La educación es una estación de tránsito en el recorrido global de las sociedades, preocupadas por encontrar un poco de certeza en un futuro cada vez más (im)previsible. Para darle forma a esa ilusión hace falta una escolarización obligatoria y una intención social fuerte. Pero no siempre es posible, incluso bien entrado el siglo XXI. Todavía es un sueño; amargo allá donde la escuela falla por retrasos estructurales, o porque se reserva solamente para los chicos o las clases más favorecidas.
Imaginemos que hablamos de Mali. Tres meses después del comienzo del curso escolar, casi 400.000 niños y niñas siguen sin escuela, denuncia Unicef. El presente se abrevia donde el futuro palidece. El ejemplo -desastroso en número de afectados, pues supone casi el doble del alumnado de educación obligatoria de Aragón-, es solo una muestra del desastre (¿irreversible?) que significan los más de 13 millones de niños sin escuela por las guerras en el año 2015, según el informe “Education under fire”, publicado por esta misma ONG.
Los números son algo más que cifras acumuladas, pues en su cualidad de magnitud apelan a las conciencias atentas, que son más de las que creemos y aún no han perdido toda su capacidad de asombro. Parece seguro que estas visiones que suministran la información y el conocimiento, un día sí y otro también, nos escuecen a todos en cierta manera, aunque algunos se desentiendan de los asuntos -porque quedan lejos o las cifras con tantos ceros detrás los desbordan- y otros no puedan mirar a los números porque sufren. Es probable que más de una persona prefiriese no saber, ya que las verdades acentúan la intransparencia del porvenir. Alguna se culpabilizará, acaso otra se planteará una ilusión o encontrará una esperanza. Con todo, nos dicen desde las instancias que se preocupan de la infancia mundial y del porvenir de las sociedades que más debilidades tienen en este campo que, a pesar de la crudeza de los números, lo peor son los futuros truncados que las cifras representan.
Acabaron aquí las vacaciones navideñas, pasarán allá las veraniegas. Toca retomar algunas utopías y rescatar las posibilidades de futuros alternativos. Porque aquella quimera que suponía conseguir la educación universal queda un poco menos lejos que hace una década y media. La Unesco contabilizaba en el año 2000 más de 200 millones de niños y adolescentes sin acceso a la educación. En 2015, al hacer el balance de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), avisa que todavía quedan más de 120 millones en parecidas condiciones, si bien subraya la mejora de la tasa de escolarización global en educación primaria, superior al 90 %. Pero -lo decía Unesco entonces y lo subraya ahora- hay que llegar al pleno educativo infantil y juvenil, el número uno de los enunciados básicos de los ODM. Lejos de él se encuentran determinados países con dificultades económicas y administrativas; a veces lo han impedido intereses canallas que por el mundo flotan. Pensemos en positivo, convenzámonos de que esta es una de esas cosas imposibles que dejan de serlo con el tiempo; pero cuidado, con la intención no basta. La historia global está llena de literatura social y personal de emociones no satisfechas.
Como habitantes del mundo rico, podemos presuponer que estas cuestiones apenas nos afectan, o que nuestras fuerzas son pocas para remediarlas. Quizás, pero caben otras lecturas. La ciudadanía global es una experiencia no programada todavía, por más que las incertidumbres lo sean, y se supone que una acción conjunta es la única posibilidad de aminorarlas. Cualquier niño/a y adolescente, de aquí o allá, de hoy o mañana, forma parte de unos eternos ahora y después que van y vienen, que con educación serán más gratos para todos. Aquí cerca, con la escolarización plena, la calidad ha de buscarse con ahínco, acompañada de un estilo que aminore desigualdades, que las hay. Además, se debe lanzar una mirada inteligente a lo lejos -que evocará rostros afligidos-, pedir a los gobiernos que recompongan la Ayuda Oficial al Desarrollo; o implicarse con ONG como Unicef u Oxfam que luchan por conseguir la educación universal. No agotar el porvenir allí es un ejercicio de sabiduría desde aquí. Son necesarias más -y mejores- escuelas, para todos. No olvidemos Sudán del Sur.