Cuentan las crónicas que allá por 1968 un grupo de influyentes, invitados en la casa de campo de un empresario italiano, se dio cuenta de que los seres humanos y el mundo natural entrarían en colisión de seguir durante unas décadas la tendencia al crecimiento. Fundaron un observatorio, el Club de Roma, para conocer mejor si existían límites al desarrollo y, si así era, hacer llegar a la sociedad global que debía cuestionarse su organización, idea que nadie daba por buena en aquel momento. Encargaron varios estudios a personalidades ilustres en el mundo de la ciencia para conocer realmente el posible alcance de sus intuiciones.
El informe “Los límites al crecimiento” se publicó en 1972. En él se lanzaba una idea básica que ha sido objeto de debate desde entonces: “en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles”, y se aventuraba un colapso global para 2030, de no cambiar sustancialmente las prácticas. Además, un aserto llamaba la atención: el crecimiento exponencial no favorecía políticas aseguradoras de futuro, más bien acarreaba incrementos de situaciones de riesgo en parecido porcentaje. El concepto “sostenible” entró en nuestras vidas en forma de limitación. A este informe siguieron otros, hasta llegar al que en 2012, 40 años después, alertaba de pronta finitud de muchos recursos básicos –entre ellos los combustibles fósiles- y del riesgo de que la Tierra dejara de ser un planeta acogedor, no dijo rico, para sus pobladores.
Todo el mundo desea tener más: los países no quieren poner límites a su PIB, las empresas solo piensan en cuentas de resultados, los ciudadanos se miran en el espejo de quienes tienen más que ellos. Pero todo este entramado ¿a costa de qué? Revisemos unos cuantos titulares periodísticos de los últimos meses. La OCDE, en su “Índice para una vida mejor”, afirma que España supera la media en la relación vida y trabajo, en la vivienda y la salud global. Pero fracasa en calidad medioambiental (por ahí circula entre otros el cambio climático), educación, empleo y remuneración. Otra advertencia de la misma OCDE: la desigualdad entre ricos y pobres en sus países ha alcanzado su nivel más alto desde que existen datos. Esa diferencia, añade, es mala para el crecimiento. Por eso, propone “desarrollar una acción política para corregir ese problema, que es una respuesta tan económica como social”. Oxfam alerta de que unos 123 millones de europeos se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión, de que el aumento en los últimos años era imparable y de que España no iba nada bien en este asunto de concentración de riqueza y abuso de poder. Hacienda española constata que el número de millonarios se ha duplicado durante esta crisis.
Los ciudadanos normales sienten que el futuro ya no se conjuga como antes. Si uno se ocupaba en hacer las cosas bien, disponía de un trabajo y sostenía una serie de principios, podía anticiparse un porvenir. Casi siempre, la acumulación de recursos, por leve que fuera, se convertía en el salvoconducto para mejorar las perspectivas de futuro, propias y de la familia. No hacían falta demasiados dineros, tampoco se conseguían si se obraba con dignidad; el trabajo diario no daba para ello. Ahora uno se entera de que algunas de las élites, esas contra las que clamaba Oxfam y entre las que se encuentran políticos e ídolos deportivos del fútbol, o grandes empresas, son acusadas de evasiones de impuestos, maniobras oscuras para hacer un uso estrambótico del dinero de todos, trucaje de coches y un sin fin más de escandalosos ejemplos.
El ciudadano normal no atiende a los augurios del Club de Roma sobre la finitud de recursos. Tiene dudas de lo que le espera, a pesar de que en la ONU se ha firmado un pacto contra la pobreza y la desigualdad. “Menos mal que tiene a la OCDE”, dijo el incrédulo a propósito de la encuesta que esta organización puso en marcha en junio en su Web para que todos nosotros sepamos si somos ricos o no, con solo 10 clics. No mola nada salir pobre en la imagen. Por si no lo sabían, en un par de semanas comenzará la COP 21 en París, que, obligatoriamente, habrá de poner severos límites al crecimiento, por eso del calentamiento global. Queda la duda si los ricos lo entenderán. Por cierto, ¿qué es ser rico?