Un año perfecto

Toca soñar. Imaginemos que nos encontramos al final del año que ahora comenzamos. En enero, después del terremoto electoral, el calendario empezó su lento discurrir. Los recientes contendientes políticos estaban convencidos de que la ética no es un regalo que caiga del cielo; que si había brotado en la contienda habría que nutrirla, ya que si no corría el riesgo de desaparecer. En verdad, en la propaganda partidaria nadie se había declarado en contra de ella, pero había que lograr que con el paso de los meses siguiese presente, pues en épocas pasadas se escondió a menudo detrás de ropajes vistosos.

Alguien susurró a quienes mandaron a partir de entonces que caminar hacia la verdad no era ilusionar demasiado, que incluso podía ser útil para gestionar el complicado resultado de la contienda democrática. Les invitó a imaginar que encontraban un buen argumento existencial. Les dijo que serviría de entrada coger una buena razón, de las de entidad colectiva, y razonarla con los otros, contrarios y desde ese momento coaligados, para que no les pareciese increíble gobernar un país complejo, en riesgo. Ese alguien les avisó que de todos era conocido que costaría dimensionar algunas verdades que, aunque se suponen universales, son ciertas según desde donde se miran. En el primer acuerdo al que llegaron se decía, en letras gruesas, que los compromisos podían surgir, que todavía era posible transmitir esperanzas. Eso sí, verosímiles, porque las grandiosas provocan demasiadas desafecciones. Las mismas o quizá otras voces los animaron a echar un vistazo dentro de ellos mismos y hacia los demás; les recordaron que la dignidad puede ser acumulativa, tanto a escala de partido como de sociedad, en especial si el futuro deseado se apoya en la memoria y en la familiaridad con los destinatarios, en la sosegada aproximación, pues juntas proporcionan ánimos en la contienda diaria hacia el objetivo compartido.

Pasaron bastantes días. En todas las opciones de partido -en unas más que en otras- permanecía la duda de si era posible abrir las intenciones propias a nuevas dimensiones y escenarios. Se dieron un tiempo para pensar y explorar una idea nunca antes imaginada: los otros son una parte del futuro yo. ¡Puede que sí!, se escuchó en varias esquinas políticas, y por parte de los agentes sociales. Con el tiempo, concertaron que no iban a echar cuenta de las desgracias pasadas, que se iban a emplear mejor en rescatar a los damnificados, esos que solo eran visibles ligados a un número, por más que tuviesen nombres y apellidos.

Durante los meses siguientes, que transcurrieron rápido, lograron ir cambiando ese aroma del tiempo no vivido, imperfecto, donde algunas severas existencias dejaron atrás el sentido de vivirlas. Se intentaron convencer a sí mismos de que, como individuos o colectivo, siempre queda una resistencia íntima, un deseo de dotar de felicidad a las realidades de esos otros que transitan cerca. Se lanzaron a rescatar la buena convivencia y la acción proactiva, a sabiendas de que el aislamiento por omisión es el resultado del endurecimiento de los sentimientos. Escucharon palabras éticas que apelaban a los latidos de la vida que nunca se apagan, por más que dé la impresión de que van a sucumbir acosados por conspiraciones interesadas, como las que a lo largo del año tuvieron que solventar.

Se convencieron de que en una creciente sociedad multidimensional solo cabe mundializar la convivencia. De enero a diciembre los impulsó una idea clave: la desigualdad nos dispersa como sociedad, nos empobrece. Por eso, se comprometieron a promover el cambio en asuntos como los marginados por las inútiles guerras, por la barbarie mercantilista, el despiste social, la falta de oportunidades educativas o el desaguisado climático; para hacer posible ese lema que dice “unámonos en la diversidad cuanto antes”, máxime ahora que el mundo se revuelve cada día en su camino de imperfección.

Dudaba cómo terminar esta crónica, este resumen de un año anhelado. Cerré los ojos y respiré hondo. Imaginé un mundo diferente en forma de doce deseos, mientras me tomaba las uvas de la codiciada suerte. Al final encontré el titular del artículo: Cuarenta años de nueva intencionalidad democrática condensados en uno solo, perfecto, de autoría colectiva. Tocaba soñar.


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