Muchas veces utilizamos los comportamientos de los animales para tratar de explicar algunas de nuestras reacciones. Se supone que los humanos, más inteligentes y modernos que ellos, tomamos retazos de su manera de vivir, de su organización social, y los incorporamos más elaborados a la nuestra. Esopo, el gran fabulista griego, nos dejó más de 300 escritos cortos sobre animales con moraleja para las personas. Sus fábulas, como las de La Fontaine o Samaniego, son textos sencillos. Se utilizaban a menudo para ejercitarnos en la lectura en la escuela de la posguerra, pues su matiz moralizante venía muy bien en aquellos tiempos de penuria. En varios relatos de esos fabulistas se alaba la laboriosidad y la previsión de las hormigas. En verdad, a los chicos del pueblo nos interesaban poco estos insectos. Aunque nos intrigaban sus idas y venidas, deshacíamos sin pena sus hileras recolectoras o escarbábamos en sus hormigueros para fastidiar.
Poco a poco empezaron a interesarme los insectos gregarios y en particular las hormigas; estas me parecían menos peligrosas ya que con algunos de los otros ya había tenido experiencias dolorosas. Me enteré de que su colonia, no el individuo, es la unidad que da sentido a sus vidas y que por esta razón todas le profesan una lealtad sin límites, tanto que los conflictos entre diferentes colonias de la misma especie son frecuentes, más incluso que los que mantienen los humanos. De hecho, se ha constatado que las hormigas son capaces de utilizar la propaganda y el engaño para derrotar al enemigo, así como la hábil vigilancia. Será por eso que desde que aparecieron hace casi 100 millones de años se han expandido por todos los ambientes. Conocí que algunas son muy egoístas, especialmente cuando se trata de preservar los derechos de reproducción. Su capacidad de sacrificio, elogiada por Tomás de Iriarte en una de sus fábulas, parece que se convierte en la gran estrategia de la vida social. Siempre están dispuestas a darlo todo, incluso la vida, por su colonia.
Sabemos que las hormigas ejercen una enorme influencia en la naturaleza. Transportan semillas y así dispersan la vegetación, remueven el suelo y recogen gran cantidad de materia para sus factorías de hongos productores. Depredan animales, especialmente arañas e insectos. Son tan diferentes unas especies de otras que no es extraño que hayan ocupado todo el mundo y hayan crecido sin parar, tanto que su biomasa total sería superior a la de la especie humana.
Pasado un tiempo disfruté con “Hormigaz”, esa película animada que describe las tensiones propias de dos hormigas que piensan y desean ser individuos, y no un número, dentro del colectivismo autoritario de la colonia. Poco a poco, fui cambiando la imagen idílica de la que nos hablaban las fábulas. Me enteré de que, si pueden, las hormigas modelan la vida global a su antojo, como los humanos. Se diferencian de nosotros en que responden rápidamente a cualquier alteración del ambiente, porque saben que raramente se les da una segunda oportunidad y no tienen una inteligencia emocional construida.
En suma, la organización de la colonia -la función de cada uno de sus miembros- es extremadamente rígida y compleja. Ese concepto de supraorganismo condicionado fue utilizado por los detractores de Marx para acusarlo de querer convertir a toda la población en hormigas especializadas. Orwell profetizaba para 1984 un “Gran Hermano” que todo lo vigila. Este se sustancia ahora en un ente cibernético que nos tiene a todos fiscalizados y encamina, sin que nos demos cuenta, parte de nuestros sentimientos y ocupaciones. En el entramado democrático actual, el “Gran Hermano americano” y cada uno de nuestros gobiernos nos espían con la colaboración de las grandes empresas digitales. Parece que hemos preferido la seguridad de la colonia, aunque eso suponga una vulneración de los derechos de la libertad. En el hormiguero, como en nuestro mundo, no todo es paz y armonía; el conflicto y la dominancia son habituales. Frente al destino no imaginado, el espíritu de cooperación y el sacrificio genético de las hormigas, tenemos una gran capacidad de pensamiento y algo de solidaridad para convertirlos en ética. Ese debería ser el argumento de vida en nuestra colonia, que para eso somos también una especie social, ¿o no?
- Publicado el 19 de noviembre de 2013 mientras mucha gente en Europa seguía agobiada por la crisis y las maniobras bursátiles de las primas de riesgo. Del resto del mundo no llegaban, o no escuchábamos noticias. La desigualdad entre clases, países, crecía.