Todo decir se convierte en auténtico cuando no solo expresa algo, sino que alguien lo transmite a otro. Si así ocurre la palabra muta en idea, esta en pensamiento y puede que entre una y otra lleven a la acción. Casi ha transcurrido un siglo desde que Ortega y Gasset se lamentaba de lo que sucedía en la convulsa España de la dictadura de Primo de Rivera. Una y otra vez, lanzó desde el diario El Sol serias advertencias a sus coetáneos sobre la necesidad de repensar su existencia. Avisaba de que nunca debían olvidar que vivir es convivir, es enterarse de lo que sucede a su alrededor. Para ello recomendaba interrogarse sobre lo que se dice o hace, porque quien no practica este ejercicio a menudo corre el riesgo de mantenerse ignorante toda la vida. Muchas de sus ideas resultaron incomprendidas en aquellos tiempos, como ocurrió más tarde cuando regresó a España tras el exilio bélico. A menudo, como sucede con todos los que en algo difieren del pensamiento generalizado, sus palabras no se utilizaron para el debate sino que se volvieron contra él y sus discípulos.
Algo parecido le sucedió a Stéphane Hessel, nacido cuando Ortega comenzaría a redactar sus primeros artículos, y fallecido recientemente tras un ejercicio de joven vejez responsable. Su voz llegó a España de la mano de José Luis Sampedro, otro de los pensadores postergados por hacernos ver los porqués del despiste social. Nos gustaría escribirles una carta de gratitud por levantar sus voces contra la dejadez muda. Porque quisieron utilizar el lenguaje para manifestar sus sentimientos, aunque sabían que muchas veces hablar es una operación más ilusoria de lo que suele creerse. En primer lugar, les agradeceríamos su intento de remoción de las conciencias acomodadas, recogido tanto en la reciente obrita “Indignaos” de Hessel como en “La rebelión de las masas”, aquel estudio social que don José publicó en 1930, época que él titulaba de descensos y caídas. Los españoles de comienzos de los siglos XX y XXI tuvieron en sus manos argumentos para debatir la necesidad del cambio social, para justificar esa indignación que camina impulsada por el compromiso.
Seguro que ambos se lamentarían de que sus humildes invitaciones, aunque querían ser verídicas, parecieran irónicas, aún en épocas tan diferentes. La reciente del viejo pensador francés llegó nítida a muchos jóvenes (tanto universitarios como parados); por eso hubo sectores poderosos que la despreciaron. Lo acusaron de que su lenguaje era tan sencillo que no aportaba argumentos acertados para diagnosticar la crisis y ni siquiera esbozaba un programa de cambio. Como casi siempre, quienes han abusado del poder sistemáticamente siembran el engaño para que este sea un parásito de la ingenuidad. Para eso advirtieron de que las palabras de un anciano francés podrían producir funestos resultados en la sociedad española; lo que no dijeron es que era mejor que se mantuviese adormecida. A pesar de eso, el librito empujó a muchos jóvenes a debatir sus ideas en calles y plazas, de donde desaparecieron cuando las fuerzas fallaron.
Le comentaríamos a Ortega que, como en su época, cada uno seguimos cultivando como podemos nuestro yo pero nos encontramos presos de las circunstancias. Seguramente no entendería que esas extrañas contingencias hacen que se inviertan 25.000 millones de euros en sanear un banco privado en España –uno de esos que los circunstantes despojaron-, un dinero que sería suficiente para pagar el desempleo de todos los parados del año 2013, o para fortalecer las esperanzas de ocupación de la maltrecha sociedad española. En nuestra carta, adjuntaríamos recortes de periódicos que ilustran cómo los primeros actores de la democracia parlamentaria -con una despensa económica bien cubierta- se alejan de los ciudadanos a los que se supone representan. Seguro que ambos lamentarían al leerla que no haya triunfado la Europa de las personas porque los poderes económicos la han sepultado con sus escombros. Nos despediríamos incluyendo un deseo de humildad colectiva como el que intentó Hessel. En realidad solo proponemos que los Gobiernos se ocupen en la noble tarea de conseguir la justicia social, y que a la vez los ciudadanos cambiemos los silencios por voces comprometidas.
- Se publicó el 2 de abril de 2013 en Heraldo de Aragón. Cinco días después desaparecía en silencio José Luis Sampedro, pero nos dejaba la riqueza de sus palabras y su ejemplo.