El mismo título del cuadro ya es evocador, porque un jardín es un lugar idóneo para disfrutar de sonidos, formas y sensaciones; para dejar libres los deseos, para saborear delicias. Por el cuadro del Bosco se deslizan muchos mensajes de vida y religiosidad. Contemplar esta pintura es un gozo, por los múltiples escenarios que presenta, tan extraordinarios que uno sospecha que algo mágico debió mover la paleta del pintor. Porque pintar así en la agitada Europa de hace 500 años, en momentos de ideologías contrapuestas y de tensiones políticas, suponía un ejercicio de clarividencia poco corriente. La explosión de mensajes -explícitos o no, oníricos en su mayoría- requeriría una amplia autonomía perceptiva. Aquí vamos a deleitarnos desde una perspectiva personal (alejada de los estudiosos del arte) con la naturaleza real o imaginada del singular tríptico, dentro del momento teatral que plantea el metamórfico jardín; por eso nada diremos de las figuras humanas, fabuladas en un probable gimnasio del amor y el pecado.
A nadie escapa el simbolismo presente en cada una de las tres tablas, complejo de interpretar desde nuestra actual perspectiva. Algunos han querido ver la similitud entre el Creador y la naturaleza, impulsora de vida ella misma. Quizás lo pintado nunca fue previsto del todo, porque la vida siempre viene plagada de realidad y emociones, de símbolos que mutan o desaparecen. En verdad, en este cuadro con narrativa donde todo es posible puede apreciarse una cierta desmesura entre pasión y paisaje, deseo y dibujo en plantas y animales, ciencia consciente y creencia religiosa.
Tesoros de deseo -como las efímeras frutas rojas en la naturaleza, como los placeres de la vida- aparecen diferenciados y a la vez entremezclados, se esparcen, acaso aluden al hambre de vivir. Quizás con contornos forzados, dibujados por fuerzas oscuras que quisiesen delimitar el bien y el mal. Muchos elementos del paisaje, las montañas y rocas (zoomorfas algunas), parece que tienen fisonomía y vida propias. A la izquierda, en la Creación, se juntan animales exóticos –alojados en tierra y agua- que habitarían en lugares desconocidos para el pintor con otros mitológicos, y no escasean los reales. El espacio natural parece idílico, como el Paraíso terrenal del que tanto hemos oído hablar. En él no podrían faltar el drago -símbolo de la sabiduría-, la palmera y el manzano -acaso encierran el bien y el mal-. La tabla central sobrecoge con su disposición simétrica para delimitar espacios, como queriendo trocear la naturaleza. La presencia vivificadora del agua –en ríos y estanques- se hace permanente, como focalizadora es esa cabalgada con distintas monturas. Algunos ven en el conjunto un continuo mensaje de castigo; los especialistas lo dirán. Es posible que lo aterrador que se asoma en el cuadro no sea, en el fondo, nada más que la lucha por la supervivencia que da argumento a la vida natural. Incluso los apetitos instintivos que pueden verse asociados a los animales, con continuas intromisiones humanas, dan cuenta de la variedad de del mundo natural interpretado. El gigantismo de los pájaros nos remite a un mundo al revés o simbólico en forma de cuervo, petirrojo o abubilla, por ejemplo. Algunos ven en el conjunto un laberinto de voluptuosidad. ¿Acaso no es eso la esencia de la naturaleza no culturizada? Incluso, ¿no vienen de ahí, copiados, una buena parte de los aciertos y errores humanos? Al final, la obra permanece viva porque los espectadores la contemplan desde ángulos muy diferentes, con intenciones diversas, a lo largo del tiempo, con desiguales creencias. En síntesis: el cuadro nos invita a desconfiar de la apariencia de las cosas, a entrar en ellas y mirar a su través para descubrir en nuestro pensamiento el reflejo de nosotros mismos, imaginados o reales, pero partícipes de esa obra cambiante, multiforme y fabulada que es la naturaleza.
Merece la pena viajar a Madrid para visitar la exposición en el Museo del Prado y conversar con el teatro de la vida que nos muestra; si no puede hacerlo, disfrute de forma virtual con el material que la pinacoteca ha puesto a disposición del público en su Web. Si quiere darse una vuelta por otros jardines pintados de aquella época, plenos de delicias naturales y sociales, no dude en acudir a Brueghel.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 26 de julio de 2016; esos días la gente se agolpaba ante el Museo del Prado para visitar la exposición dedicada al pintor holandés.