Alegato apícola

Con la llegada de la primavera los insectos visitan miles de veces las corolas de las flores. Todos son importantes porque año tras año, en su búsqueda de jugos vivificadores, renuevan la existencia colectiva, pero las abejas son las más reconocidas en la escala entomófila. Desde que en las mitologías clásicas materializaron el alma, los humanos han envidiado siempre su laboriosidad; Don Quijote las ensalzaba por ofrecer sin interés alguno la fértil cosecha de su trabajo. En los textos sagrados de varias religiones la miel, su producto más valorado, se asemeja al conocimiento que empuja a la felicidad humana. Sin duda, el mundo hubiera sido diferente sin la cera y la miel de las abejas como ya supieron apreciar los pobladores neolíticos o el rey Alfonso X, que dictó en el siglo XIII unas ordenanzas para los colmeneros. Más recientemente, la sabiduría de las abejas provocó la admiración de los científicos. Tanto que la interpretación de sus códigos de comunicación para explorar el territorio le valió al naturalista austriaco Karl von Frisch el Nobel de Fisiología en 1973. Hoy se valoran mucho las propiedades curativas de los productos apícolas.

No es extraña esa adoración secular pues estos insectos provocan la fecundación de muchas especies vegetales, que prestan su alma floral para que con ella se haga miel. Cada primavera árboles frutales, leguminosas forrajeras, plantas silvestres y todos los cultivos hortícolas esperan ansiosos la incesante actividad polinizadora de las diosas aladas. Su poder fecundante llega hasta la economía: la UE les asigna un rédito anual de 15.000 millones de euros por su influencia en las producciones agrarias. Desde el Pnuma, que en 2011 elaboró un completo estudio sobre el impacto ecológico y económico de las abejas, se recuerda que limitan el hambre en el mundo pues de las cien especies de cultivos que proporcionan el 90% de la alimentación mundial, un 70% son polinizadas por las abejas.

En silencio, cada año millones de ellas mueren en todo el planeta a pesar de su enorme valor y de los honores que las culturas les han profesado. En España, primer productor de miel de la UE, han disminuido últimamente más de un tercio. Semejante holocausto se atribuye a un ácaro parásito asiático, otros hablan de un hongo y un virus intestinales. Algunos piensan que la contaminación ambiental y especialmente los pesticidas son los responsables del desastre. La desaparición de estos insectos limitaría la biodiversidad y tendría consecuencias múltiples. Las cadenas tróficas en las que están implicadas las abejas son tantas que sin ellas se produciría una hecatombe ecológica que se llevaría por delante hierba, animales y hombres, como según se cuenta predijo Einstein.

Sin embargo, solamente unos pocos levantan la voz por ellas. Los apicultores llevan años clamando por las abejas melíferas, por políticas conservacionistas e incentivos revitalizadores para que las amenazas a su supervivencia no se cumplan y la vida en el campo no se detenga. Hace un par de años, se abogaba por que nuestros apicultores y las colmenas que cuidaban se convirtiesen en una reserva de empleo verde y en un ejemplo de modelo económico sostenible, para que la España rural tenga un mañana después de haber perdido tantos ayeres tras la despoblación. La plataforma ciudadana Avaaz desplegó una campaña recientemente para instar a una poderosa firma farmacéutica alemana a que dejase de fabricar unos tóxicos aniquiladores empleados para fumigar frutales y otras especies, que desde los años noventa diezman la población mundial de abejas, según confirman recientes estudios publicados en revistas tan prestigiosas como “Science”.

Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que Pablo Neruda imaginaba que las abejas trabajadoras y puras levantaban con su cera estatuas verdes, su miel –el don celeste del rocío, que decía el poeta Virgilio- derramaba lenguas infinitas, el mundo era una túnica de flores en donde crecían de forma incesante los panales. Cuando tantos claroscuros y falsos esplendores nos amenazan, solamente nos queda regresar a las fuentes de vida que guían la existencia diaria de las abejas: trabajo, alianza y sabiduría, y desechar las perspectivas oblicuas.

  • Publicado en Heraldo de Aragón (14-5-2012) cuando las cada vez más escasas abejas españolas sufrían varias plagas que amenazaban su existencia. Un año más tarde, la presión popular lograba que la UE prohibiera varios pesticidas que las estaban eliminando en Europa. Tres años más tarde, Greenpeace seguía luchando por ellas.

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