Lleva tiempo expresar unos pensamientos para que otros los tomen y los interpreten a su manera. Quien algo escribe muestra siempre una intención transformadora, quiere provocar al menos un paréntesis reflexivo en los posibles lectores. Es más cómodo hacerlo desde una posición complaciente, en estos tiempos del prestigio del discurso positivo, el emprendimiento y el aprendizaje programado del liderazgo. Está de moda ser un “coach”. Quedaría mejor que dejar fluir un discurso un tanto vitriólico -aunque amable, eso sí- que a menudo uno exhibe en sus escritos. Este modo de redactar, menos indulgente, también puede generar respuestas positivas. Esa es la intención que nos mueve.
Vivimos tiempos en donde el valor social se desideologiza. Por eso suena bien lo que parece propio en el momento, que la gente actúe según lo tradicionalmente establecido, sin discrepancias, y que el tiempo discurra sin demasiadas irregularidades. Lo podrán advertir en la vida diaria, en las expresiones arrancadas a los ciudadanos por los medios de comunicación, en muchos programas televisivos, en el cumplimiento mayoritario de las convenciones vigentes en las fiestas. En estos espacios de convivencia, cualquier observador que se aleje un poco notará que, como especie, somos un poco contradictorios. Pensemos en los prolegómenos de un gran acontecimiento festivo (deportivo o musical), en el desarrollo del mismo, en los rastros materiales esparcidos por el suelo, en los gritos bien coordinados. Somos individuos que bandean entre la grandeza de algunos actos y la incierta simpleza de otros, a quienes no les importa transitar dentro de una cierta jungla de la desmesura.
Pero volvamos a la vida diaria. Se dice que las discrepancias bien gestionadas son las que nos identifican como seres humanos, nos permiten ejercer parcelas de libertad; que gracias a ellas han ido creciendo los grupos sociales. Si observamos a nuestro alrededor, comprobaremos que la conciencia crítica y reflexiva no pasa por su mejor momento. Hay gente que actúa de manera mecánica, sin exhibir su personalidad diferenciada, abusando del exabrupto cuando protesta. Lo corriente, lo tradicional y lo repetitivo suelen esconder el fondo de las cosas y de las personas tras un escudo intransparente; así lo escribió el filósofo. En ese sentido, aunque no queramos que nuestra duda se personalice, debemos apuntar -gestiónenlo a su manera los lectores- que hay veces en las que no sabemos si la inteligencia humana, que todos detentamos, fluye como es debido, por cómo actúa una parte de la gente. Casi todos miramos alguna vez con desdén el comportamiento puntual de los otros –sean particulares o no, partidos políticos antiguos o nuevos- y dudamos de la autenticidad de esas personas, de si su manera de obrar se sostiene en algún tipo de pensamiento. Pero claro, la actuación pensada provoca incomodidades y en ocasiones nos coloca fuera de lugar o nos enfrenta al resto. Pero eso es la vida. Al final, demasiadas veces claudicamos de la inteligencia activa. Nos dejamos llevar por lo fácil o cómodo, o vamos allá donde algunos nos conducen.
Quien esto escribe, que recela del sistema, piensa si yerra porque se enfrenta a él cuando se expresa. Lo no positivo aburre, en parte porque la sociedad se ha hecho inmune -sus razones tendrá- a la crítica compartida; es posible que porque la hayamos formulado mal. Nuestro paisano Baltasar Gracián, un gran criticón, se preguntó de qué servía que el entendimiento se adelantase si el corazón se quedaba rezagado. Lo que queremos es que ambos interactúen para fortalecer la observación sobre la realidad, para incentivar un pensamiento despierto que nos ayude a mantener abierta la duda acerca de las prácticas colectivas, escenificadas especialmente en la manera de comportarnos y, si se quiere, de consumir lo material y lo inmaterial.
Un texto siempre envía estímulos; unos serán validos para pensar y actuar, otros no. Alguno servirá, tras una mirada inteligente, para adelantarse a los futuros acontecimientos particulares y sociales, para reparar acciones fallidas. La ambigua insatisfacción tras la lectura será esperanza si mueve a cambiar la realidad, porque esta no está decidida del todo. Es difícil escribir para los demás, quizás se trata de criticar quimeras propias.
*Publicado en Heraldo de Aragón el 19 de noviembre de 2015.