El mundo actual precisa todas nuestras capacidades perceptivas para interpretarlo. La complejidad que lo mueve –evidente en sus cuatro dimensiones- salta a los medios de comunicación de inmediato. Se requiere una gran habilidad para entender el día a día, porque surgen cuestiones difíciles desde los muchos rincones de la vida común. Si razonamos un poco lo inicialmente incomprensible nos ayudará a adoptar decisiones propias y a proponer acciones correctoras de algún que otro desvarío. Lo intentan por un lado los científicos, o los actores próximos al análisis sesudo de las cosas, como podrían ser las administraciones y algunos colectivos o entidades sociales. No lo consiguen del todo, aunque supuestamente utilizan criterios de lectura e intervención más objetivos que quienes transitamos por el otro lado, la gente normal. Esta suele ser más subjetiva en sus apreciaciones. Por lo tanto, tiene tantos episodios de duda que al final se acomoda a las corrientes del momento para obrar o retenerse, moviéndose por simples instintos o resbalando por algún complicado sentimiento. Así pues, comprender lo que es mejor en cada instante para el individuo y el conjunto –el meollo de la vida- se convierte en un reto difícil de gestionar, por el periodo (in)comprensible en el que vivimos.
Nuestra vieja sociedad, la occidental, es muy adulta; en consecuencia, acomodaticia, máxime si se le pide que imagine una gobernanza diferente. Pero algo de positivo le da la madurez: aún conserva a menudo episodios de decencia. Los exhiben tanto algunas instituciones y administraciones como los ciudadanos; eso sí, menos veces de las necesarias, y se desvanecen pronto. Unas y otros se arrogan mutuamente lo hecho y se acusan de lo olvidado, con algunas demagogias de por medio, que no deberían utilizarse. Sería más inteligente llegar a acuerdos negociados, dado que ninguno está siempre acertado, ni en el negar ni en el pedir. Por cierto, para hacerlo más difícil, andan por ahí atizando algunos medios de comunicación y las redes enredadas por las que circula complacida la demagogia.
El interés superlativo que algunas confrontaciones ideológicas y sociales –renovación de la idea de país, búsqueda de un futuro común, emergencia de nuevos movimientos políticos con más contenido ético, ilusiones regeneradoras en los viejos partidos, etc.- generaron hace unos años se va aminorando a medida que el tiempo pasa. Esperanza y escepticismo ponen un tono diferente a los pensamientos, que se tambalean al traducirse en realidades. Al final, tras lo que se dice tanto en los Parlamentos de aquí como en Bruselas, queda un cuadro social sin una escenificación convincente. Así es normal que no se comprenda el gran desnivel que hay entre la forma y el fondo, entre fantasía política y realidad social. Se adivinan ya vueltas de tuerca forzadas, sin hacer posible el mínimo giro hacia el optimismo, pues el abordaje de los pensamientos casi nunca se acerca al interés social. Al final, quienes deberían hacernos más comprensible este estado de despiste y lógica frustración -los gobernantes que son o quieren serlo- abusan de la retórica, bastante deshilvanada. Apenas manejan cuatro ideas sugestivas, con lo que el deseo pocas veces se fusiona con alguna certeza. Entre todos escriben el romance de un territorio social que nos resulta incomprensible; esperemos que nunca perdido.
Situemos lo anterior en nuestro escenario concreto: el último año político de la España actual. Incomprensible. Valdría también para la desdibujada Europa –acosada por el “brexit” y la crisis de los refugiados como asuntos más llamativos- sin esforzarnos demasiado; entender el devenir del escenario mundial (con los desastres bélicos y humanitarios que consiente) se escapa a nuestra limitada inteligencia comprensiva. ¿Será porque la ética sigue aletargada? Por cierto, Baltasar Gracián apuntó algo así como que el primer paso de la ignorancia es presumir de saber. A juzgar por lo escuchado estos últimos meses, lo que traen los medios de comunicación todos los días, nos barruntamos que aumenta vertiginosamente el número de ignorantes para entender la creciente distancia entre cómo funciona la política y cómo nos gustaría que lo hiciera. ¿Llegarán los sabios a hacérnosla comprensible y actuar en consecuencia?
- Publicado en Heraldo de Aragón el 4 de octubre de 2016, cuando España seguía en desatino político, azuzado por las luchas de quienes solamente pensaban en ellos mismos.