Cada cierto tiempo aparecen en nuestra vida días especiales. Celebrar algo rescata afectividades y ayuda a consolidar las relaciones sociales. Cualquier calendario está lleno de evocaciones; siempre ha sido así. Las efemérides nos mantienen reciente una parte del pasado y nos hacen presente algo del futuro. Las que nos llegan desde la sociedad son una especie de recuerdos fugaces de algunos olvidos que se quieren enmendar/resarcir. Quizás ocurre esto porque se nos desvaneció la escucha atenta de los sonidos de los otros, sean personas o no. Sin ellas el mundo sería diferente, con ellas avanza despacio la temática sobre la que llaman la atención. Celebrar –o conmemorar– un día mundial debería contener, junto con el reconocimiento hacia las personas que persiguen la meta de resolver el problema, un cierto incomodo de pensamiento para todos los demás.
Año tras año el calendario mundial nos señala especialmente algunas fechas, como el 21 y el 22 de marzo. No será solo por lo que ha sucedido en esos días a lo largo de los siglos, pues habrá habido cosas buenas y malas. Por distintas razones –quizás para anunciar la primavera en el hemisferio norte, que supone una renovación–, el 21 ha sido elegido para recordar a la poesía que todo lo embellece, a quienes padecen la discriminación racial y a los que transitan en su vida con el Síndrome de Down, pero también a los bosques. El 22 es el Día Mundial del Agua. De las dos últimas celebraciones vamos a escribir aquí, aunque sabemos que quizás no sean las más importantes. Esperamos que las otras suenen fuerte hoy en la sociedad, conducidas por quien de ello sepa, porque buena falta hace. Estas jornadas dedicadas al recuerdo son momentos perfectos para reservar un tiempo para comprendernos, en lo personal y en lo colectivo; acaso para recomponer nuestra forma de vida y entender su vinculación con la de los demás.
Los bosques cubren casi un tercio de la superficie del planeta. Tienen unos beneficios evidentes, como bien saben quienes viven cerca: alrededor de 1.600 millones de personas –que sostienen con ellos parte de su economía y dulcifican el día a día– y los animales, plantas y otros seres vivos que en ellos se acomodan (casi el 80% de las especies conocidas). Pero los bosques extienden sus beneficios sociales y ecológicos por todo el mundo. Procuran materias primas imprescindibles para ciertas tareas constructivas o de consumo, protegen el suelo y evitan la desertificación, atemperan el clima y limpian el aire. Por otro lado, casi el 80% de la población mundial está expuesta a serias amenazas a medio plazo para el abastecimiento de agua; incluso es probable que en 2030 la mitad de la población mundial viva en áreas en donde no llegue para todos, porque para esa fecha se prevé que la demanda haya aumentado un 40% y el planeta no la podrá suministrar. Además, como el saneamiento falla en muchos lugares, la disponibilidad de agua de calidad cada vez es menor. Bosques y agua sostienen una alianza que nos beneficia: la segunda mantiene vivos a los primeros, mientras que estos retienen la que atraen y sueltan al aire una parte, sosteniendo esa humedad que tanto nos beneficia. Al preservar los bosques del mundo –incluidos los cercanos- protegemos también el agua, de la cual depende nuestra misma supervivencia.
En estos días de recuerdos hay que valorar el empeño de quienes tratan de dilucidar el futuro y nos ayudan a hacerlo. Bastante gente siente que no va con ella el asunto. Se equivoca. Porque si nos quedamos sentados a esperar a que todo se nos manifieste como dañino, claro o urgente, seguramente nos arrollará la incertidumbre, que es sobre lo que llama la atención la fecha señalada. Las tareas son muchas, costará llegar a consumarlas. Por eso, en la espera cabe armarse de esfuerzo y perseverancia. Tal vez sirva para lanzarnos en un día como hoy el empuje afectivo de la lectura del cuento “El hombre que plantaba árboles” de Jean Giono, que narra cómo un incansable pastor logró crear un bosque, aunque tardase cuatro décadas. También podemos acompañarnos de la lírica de Mario Benedetti: “Toda el agua del mundo es una abuela/ que nos cuenta naufragio y regatas/ que nos moja la sed y da permiso/ para seguir viviendo otro semestre”. Ojalá sean muchos seguidos, y compartidos.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 21 de marzo de 2017.