes surge la relevancia en el presente y se asegura un buen devenir en el futuro. Sin esta prevención no se dimensiona adecuadamente la euforia de algunos sectores económicos y administrativos cuando las cifras provocan el optimismo. HERALDO (14 de mayo de 2017) destacaba en grandes titulares que el Pirineo preveía la llegada de 700.000 visitantes durante este verano, habida cuenta de las expectativas generadas tras un espectacular aumento del turismo de invierno y de la histórica Semana Santa. También recogía el artículo que este espacio, dejando aparte a la ciudad de Zaragoza, atraía al 60 % de los visitantes veraniegos. Dicen los entendidos que estos incrementos se producen por la mejora hotelera, por la proliferación de segundas residencias y por la eficacia de las campañas de la administración en ferias de promoción. Aseguran las mismas fuentes que esto es un indicador del buen estado económico de un país y conlleva un mayor aumento del empleo, que es como decir que la sociedad mejora. Pero todo admite (o necesita) variadas lecturas, dado que se han producido aglomeraciones de visitantes que hacen peligrar los espacios de atracción, especialmente los más frágiles. Enclaves singulares y ocupaciones masivas congenian mal. Valga como muestra las restricciones obligadas en Ordesa –más de 600.000 visitantes en un año, con los riesgos ambientales y personales que la situación comporta–. Nadie olvida las penurias de abastecimiento de agua en La Puebla de Castro y otros muchos pueblos que ven quintuplicada su población en fechas veraniegas sin tener los servicios públicos adecuados, generando a la vez contaminación de las aguas por ausencia de las depuradoras prometidas. Ha habido episodios lamentables como el masivo asalto al Salto de Bierge, que ha sido regulado por las autoridades. Alquézar se inunda de gente en fechas concretas y la caravana de coches se repite en forma de paseantes ociosos por los recorridos naturales o de barranquistas no preparados por los cañones de Guara. ¡Qué decir de las procesiones en el Paso de Mahoma en el Aneto! Fuera de la provincia de Huesca también encontraríamos ejemplos de invasiones turísticas episódicas.
El Gobierno de Aragón ya organizó en 2005 unas jornadas sobre esta dimensión turística; así se constata en su Web. En Fitur 2017 el enclave de nuestra comunidad era un árbol del que colgaban turismo sostenible y naturaleza. Hace años leímos un informe de la Universidad de Zaragoza elaborado para las Cámaras que planteaba aprovechar la oportunidad del turismo sostenible. Cuando el sector turístico representa el 8 % del PIB y puede que el 10 % del empleo, hay que ser muy cuidadosos para no oscurecer su futuro. La sostenibilidad del turismo es una cuestión de gobernanza, de la que están alejados modelos de negocio o destinos que solo priman el incremento de usuarios, para lo cual se propone la construcción de ejes carreteros sobredimensionados y ocupaciones del espacio agresivas; valdrían como ejemplo los valles de Tena y del Aragón. En estos modelos turísticos chocan claramente economía, sociedad y medio ambiente; se conjugan mal presente y futuro. Los diagnósticos sobre el turismo ya se han hecho, ahora hace falta tomar decisiones por parte de las autoridades autonómicas y locales. Hay que hacer efectiva una regulación ahora mismo y con vistas a medio plazo. Habrá que pensar si son necesarias las tasas ambientales –algunos ayuntamientos ya las están ensayando– y cómo aprovechar estas para mejorar los espacios. Seguro que se necesitará mucha pedagogía fina, y alguna limitación para demostrar a los usuarios su conveniencia, porque demasiadas veces estos se conducen con escasa sostenibilidad en los territorios que visitan; lo sufrió el urogallo de Senarta, pero la lista de atropellos a la biodiversidad sería larga.
En el Año Internacional de Turismo Sostenible debemos convertir Aragón en una referencia en excelencia ambiental –no caben aquí bares o urbanizaciones en el pico más alto– que asegure la potencialidad económica y social de sus gentes y renueve la vertebración del territorio.
*publicado en Heraldo de Aragón, pág. 23, el 25 de junio de 2017.