Vivimos tiempos difíciles, que nos hacen dudar de lo que nos enseñan los valores universales, pues ni siquiera aseguran una supervivencia compartida. El dolor y la desgracia no discriminan razas, religiones, países ni continentes. Los momentos de aflicción durante este año han sido continuados, aunque se han centrado más en los damnificados en escenarios próximos, como en los desgraciados sucesos de París. Nos ha faltado -ocurre con demasiada frecuencia- un recuerdo permanente para los olvidados, para los más débiles, que soportan aumentadas las barbaries bélicas y otras catástrofes, especialmente muchas mujeres y niños de África, Nepal, Irak, Siria y un largo etcétera. La privilegiada sociedad occidental no ha aprovechado apenas los sucesos trágicos mundiales para encaminar sus miradas hacia el sufriente sur, que también se encuentra en el este, deambulando en reatas de refugiados. La sociedad, silenciosa, no ha clamado contra el hecho de que la actual ayuda oficial al desarrollo en España (0,14% del PIB) haya caído a niveles de hace 25 años. En aquellas fechas los ciudadanos se manifestaban para reclamar que se destinase un 0,7% a la lucha contra la pobreza en los países menos desarrollados. Hoy se contentan con sentir lástima. El concepto de acción positiva hacia los más desfavorecidos se esconde, en la mayoría de las ocasiones en las que sería vital.
Apena reconocer malandanzas pasadas, pero necesitamos voces que alerten de la compleja realidad, que vayan más allá de la conveniencia, porque en los tiempos oscuros de poco valen los salvavidas de los secretos, los estímulos de las frases que no incomoden mucho. Cuesta decir que somos una sociedad global cuando, según denuncia Oxfam, el 1% más rico de la población mundial tendrá más que el resto en 2016; a la vez que el “Institute for Economics and Peace” (IEP) asegura que las guerras costaron en 2014 un 13,4% del PIB mundial, que más o menos supone la suma de las economías de Alemania, Francia, Reino Unido, España, Brasil y Canadá. Al tiempo, Unesco denuncia que todavía hoy más de 120 millones de niños y adolescentes menores de 15 años carecen de acceso a la escuela. Mientras, la OIT afirma que vivimos en el país en donde más ha aumentado la desigualdad entre salarios, y Unicef destaca en su último informe que en España la población infantil en riesgo de pobreza ha pasado del 28,2 % al 36,3 % entre 2008 y 2012. Es más, el “Reto del Hambre Cero” que promueve la ONU, apoyada por muchas ONG, suena para muchos a utopía imposible.
Estos y otros detalles de un año complejo expanden, si se quiere ver así, un aroma de escepticismo en el complejo tiempo en que vivimos. ¿Nos queda grande el mundo? Afortunadamente, algunos luchan por que una creciente justicia global no sea una quimera sino una esperanza para encontrar el camino de la dignidad, tanto de los hambrientos como de los saciados, que aún la necesitan mucho en su conjunto.
La posible desconfianza en nuestras limitadas fuerzas para resolver tamaños desatinos puede abocarnos al escepticismo, pero también a la búsqueda de destinos éticos universales. Sin ellos poco somos, nada seremos. Este 2015 ha sido el año de recuentos globales, el final de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y del periodo climático en prórroga desde Kioto hasta París. Los unos, conseguidos muy parcialmente, mutaron en proyectos mejor dimensionados en forma de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con estrategias más sensatas y con indicadores de cumplimiento, tanto en cuestiones ambientales como en políticas de género o de eliminación del hambre global, y no se olvidaron de aventurar una cultura de la paz. En el otro, el deseo climático salió al menos enmarcado.
En España, se escucharon nuevas voluntades en las citas electorales. De ellas surgieron políticos que hablan de equidad, de la prioridad de atender a lo que la sociedad dice necesitar y de ponerse manos a la obra. La esperanza es visible, pero el tiempo corre sin control. Hay que hacer posible un diferente 2016, embarcarse en algo así como una confabulación –dotada de generosidad, flexibilidad y audacia- contra la amargura, para restañar las penurias de los pobres, desahuciados, niños malnutridos, jóvenes, mujeres, desempleados, inmigrantes, etc. Soñemos que es posible.
*Publicado en Heraldo de Aragón el 29 de diciembre de 2015.