Cuando quienes transitamos a un lado y otro de la frontera de la jubilación éramos niños, esperábamos con expectación el primer día de clase después del verano. Con suerte, la cartera de cuero que había elaborado el guarnicionero llevaba dentro un nuevo plumier. La madera con la que estaban hechos olía de una forma especial, cautivadora sin duda. Algunos (los de los niños ricos) eran de dos pisos, un lujo en la España pobre y rural, estaban decorados e incluso podían tener llave de cierre. Les dábamos la vuelta y en su base escribíamos nuestro nombre; era la primera forma de establecer lazos con él. Plumier, bella palabra francesa que como pocas se identifica con el papel de la escuela: atesorar. El uno materiales, la otra conocimientos y momentos íntimos.
El gesto de deslizar suavemente la tapa para abrirlos suponía todo un rito. Cual cofre de tesoros contenían seguro un lápiz y una goma además del sacapuntas metálico, acaso alguna plumilla y las pinturas “alpino” nuevas que venían a reponer el desgaste de las del curso pasado. En cada clase se escuchaba cómo se abrían y cerraban muchas veces, casi era el único sonido permitido. Guardar los útiles de trabajo tras cada tarea o al final de la clase era como un ejercicio de intimidad; por eso perder uno solo suponía una pequeña tragedia.
Los plumieres ya no esconden sentimientos. Los actuales estuches de plástico guardan decenas de lápices, bolígrafos y rotuladores. Son tantos utensilios que han perdido la identidad que antes tenían, pues no se asocian con una tarea concreta como el fastidioso dictado con el bolígrafo, la operación matemática que había que resolver a lápiz, tampoco la creativa tarea de colorear letras o dibujos. Por eso sus dueños, que no diferencian valor y costo, no lo lamentan demasiado si alguno se extravía. El valor de los útiles escolares se ha difuminado a medida que hemos mejorado nuestros estándares de vida. Muchos escolares ya no aprovechan sus cuadernos hasta sacarles todo el rendimiento y algunos no tratan los libros de texto con primor. Como disponen de suficientes bolígrafos no les cuesta suplir sus pérdidas por falta de cuidado. A bastantes les da igual su costo, aunque las familias deban soportar una carga económica considerable.
Cada septiembre, la vuelta al colegio se encuentra muy condicionada por la disminución de las ayudas: desaparecen los libros gratis para todos y además subirá el IVA de recursos básicos para la educación. También se encarecen los comedores escolares; detrás irá el transporte escolar y más gastos. Lo van a notar tanto los centros educativos, que deberán limitar los recursos para mantenimiento o las fotocopias dadas a los escolares, como las familias que disponen de menos posibilidades económicas. La gratuidad universal de los libros de texto, ensayo poco meditado y con severas incógnitas pedagógicas, redujo el costo del material escolar en la economía familiar. A la vez restó valor a los materiales pedagógicos en una sociedad en la que se cumple demasiado aquello de “lo que cuesta poco se estima en menos” que ya criticó en su tiempo Cervantes en “El Quijote”.
Las restringidas ayudas actuales deben ser aprovechadas para seleccionar mucho mejor a los destinatarios. No se puede negar a ningún niño, sea español o extranjero, todo el material escolar que precise y que no pueda pagar. Las familias que sí pueden deberán priorizar estos gastos escolares frente a otros superfluos que han convertido en cotidianos. Porque todos deberíamos entender que además de su costo económico lo escolar tiene un valor intangible: su buen uso dignifica al estudiante y a las familias.
La delicadeza con la que se trataba el plumier debe volver al manejo que los escolares hacen de todos sus materiales. Los plumieres se quedaron vacíos y desaparecieron. En la crisis sus sustitutos, estuches y mochilas, están esperando a que los alumnos los llenen de retazos responsables de vida escolar. Quienes visitan los museos pedagógicos y vivieron escaseces en su infancia sienten la nostalgia del pasado; recuerdan el mimo y la dignidad con los que trataban estos materiales. Tanto que a través de ellos recuperan imágenes y voces de aquellos con quienes compartieron escuela y vida.
- Publicado el 11 de septiembre de 2012 cuando el alumnado de Educación Infantil y Primaria volvían a sus clases tras el verano, en un curso escolar marcado ya por la reducción de recursos.