El verano se acaba. Quienes viajaron volvieron cautivados por algunos paisajes, sobre todo los menos conocidos o exóticos, que nos asombran por su quietud o espectacularidad. En ellos buscamos referencias; la forma en que la luz aparece o se esconde, o cómo esta señala los accidentes del terreno o los seres vivos. Miramos y vemos, admiramos la forma y colores de los objetos, plantas y animales, pero la imagen contemplada no suele descubrir sus íntimas esencias, porque al percibir combinamos realidades con distorsiones propias de nuestra manera de conocer o condicionadas por la cultura de lo bello. Así, esa naturaleza se convierte en una metáfora, plena de impresiones; muy diferente a la que exhibe el territorio en donde vivimos día a día, que vemos sin emoción.
Para mirar nos servimos de cánones. Los de ahora son muy distintos a los que se utilizaron a partir de Giotto en las pinturas renacentistas. Quienes observasen estas verían con asombro que un paisaje casi auténtico hacía de fondo. Eso daría realismo al mensaje, para, a partir de esa alusión a lo conocido, sublimar la hermosura terrenal hacia el mundo espiritual. Desde entonces hasta ahora, se mantiene la duda de si lo bello puede ser medible, y para qué nos sirve. Cuando queremos disfrutar de un paisaje concreto, los modelos interpretativos conocidos nos ayudan a encontrar las formas que dominan. Los sentidos luchan por permanecer despiertos y entender las señales que se nos envían en forma de olores, colores, sonidos y tactos; el gusto queda limitado a ejemplos concretos como los frutos. Estos son como pistas esparcidas -sensuales y atractivas y sin embargo efímeras- que amplifican la luz del sol, responsable también en parte de la belleza elaborada. En un mismo escenario natural, la mañana nos muestra resaltados ciertos elementos que a la vez forman un conjunto, diferentes ambos a los de la tarde, y todo bajo la influencia del estado de ánimo.
Delante de un paisaje podemos observar que la naturaleza es compleja, misteriosa, salvaje, extraña, etc.; pero nunca es fea, aunque aparezca desordenada o resulte conocida. Preguntémonos si las cosas están ahí de una u otra forma por azar, sin obedecer a una sola razón concreta, o si las puso acaso una bien dotada inteligencia. Esta controversia creadora -dioses o azares en el espacio-tiempo- viene desde el romano Lucrecio, en el siglo I a.C., y aún sigue. Comprender un paisaje, un rincón de la naturaleza, es sobre todo buscar cosas en común entre elementos diferentes, encontrar relaciones sencillas o complejas y saber alinear algunas causas y consecuencias, entre otras muchas gimnasias mentales. Lo más probable es que la persona que tenemos al lado, si mira, no vea lo mismo que nosotros; sin duda sus sensaciones y sentimientos serán otros.
En cualquier caso, dejarnos seducir por lo estético no es siempre garantía de encontrar la verdad que lo hace funcionar. En nuestra cultura, más todavía hoy, se han empeñado demasiadas veces en hacernos creer que la naturaleza hermosa es única, asociada al color lujurioso y las atractivas formas definidas; quizás por eso nos atrae más el paisaje de la montaña o de la costa que la estepa monegrina. Pero claro, dado que los modelos han cambiado tanto a lo largo del tiempo desde aquellos cánones presentes ya en los frescos y mosaicos romanos, deberemos concluir diciendo que la naturaleza que compone cada paisaje -de Aragón o del mundo- será más bella todavía si se nos hace comprensible. Con nuestra imaginación encontraremos ese impulso permanente que le debieron dar el azar y los lazos entre los seres, enredados por el espacio y el tiempo. Nuestra relación con ella, en su conjunto, es una historia de sensaciones, de momentos en los que sin darnos cuenta vamos imaginando que nosotros también estamos allí mismo; preguntándonos si nos quedamos, o si es la naturaleza la estancia que se instala en nosotros. Apetece (y más en verano que es cuando la solemos consumir) hacérnosla inteligible, sumergirnos en sus bellezas -aprendidas o construidas- y capturarlas en forma de emociones. Sin ir muy lejos, simplemente paseándonos en cualquier estación por el multiforme Aragón o por la ancha España. Miremos con otros ojos el territorio donde vivimos; encontraremos las múltiples esencias de lo bello.
*Publicado en Heraldo de Aragón el 23 de agosto de 2016. Como cada verano, la gente desdeñaba la belleza de lo que tenía próximo y se marchaba a conocer mundo exótico.