Defunción rural

Pasos de personas y de caballerías, rechinar de ruedas de carros, los ladridos de los perros y el canto del gallo. A veces mugidos de las vacas que recorrían cansinas el camino del abrevadero y se hacían notar con los ecos de sus pezuñas. Así serían los amaneceres de mediados del siglo pasado en muchos de nuestros pueblos. A sus gentes, la falta absoluta de recursos no les dejaba entonces otra salida que la tenacidad. Durante mucho tiempo plantearon una orgullosa resistencia al desánimo, aguantaron la penuria y se sobrepusieron al tedio. Aceptaban los rigores de la soledad por el apego que tenían a sus raíces. Por las noches, la tonalidad mortecina de las viejas farolas sacudidas por el viento, tan aisladas unas de otras que parecía que se tuvieran envidia, convertía las afueras de los pueblos en abismos. El duro invierno hacía de la vida una proeza. La aliviaban las voces chillonas de los niños que inundaban las calles a la salida de la escuela.

El tiempo ha sido testigo del azote rural de la España interior, que tuvo -además de causas socioeconómicas- un claro detonante escolar. Algunos jóvenes emprendieron el camino de la capital para ampliar estudios, marcharon los niños a las concentraciones escolares o a las escuelas-hogar. Las aulas de los pueblos se cerraron paulatinamente y el silencio se adueñó del futuro. Los padres no pudieron soportar sus ausencias y emigraron tras ellos. Atraídos por las luces de la ciudad incitaron a otros a seguirlos para encontrar una seguridad económica, aunque así perdieran una buena parte de su bagaje sentimental. El éxodo produjo la despoblación del territorio, el envejecimiento progresivo y el aumento considerable del índice de masculinidad, con la consiguiente imposibilidad de regeneración demográfica.

Cincuenta años después los pueblos de Aragón siguen su agonía ante la indiferencia capitalina. Las administraciones se han despreocupado de fomentar nichos de actividad para evitar la sangría de los pequeños pueblos, que no cesan de perder habitantes, mientras las localidades de más de 10.000 los han incrementado casi un 20% durante la última década, al tiempo que las capitales y sus alrededores crecen y crecen. Algunas cifras asustan: medio centenar de localidades no tienen ningún menor de 14 años y en más de 120 ni siquiera hay censados 5 de estas edades. Gracias a los pasados flujos migratorios de extranjeros se mantienen abiertas algunas aulas que ahora cerrarán y confirmarán que la escuela del pueblo es cada vez más una especie en extinción.

En la España rural, el tiempo se tornó estático, y por él transitan en forma de recuerdos los muertos que se quedaron y algunos vivos que regresan. En esta tesitura, surgen pequeñas iniciativas, asociaciones y particulares, que se empeñan en revitalizar sus pueblos a pesar de las dificultades. Empiezan por renovar las casas de sus padres como homenaje a quienes dieron todo por ellos. Alejados de la infancia, les ha quedado la memoria de un paraíso inexacto que ellos en realidad no conocieron. Porque las memorias muchas veces no son suyas. Su visión del pueblo les provoca sensaciones raras, que dudan si identificar con abstractas melancolías o llantos callados sin consuelo por la vida rural que se nos muere.

Aunque por los caminos de los campos ya no quede nadie más que las sombras furtivas, al pueblo retornan las miradas afectivas y los rostros de quienes allí dejaron de ser niños hace años. No podrán volver a escuchar juegos ni canciones infantiles porque los Departamentos de Educación amenazan con nuevos cierres de secciones de institutos rurales y escuelas, aduciendo fracasos escolares o difusas rentabilidades. Para aniquilarlos del todo, el Gobierno de España promueve la desaparición de los ayuntamientos -en muchas localidades el único nexo social que persiste-, animados por personas altruistas poco reconocidas. Si un milagro no lo remedia, la España rural sin escuelas ni ayuntamientos quedará relegada, en el mejor de los casos, a meras urbanizaciones de verano. En unos años solo se podrá celebrar la fiesta patronal con un réquiem, analizando el exitoso modelo de desertificación social mediante imágenes recogidas en los documentales etnográficos.

  • Publicado el 23 de abril de 2013, Día de san Jorge, patrón de Aragón. Clamaba por el Aragón rural pero el llanto se podría extender a Galicia, Castilla y León, Castilla- La Mancha y otros muchos territorios. Todos morirán definitivamente si se cierran escuelas, ayuntamientos  y consultorios médicos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ecos de Celtiberia