Vivimos en un mundo sepultado por las cifras. Cada día nos golpean en forma de negros presagios, pero nos hemos hecho a ellas y solo nos conmueven si nos afectan personalmente. El Informe de Unicef “Bienestar infantil en los países ricos” es el resultado de una investigación (con datos de 2010) sobre los niños y jóvenes que tenemos al lado, en nuestras casas y ciudades. Contiene tales referencias críticas de las primeras etapas de la vida (en relación a bienestar material, salud y seguridad, educación, conductas y riesgos, vivienda y medio ambiente) que debería haber provocado una reflexión general, pero aquí ha pasado sin pena ni gloria. Nuestros dirigentes no lo habrán leído, demasiado ocupados en tirarse a la cara papeles ocultos y manifestaciones en la calle. Tampoco los ciudadanos le hemos hecho mucho caso o quizá, ante la bruma existencial que padecemos, hemos optado por ponernos una sordina para sobrevivir.
La primera parte del informe se dedica al análisis del bienestar general a través de unos indicadores objetivos. España queda situada como el resto de la Europa del Sur en la parte baja de la tabla, pero el informe resalta que ha retrocedido desde el puesto 5º (de 21 países) en los primeros años de este siglo al 19º (de 29) en 2009/2010. El descenso ha sido muy notable en bienestar educativo (se aprecia en la tasa de escolarización entre 4-19 años y en el rendimiento escolar) pero todavía mantiene unos valores muy positivos en salud y seguridad.
La segunda parte se centra en lo que los niños dicen sobre su bienestar; cómo se sienten en lo que atañe a sus propias vidas, en función de sus prioridades en los 11, 13 y 15 años. España se sitúa en los puestos más favorables: dicen los expertos que aquí no les ha llegado la privación porque la calidad de las relaciones cercanas (familia, amigos, centro educativo) es muy alta. Los jóvenes transitan todavía en un mundo de juegos. Se prodigan en sonrisas, que se convierten en códigos de convivencia entre ellos mismos y con quien los educa. Sus madres (quienes mejor cumplen la conexión familiar según manifiestan los jóvenes) las admiten como único pago a sus preocupaciones y desvelos relacionales. Ante esas valoraciones del bienestar surgen dos interpretaciones diferentes. Una supondría la aceptación de los jóvenes de los problemas en su vida y la inutilidad de sus quejas, una posición sumisa con lo que les ha tocado vivir. La otra podría significar que viven en un escenario en donde no se les anima a esforzarse por mejorar. Por eso, Unicef subraya en su informe que hay que ser cautos con estas respuestas y seguir investigando.
Cuando Unamuno insistía en que debíamos ser más padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado criticaba la quietud social. La tercera parte del informe avisa de los drásticos cambios operados en los jóvenes europeos del siglo XXI y los riesgos que la desatención de estas transformaciones puede provocar. Alerta de que si bien parece que socialmente se acepta el bienestar de la infancia como imperativo moral, este no se desarrolla de manera pragmática, con lo que aumenta el riesgo de exclusiones en la vida adulta. Algunos datos (pérdida de poder adquisitivo familiar, empeoramiento de la alimentación, consumo creciente de alcohol u otras drogas, etc.) avisan de que el dominó social corre el riesgo de caer y llevarse una tras otra las fichas de niños y jóvenes.
El nuevo Plan Penia de ayuda a la infancia y la adolescencia que acaba de aprobar el Gobierno incorpora ideas positivas, pero falta un enfoque centrado en proteger a la infancia del impacto que la crisis está teniendo en sus familias, ya visible en aspectos educativos y alimentarios. Por suerte, todavía nos quedan los gritos de los juegos infantiles como expresión de convivencia, o la sonrisa juvenil como reflejo de la bondad social olvidada. Necesitamos escucharlos, como cuenta José Luis Sampedro en “La sonrisa etrusca”, para trazar el camino que una el afecto con el futuro. En la novela, un niño inyecta al abuelo, marcado por guerras pasadas, valiosas dosis de supervivencia. Así logró superar los dolores que la sociedad enferma le ocasionaba, y el nieto descubrió sus ternuras y flaquezas.
- Publicado el 30 de abril de 2013, pocos días después de conocerse el Informe de Unicef sobre la incierta situación vital de muchos niños y niñas en los países ricos. Por aquellas fechas, el Programa Alimentario de la ONU lanzaba un SOS por los niños sirios, sometidos a grandes pruebas morales y físicas tras la barbarie bélica.