Muchas personas identifican la escuela como el único ámbito de aprendizaje. Por eso, se la culpabiliza si la sociedad no marcha; si no hay trabajo, es por que esa no forma adecuadamente. Además, si una parte de la colectividad resquebraja su convivencia o la cultura establecida, será porque en las aulas no se preparó bien a los individuos. Aún más, cuando fallan ciertas pautas de comportamiento en la sociedad -desde la educación vial a la consideración de la mujer o las estrategias de salud- se encomienda el remiendo a la escuela. Algo podrá conseguir esta, pero no todo. Sin duda, bastante gente confunde institución escolar con educación.
Quienes así piensan están en un error, por diversos motivos. Uno de ellos es que el aprendizaje siempre es social, pues se practica en ese escenario. Una persona construye un comportamiento, una destreza, o sabe resolver un problema que se le presenta en relación con lo que le rodea, con los demás. Pocos casos se conocen de autoaprendizaje sin ningún recurso externo: el mismo entorno, la sociedad de acogida o los documentos. Además, los que solo ven la escuela desde la óptica de la eficacia mercantilista, tipo la OCDE, olvidan que aparte de la educación formal -restringida en lo que se refiere a intereses y a espacios- existe una educación no formal. Esta se desarrolla en ámbitos no escolares, tan potentes en este momento. Las llamadas diarias que diferentes entidades o grupos lanzan a los ciudadanos tienen un fin educativo claro: fomentar un estímulo hacia una conducta. Por otra parte, la educación informal fluye en la sociedad en forma de mensajes en los medios de comunicación. También está visible en los comportamientos, en decisiones de las administraciones públicas o de intereses privados. Estas otras “escuelas” educan a su manera a todos cada día más, querámoslo o no.
Hoy día, la educación y la comunicación social están cada vez más relacionadas. Los muros de la escuela se han debilitado por la presión de otros espacios de socialización, algunos con intereses espurios. En sí no es ninguna catástrofe, si el educando sabe modular los mensajes. Los modelos comunicativos, el acceso a las redes de Internet, la cultura popular de cada grupo social, el márquetin consumista y otros muchos agentes más conforman escenarios de educación de extremada potencia, superior al ámbito escolar. En consecuencia, es conveniente que educación formal e informal estén muy atentas para ayudar a configurar jóvenes ciudadanos críticos. Porque si no corremos el peligro de que la inconcreta muchedumbre –esa que permanece despistada, junto a otra que vive alojada en programas televisivos basura y sitios de la red moralmente desapacibles- se apropie del espacio reservado a la educación veraz, coherente en sus objetivos colectivos.
Lejos quedaron los tiempos en que la generación más antigua transmitía a la más joven su forma de pensar, sus costumbres y sus reglas, y era casi el único agente educativo. Ahora tiene un poder de convicción mucho menor. La escuela, como institución clásica, también ha perdido protagonismo y trascendencia. La llegada de Internet ha comportado un aluvión de información difícil de digerir. Ya no es solo Wikipedia, que en diez años se ha convertido en el lugar global de la memoria universal, sino la blogosfera y el conjunto de la red. No es solamente una tecnología que conecta a personas con artefactos, sino una manera de entender la formación, desjerarquizada -que, por cierto, no está exenta de razonadas críticas-. El saber al alcance de la tecla, lo mismo para conocer algo que para añadir, reescribir pasajes o enviar datos. Pero todos estos dispositivos, si bien facilitan la posibilidad de estar informados, no garantizan la capacidad de estar formados. Hoy más que nunca son imprescindibles unas buenas plataformas online educativas, con fines y objetivos concretos elaborados por entendidos. Existen ya en forma de bancos de conocimientos, pizarras digitales o en los “masive open online courses” (MOOC). Pero también se ofrecen estancias oscuras en la Red. La escuela global es cada vez más abierta. Por eso, quienes se deslizan en ella, para aprender o no, necesitan el acompañamiento responsable de la tribu entera, aquella estancia viva y transformadora de la que hablaba José Antonio Marina.
*Publicado en Heraldo de Aragón el 20 de octubre de 2015; la escuela global se abría cada vez más a la experimentación no programada.