Este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, se ha visto empañado por la decisión del presidente Trump de retirar a EE.UU. –el segundo contaminador mundial- del tratado de París 2015, el último empeño colectivo por detener el cambio climático. Los medios de comunicación han lanzado malos augurios sobre el abandono. Habrá que ver si esas alarmas suscitan la lógica reacción. Desearíamos que toda la sociedad (gobiernos, empresas y particulares) hubiese avanzado más en su preocupación ambiental y como tal se posicionase contra el negacionista americano. Por ahora, la defensa del medio ambiente no parece una necesidad; aquí tampoco. Según recogía HERALDO (23 de abril de 2017), que solo un 1,3 % de los aragoneses la situaban entre nuestras tres dificultades más importantes, aunque padezcamos ya, entre otros efectos graves, la contaminación del aire de las ciudades y su incidencia en la salud, la escasez de agua en los ríos y su mala calidad por falta de depuradoras o las amenazas a la biodiversidad incluso en espacios protegidos; además de que la desertificación y el cambio climático perjudicarán mucho el día a día, incluso más al mundo rural –se prevén exiguas cosechas de cereales, como va a ocurrir este año, y desplazamientos en altura de especies leñosas-. Estas y otras afecciones deterioran tanto nuestra existencia como el futuro económico de Aragón, por los recursos económicos que hay que detraer para mitigarlas y los que se dejan de producir.
Decía un reciente Ecobarómetro para España, financiado por Endesa, que la situación ambiental no se asocia a la calidad de vida. Los encuestados manifestaban que sus niveles de conocimiento en estos temas -que obtenían de los científicos y las organizaciones ecologistas, desdeñando la información de los medios de comunicación, los partidos políticos y las administraciones- eran escasos. Aunque mucha gente decía ser consciente de que debe cuidar la naturaleza y hacer más por ella –ya están muy asentadas ciertas medidas proambientales (triaje de residuos, uso de bombillas de bajo consumo)-, la conclusión final evidencia que la cultura ecológica vivida se puede considerar media-baja y que los acuerdos de París se desconocen; todavía no se entiende la necesidad de la participación en actuaciones colectivas a favor del medio ambiente global, por ejemplo reduciendo el uso del transporte privado.
Este trabajo dedicaba un tratamiento especial a los encuestados comprendidos en la franja de edad entre 18 y 35 años. Estos reconocen que en la escuela han trabajado aspectos relativos al medio ambiente –figuran en los desarrollos curriculares– pero se quejan de que el tratamiento fue insuficiente y faltaron sobre todo los contenidos relacionados con energías renovables, estilos de vida, cambio climático, etc. Además, estos temas se enseñaban de forma tradicional: apenas se hacían proyectos prácticos en grupo, no se buscaba el trabajo entre varias clases y el uso de Internet era escaso. Peor aún, los jóvenes opinaban que las cosas no iban a mejorar mucho. Por aquellas fechas conocimos una investigación de una profesora del Fuhem (Fundación Hogar del Empleado) que alertaba de que el alumnado de ESO puede terminar su formación sin conocer realmente qué es y qué puede hacer frente al cambio climático. Mal asunto, con las incertidumbres ambientales que tenemos para el futuro.
Da la impresión de que la lectura crítica de la vida en común, que a todos atañe y es necesaria ante los serios desajustes ambientales, solo preocupa de verdad a unos pocos; a Trump ya vemos que no. No nos escudemos en su mal ejemplo para abandonarnos. Adhirámonos a los todavía débiles Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tanto para convertirlos poco a poco en la guía para aprobar o desechar las políticas de todas las administraciones como para modular nuestra propia vida y ser partícipes en la búsqueda de un mundo más sostenible y justo. Presionemos al Gobierno de España –poco activo en lo ambiental y con sonoros pasados negacionistas- para que avance en los compromisos firmados y se haga activista a escala internacional; convirtamos este complejo momento en el comienzo de la esperanza ambiental, al menos ante el cambio climático. Descarbonizar nuestra vida es una necesidad urgente, no una soflama ecologista.
- Publicado en Heraldo de Aragón, pág 23, el 13 de junio de 2017, cuando los ecos de Trump añadían nuevas perturbaciones al cambio climático.