Vivir cada día es un ejercicio combinado de audacia y de prudencia. En la naturaleza –otros prefieren el nombre más amplio de Tierra-, los diferentes pueblos han organizado sus vidas intentando sacarle el mayor rendimiento, aunque a veces hayan tenido que soportar sus respuestas abruptas en forma de limitaciones o de catástrofes. En realidad cada persona, cada sociedad, se desenvuelve en ella como mejor puede y la interpreta a su manera. Por eso, nunca viene mal una revisión pausada del ingenio que los sabios han dedicado a entenderla. En sus frases, plenas de intención y sutileza, tenemos pistas para gestionarla sin riesgos añadidos para el futuro.
El gran Averroes decía en la Córdoba andalusí del siglo XII que en la naturaleza nada es superfluo. Para Michel de Montaigne, que vivió en el XVI, el teatro natural era un espectáculo que se desarrollaba frente al hombre. Tan prendado quedó de él que aconsejaba cohabitar con sus pulsos vitales, como hacían los antiguos griegos estoicos, pero a la vez recomendaba aprovechar su magnanimidad y tomar todo lo que ofrecía, consejo que probablemente revisaría hoy tras los desarreglos ecológicos que hemos provocado en todo este tiempo. A esa idea, obedecer a la naturaleza, daba vueltas Francis Bacon para concluir que los humanos somos a la vez sus siervos e intérpretes. Unos años más tarde, nuestro Baltasar Gracián hablaba de que no era menester arte donde estaba la naturaleza, aunque si hubiera conocido cómo el pintor Georges Braque supo interpretarla unos siglos más tarde con múltiples registros en su cubismo ensoñador, hubiera dudado de su afirmación. El universal J.-J. Rousseau, antes ya de la Revolución francesa, la comparaba con un libro abierto que se nos muestra siempre presto para enseñar y del que debemos aprender. Así lo plasmó en su “Emilio”, que subtituló “De la educación”. En aquellos también se dudaba si debía pesar más la audacia o la prudencia para vivir la relación ambiental.
La pasión por la naturaleza todavía sigue presente. Quizás ahora hemos olvidado la imagen global y nos fijamos demasiado en sus elementos. Por eso nos preocupa más la supervivencia de algunos seres que la habitan; tanto, que si una especie va a desaparecer nos invade tal tristeza que estaríamos dispuestos a luchar sin denuedo por ella. Tardamos bastante más en apreciar si las relaciones ecológicas sufren cambios drásticos que amenazan el futuro colectivo, de la especie humana incluida. Por eso, dejan de impresionarnos llamamientos continuados de organizaciones ecologistas o asociaciones naturalistas que, de forma machacona, repiten que los peligros para la biodiversidad aumentan. Nos hablan de las grandes afecciones del cambio climático (que se discuten de nuevo en la Cumbre Mundial de Doha), las contaminaciones genéticas, la colonización de espacios naturales y un largo etcétera.
Claro que muchos piensan que donde no está el hombre no hay naturaleza. Así la interpretó el artista británico William Blake hace 200 años para plasmar su fascinación por ella. Seguro que son otros los motivos que llevan a los poderes económicos y administrativos a colonizar hasta el último rincón. A veces, la conciencia les remuerde. Para acallarla celebran múltiples actos y congresos, como hicieron en 2010 (Año de la Biodiversidad), pero enseguida olvidan los buenos propósitos y sacan sus bulldozers depredadores. La última Cumbre de la Biodiversidad celebrada el pasado octubre ha avanzado poco respecto a las ideas que surgieron en Río 1992, el año del despertar ecológico. Los compromisos han sido olvidados por la mayoría de los países. Cuando se cumplen los 20 años de la Directiva Hábitats (Red Natura 2000 de espacios protegidos) de la UE, seguimos sin planes de gestión en la mayoría de estos espacios en España.
Para que no se cumpla la frase premonitoria del pedagogo suizo Pestalozzi que sentía, a finales del siglo XVIII, que tarde o temprano la naturaleza se vengaría de todo lo que los hombres hiciesen en su contra, hemos de aprender las lecciones de la historia del pensamiento. Sobre todo en los pasajes lúcidos en donde algunos sabios supieron ver la necesidad de usar la educación, aderezada con prudencia y bondad, para organizar/adaptar la naturaleza.
- Cuando fue publicado (4-12-2012) se celebraba la Cumbre Mundial del Clima en Doha. Allí, 17.500 personas de 195 países no fueron capaces de concretar compromisos colectivos de cara al futuro climático.