Ambiguos estilos de vida

La crisis actual que endurece nuestra existencia cotidiana también puede abrirnos ventanas de futuro: nos obliga a preguntarnos si podemos cambiar nuestro estilo de vida y adecuarlo a las estrecheces que sin duda vamos a padecer. Hace unos años tuvo gran difusión un corto animado titulado “Homo consumus”. En él se caricaturizaban dos cuestiones básicas del comportamiento humano: la necesidad de consumir para poseer (y así considerarnos más felices) y la repercusión de las acciones diarias en las condiciones ambientales globales (lo que se llama huella ecológica). Se hablaba de la dependencia del coche para los más pequeños desplazamientos, del despilfarro de comida y otros productos básicos, del mal uso del papel y la energía buscando siempre la mayor comodidad, de cómo se tiraba el dinero. En todas esas secuencias el protagonista de la animación despreciaba el desgaste que las acciones cotidianas tienen para el ecosistema global. Quizás no sabía que el consumo mal entendido provoca una fuerte dependencia social y un deterioro ambiental inducido, que juntos pueden conllevar evidentes riesgos para la supervivencia colectiva.

Consumo y gasto desordenado suelen ir de la mano: casi siempre provocan deterioro social y una enorme huella ecológica. Hoy se dan todas las premisas para que el gasto medio por hogar disminuya. Cinco de cada diez jóvenes están desempleados y muchas familias viven al límite con el subsidio de 426 euros mensuales que apenas sirve para alcanzar los límites de la subsistencia. El Instituto Nacional de Estadística publicó hace poco que los ingresos medios por familia descendieron un 4,4% en 2010, que más de un tercio de los hogares no podía hacer frente a gastos imprevistos en 2011 y una cuarta parte llegaba a final de mes con dificultad, o que dos de cada diez residentes en España están por debajo del umbral de riesgo de la pobreza. La sociedad, como el medio ambiente, sufre los efectos de modelos de vida basados en el consumo creciente. Es un buen momento para que las renuncias individuales y colectivas nos ayuden a establecer nuestras prioridades básicas y ajustar nuestros deseos consumistas.

El historiador británico Arnold Toynbee apuntó hace ya 50 años que las civilizaciones se colapsan cuando son incapaces de dar respuestas rápidas a los desafíos colectivos y a las demandas individuales. Quizás las necesidades que se han generado estos últimos años en España han sido tan altas que era muy difícil hacerlas universales; muchos eran conscientes de ello en sus familias y en las administraciones y clamaban por detener el deterioro ambiental. Como en la fábula de Samaniego fuimos la cigarra comodona y nos olvidamos de guardar como las hormigas para los malos tiempos. Quizás por eso ahora se escuchan voces que hablan de repensar el concepto de “Estado de bienestar”. Para no perdernos en extremismos y arramblar con todo lo conseguido hasta ahora, tal como pretenden algunos poderes mercantiles y políticos, deberemos apelar a los sentimientos, último recurso para gestionar bien los egos, y separar lo básico de lo superfluo.

Alguien dijo que la vida es un conjunto de situaciones no controladas, algunas favorables y otras negativas. Por desgracia, hay gente que acumula demasiadas de estas últimas (Cruz Roja atendió a más de un millón de afectados por la crisis en 2011) mientras que a otras personas les influyen poco, ya que el placer de consumir se las disimula. Cómo podremos convencer a niños y a jóvenes (con niveles de desempleo del 50%), educados en un consumo complaciente, de la necesidad de ajustar gastos y acomodar estilos de vida a los ingresos familiares y al capital ecológico. Para lograrlo habríamos de cambiar en nuestro corazón el deseo de poseer más, la complacencia de uno, por el de sentirse mejor como resultado de una cooperación global para alcanzar un modo sostenible de vida a todos los niveles. Cuando Leonard Cohen recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el año pasado nos recordó que una persona no es un carnet de identidad y que un país no es solo la calificación de su deuda sino un colectivo con sentimientos que actúa para evitar deterioros sociales y asegurar su solvencia ecológica futura.

  • Apareció en Heraldo de Aragón el 13 de agosto de 2012. Por aquellos días, media España estaba en fiestas. Mientras, los ERE maltrataban una y otra vez a los trabajadores y los programas de integración d elos inmigrantes se volatilizaban. Muchos de ellos también se marchaban de la prometedora España.

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