Se dice que las personas no son otra cosa que lo que la educación hace de ellas. Por eso, mucha gente ha tratado, desde siempre, de hacer realidad este axioma en el marco de un sistema educativo. Este secular escenario se muestra convulso hoy, no encuentra lo que debe hacer por las personas individualizadas. En esa tesitura guarda una constante indeterminación y pierde visibilidad social. Alguien calificó nuestro sistema -quién sabe si acertadamente- como un voraz agujero negro, plagado de loables intenciones, que a menudo nos muestra oscuridades y esconde sus destellos luminosos.
La educación en España precisa de una amplia revisión que no llega; se dilata a golpe de etiquetas lingüísticas: universal, equitativa, personalizada, compensatoria, liberadora, etc. Estas, a puro de ser repetidas, quedan desprovistas del significado que se les asignó en su momento, y sumergen una buena parte de la educación reglada -en todos los niveles- en algo ambiguo en su finalidad, más allá de la asignación de unos puestos escolares o la distribución, acertada o no, de una serie de recursos. La esencia educativa es el arte de aprender, y enseñar, a lo largo de una etapa vital. Para llegar al final del proceso se precisa la consideración de todos los factores que en él intervienen. Cada persona gestionará esos impulsos que constituirían la compleja y certera base educativa: diálogo permanente, pacto para el futuro, pensamiento, ciudadanía, ilusión, esfuerzo, escuelas como espacio público, etc., lo cual, a su vez, dará visibilidad a la función socializadora de la educación.
Permítanme que utilice el ejemplo del conflicto generado en Cuarte, con el concierto para el colegio recién construido, para ilustrar cómo uno de los mayores enigmas que desdibujan la educación es que despreciamos la causalidad de los hechos. Revisar cómo y por qué empezó todo ayudaría a resolverlo: el proyecto educativo nació torcido ya que sus argumentos no eran claros, dejaban asomar intereses partidistas que poco a poco vamos conociendo. A partir de entonces, las prisas y las provisionalidades han hecho el resto. En este episodio ha vuelto a ponerse en evidencia la controversia de si una apuesta particular debe someterse al interés general, con defensores y detractores en ambos casos. Con independencia de cómo se valoren los hechos al final, la situación planteada confirma la escisión educativa de la sociedad aragonesa. Y eso no es bueno, salvaguardando siempre el escenario de libertad que nos debe acoger.
Hoy, aquí no hay debate, apenas algunos momentos de algarabía. Un artificioso contraste de pareceres ilustra la privativa defensa de intereses. La objetividad pierde fuerza y se ve sepultada por la suposición. Los argumentos no se emplean para reconducir posiciones, las discusiones se hacen exageradamente barrocas. La trascendencia de lo particular oscurece desde hace unos años el necesario debate sobre la educación aragonesa, fatiga a quienes huyen de la contienda ideológica y que estarían deseando participar en la búsqueda de consensos. Las polémicas son bienvenidas si sirven para encontrar respuesta sobre cuestiones que mejoran el desarrollo del axioma universal que encabezaba este artículo: principio y fin de la educación, su valor ético, variaciones en la organización escolar, la formación del profesorado, las desigualdades educativas, la asignación de los recursos, etc. Todavía pensamos que es posible encontrar un escenario en donde la cordura nos ayude a hacer visible -y dar valor universal- a los fundamentos de la educación, a su papel en la búsqueda de la equidad social.
Esa ambigüedad escondida puede convertirse en una muestra de invisibilidad social. Los hechos no son muchas veces lo que parecen, ni siquiera en educación, lo cual nos deja mal ataviados como sociedad, porque nos dibuja un permanente horizonte conspirativo, que solo beneficia a quienes más influencias pueden ejercer. Hemos de desentrañar las causas de las disensiones y exponerlas a la vista de todos. “Las palabras que podemos decir son, en el fondo, las palabras que podemos decirnos”, le escuchamos a Emilio Lledó. Qué bien nos hubieran ido en este conflicto en el que ha destacado sobre todo el combate mediático partidista; qué necesarias serán en otros muchos que nos van a surgir en educación.
* Publicado en Heraldo de Aragón el 8 de septiembre de 2015, cuando la polémica sobre la función primera, y última, de la educación obligatoria seguía presente.