Ríos enfermos; vidas dolientes

La agenda de los deseos universales nos ha colocado para el día 22 de marzo una cita con el agua. No es mala idea, pues el agua ejerce sobre los seres vivos una atracción sin igual en la naturaleza. También para nosotros; tanto que supone una especie de deidad, a la vez religiosa y profana. Su carácter vivencial nos transporta en el tiempo y en el espacio, nos regala el ser; no es extraño que la literatura haya recogido en diferentes épocas que la mera existencia se magnifica en torno a ella. Juana de Ibarbourou, la gran poetisa uruguaya, que la miraba con ávido anhelo y la nombraba su hermana, hubiera querido utilizarla para hacerse un vestido nupcial por su claridad.

Pero en la actualidad el agua ha sido despojada de muchos de sus atributos. Su apariencia cristalina no está exenta de amenazas, cada vez más grandes y con una elevada incógnita de reversibilidad. Hoy es un día para descubrirla, por lo que es y por aquello que significa. Pero para verla bien hay que ponerse unas lentes de mirada crítica. Con ellas averiguaremos si sus esencias siguen intactas, incluidas en el entramado global de vida que provoca. Enseguida, nos cuestionaremos si aquí mismo disponemos del agua necesaria, y de calidad suficiente. Pero si extendemos la contemplación aparecerán otras preguntas, acaso con un regusto amargo, al recordar a toda esa gente –unos 750 millones- que no dispone de agua potable o de calidad para asegurar su vida, que no tiene acceso a instalaciones de saneamiento  –la ONU habla de 2400 millones-, que enferma por beberla en malas condiciones. Algo se ha avanzado en los últimos años para resolver estas penurias, pero el reto todavía es grande: la existencia universal, con dignidad, exige algo más.

Los ríos son la expresión completa del agua porque mezclan belleza, dinamismo, sonidos y riqueza, y exhiben biodiversidad. Rafael Alberti cantó a sus aguas, los animó a gritar por ellas, a llorar cuando haga falta. Nuestros ríos son ahora mismo una metáfora más de la vida; gris, pues se tornaron dolientes. La mitad no cumplieron los requisitos de calidad de la UE en 2015; por eso, componen una estampa amarga del descuido de años, tanto que España está a la cola de la UE en la calidad del agua. Cuando transitan por las grandes ciudades son de los más contaminados. Algunos ecologistas propusieron que si los focos de los deterioros eran detectados sería fácil atajar el problema. Nadie les hizo caso. Pero ese desapego -recordemos el lindano asesino del Gállego- vino a engrosar un poco más la intransparencia del porvenir, visible en las frases que se cruzan los políticos cuando luchan por conseguir poder: si aparece el agua es para reclamar cantidades ingentes para unos u otros territorios, nada se dice de evitar las contaminaciones –industrial, agrícola y urbana- que amenazan la biodiversidad y de asegurar el disfrute equitativo de un bien común. Los votos los hacen a menudo rehenes del bien quedar y los alejan del correcto obrar.

Hay que conciliar, aunque sea difícil, intereses diversos: la agricultura de regadío -que genera en torno al 2% del PIB pero se lleva al menos el 68% del agua-, la industria hidroeléctrica, el abastecimiento domiciliario –un poco más respetuoso en consumo global pero cada vez más contaminante-, las reservas hídricas para momentos de escasez –a veces se dejan secar tramos de ríos-, la pesada carga de la industria, la ecología del sistema río, etc. Todo es necesario para no convertir el derecho humano al agua en escenario de conflicto, en vidas dolientes ligadas a la cantidad y la calidad del agua.

La UE argumenta que los ecosistemas acuáticos tienen numerosas funciones: filtrar, diluir y almacenar agua dulce, evitar las inundaciones, mantener el equilibrio microclimático, proporcionar estándares de calidad a los potenciales consumidores y salvaguardar la biodiversidad. Recomienda proteger estos beneficios con una perspectiva amplia, mediante la integración de políticas sobre adaptación al cambio climático y biodiversidad con actuaciones sectoriales, pensando siempre en una duradera alianza sistémica entre sociedad y territorio. La hoja de ruta está abierta: si lo hacemos bien, celebraremos el próximo 22 de marzo que las aguas españolas -y su gestión- tienen menos achaques, que los ríos están más sanos.

  • Se publicó en Heraldo de Aragón el martes 22 de marzo de 2016, «Día Mundial del Agua», de los padecimientos que sufren los ecosistemas fluviales y las gentes que en otros tiempos pudieron vivir de ellos.