Los profesores existen

La educación es una tarea compleja, que iguala y diferencia; siempre inacabada, pendiente de renovación y a menudo callada. Sin embargo, de vez en cuando salta a la actualidad, pero lo hace con cuestiones que atañen más a la forma que al fondo. Si sucede algo así, los partidos políticos y agentes educativos se desgañitan en peleas ideológicas que distraen, pero no mejoran la construcción de la educación del siglo XXI; las sucesivas reformas atestiguan la indefinición colectiva. Ocurrió de nuevo hace un mes con el conflicto de la renovación de conciertos. Leímos y escuchamos opiniones variopintas, con mucha carga emocional pero con escaso poder esclarecedor, siempre respetables por la libertad de opinión de la que todos debemos disfrutar. La mayoría de las familias se perturban mucho a la hora de elegir a qué centro van a ir los hijos, pero después se relajan en exceso. Con estos condicionantes no es extraño que entre ellas –y también socialmente– la preocupación sobre lo que se aprende sea insuficiente (solo hay quejas particulares de las lecciones con las que se castiga a sus hijos e hijas en las asignaturas) o que apenas se debata sobre el estilo pedagógico. En general, prima más que los alumnos consigan una buena nota; a la administración también le sirve para sus evaluaciones. En todos estos asuntos, los medios de comunicación no acogen suficientemente la pausada reflexión que tanto necesitamos. Mal avío social, en donde siempre hay excepciones estimulantes.

De recomponer un poco este entramado se encargan los profesores, aunque parezca que no existen. Debemos valorarlos como se merecen; necesitamos a los mejores. En los últimos años, cuando se habla de educación, se alude al modelo finlandés para convencernos de lo malo que es el nuestro. Se olvida que allí maestras y maestros disfrutan de una gran estima social; las familias entienden que son los mejores aliados para ayudar a crecer a sus hijos. Por eso la administración no duda en otorgarles una posición principal y aumentar su número. Aquí no es así: se les infravalora y se reducen plazas –recordemos el mandato Wert y cómo buena parte de la sociedad permaneció callada–. ¿No será que todavía existe una percepción cainita de que disfrutan de muchas vacaciones y eso lo nubla todo? Tampoco ayuda que los sindicatos se opongan a que se les evalúe; el respeto se gana también demostrando que las cosas se hacen bien y quién las hace.

Su formación inicial para la tarea docente es bastante cuestionable; demasiadas veces la universidad se pierde en laberintos formativos. Una vez en posesión del título de grado o máster se topan con un sistema de acceso a la función docente que perpetúa modelos selectivos convencionales, a pesar de su trascendencia para valorar la idoneidad y vocación; una evidencia de la escasa categoría que se les asigna. En la enseñanza pública, si logran la plaza en las oposiciones, no hay un seguimiento evaluador adecuado, al menos durante un par de años, para asegurar que quienes superaron una prueba teórica se mueven con destreza en su cometido pedagógico. Más dudas todavía genera la contratación del profesorado de la enseñanza concertada y privada –no hay una oferta pública dimensionada– pues parece que prima sobre todo los vínculos afectivos con los titulares de los colegios. Luego no es seguro que estén los mejores, aunque algunos ya se habrán procurado una formación extra para su desarrollo profesional. Aún con todo, se merecen un aplauso por gestionar como pueden unos currículos sobrecargados –repetitivos, nada atractivos, escasamente prácticos– y con ellos conseguir que los alumnos aprendan.

La convivencia social necesita que entre todos –administración, colectivos sociales y familias– se llegue a acuerdos mínimos para evitar que, cada vez que surja una disparidad coyuntural, esta lleve a un nuevo retroceso en el escenario de contradicciones que es la educación. Se podría empezar gastando más en maestros, como recomendaba M. Bartolomé Cossío hace más de un siglo, y colaborando todos para que sean, como deseaba Joaquín Costa, los mejores coordinadores de la tarea formativa de sus alumnos. Después de tantos años y leyes, todavía no hemos conseguido satisfactoriamente ni lo uno ni lo otro. Se acercan las vacaciones; otro curso mal aprovechado.

  • Publicado en Heraldo de Aragón el 2 de mayo de 2017