Aragón en su laberinto

Año 2017; resta y sigue. Este artículo es de los que no gusta escribir. Porque supone una contemplación sin sueños, por más que esté adornada de emociones severas. Pero a la vez con pasión, por si acaso despertara alguna quimera. Lo más probable es que quien esto lea identifique al articulista como aguafiestas a comienzo de año, si bien solamente se pregunta por las virtudes y defectos de nuestro sistema demográfico. El relevo generacional de Aragón se antoja complejo, por él divagan población y territorio perdidos en un laberinto en el que han encallado muchos de nuestros pueblos; su memoria la mantienen apenas 100 habitantes, pero esta no los salvará de la decadencia. Sin embargo, “somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir”, vino a decir José Saramago, lo cual valdría para resumir el fondo de este artículo: todos debemos convertirnos en avalistas del Aragón silenciado. El tiempo lo dirá.

El mundo rural, que fue nuestro encaje con el territorio, debería recobrar algún protagonismo. Hoy mismo ya le faltan bastantes dosis de esperanza, esa que se logra tejiendo gestos con proyectos, para que no se queden demasiados hilos sin entrelazar, como otras veces sucedió: ayudas sin valor añadido, sectores mimados con cuantiosos incentivos que no aseguran retornos poblacionales ni la reversión en lo público, o si lo hacen son con cuentagotas. Es difícil compartir la consciencia de pertenencia a un proyecto: demasiados núcleos sueltos, pequeños, dispersos. Alguien dijo que el estandarte de Aragón siguió su camino y dejó atrás a la gente de los pueblos. El alma rural huyó a las ciudades cambiada de vestimenta. Fallaron los sucesivos administradores y gobiernos que miraron hacia otro lado para no ver, por si acaso los turbaba el sentimiento. Pero de poco sirve ahora señalar a los autores de la despoblación -los activos que se fueron y los pasivos que los empujaron-. La primera oleada de abandono cumplió ya 50 años; la penúltima está próxima. Puede que sea por defunción natural, o porque cerraron los servicios sanitarios –a este paso sin especialistas fuera de Zaragoza- o educativos. La amarga agonía del Canfranc podría ser la metáfora de su laberinto: sinuoso y discontinuo.

Con respecto a Aragón, resulta complicado disimular la impresión de orfandad cuando se piensa y escribe sobre el horizonte demográfico, mirando datos del INE: un acusado descenso de población, sin tasa de reposición, un grave peso de la población mayor y una fertilidad bajo mínimos, además de un descenso previsto de más de 57.000 habitantes en quince años. Incluso Eurostat (“The Regional Yearbook”) prevé un 10% de pérdida en 2050. Por eso, se vislumbra un mundo rural de fin de semana para los zaragozanos y pocos más, sin nadie que coloque un geranio en el balcón o le dé un barrido a la calle. Heraldo (9-12-2016) daba cuenta de un estudio encargado por CEOE Teruel que trataba del desplome demográfico por inacción gubernativa, del que solo podían salvarnos políticas de la UE, más sensible. La solución no es fácil, pero si no la encontramos entre todos, ¿qué nos diremos y contaremos después, cuando viajemos muchos kilómetros sin ver una chimenea encendida en invierno ni escuchar las chillonas voces de unos niños cuando lleguemos al destino? Acaso tengamos que borrar algún rasgo de nuestro escudo.

Solo nos cabe comprometernos como abanderados de lo hipotético y convertir áreas despobladas en lugares de oportunidades; seguro que guardan riquezas olvidadas. No permitamos que la expresión “población rural” sea una contradicción en términos, sin nadie para contar cuántos son, ni relatar su historia. Evitemos cortar los nudos que todavía unen a sociedad y territorio con espacio y tiempo, o viceversa, no solo en forma de símbolos o tradiciones sino con acciones innovadoras. Ante el laberinto que nos plantea el desequilibrio poblacional -Zaragoza y unos pocos núcleos frente a la desierta inmensidad del resto- entreguémonos a un trabajo coral, que sitúe enfrentados lo visible y lo invisible, la realidad con la utopía, implicándonos todos para obligar a los políticos y gobiernos a que despierten y hagan posible el Aragón poblacional de pasado mañana. ¡Hablamos tan poco de él!

  • Publicado en Heraldo de Aragón, pág. 21, el 3 de enero de 2017