Suena el timbre y todo cambia en un día escolar. Empiezan a salir en tropel los alumnos al recreo. Porque ese momento reúne muchos matices, todos contrapuestos a trabajo y, por tanto, placenteros por definición. Se trata de entrar en un espacio físico en donde solo cabe el disfrute. Además, el recreo es un tiempo que supone liberar las tensiones acumuladas en las clases anteriores, bien sea mediante el desarrollo de actividades físicas que eliminen la energía sobrante o con prácticas de convivencia. Durante este tiempo se pueden compartir ilusiones con los compañeros, resolver problemas pendientes, aprender a concertar normas en los juegos libres y a respetarlas. En cierta manera son momentos básicos para entrenar algo la autodisciplina, al tener que ejercitarse como seres sociales dentro de un grupo. En tiempos se postuló un recreo organizado con actividades dirigidas, hoy casi nadie lo defiende como nos sea para los alumnos más pequeños. Aún así, se pueden reservar espacios para actividades concretas o asignar pequeñas tareas de observación o mediación que se asignan a alumnos voluntarios.
También los profesores esperan el recreo para hacer un alto. Aprovechan para tomar un café, para acudir a la sala de profesores. Su tiempo de descanso sirve para hablar de cuestiones educativas pendientes, también departir un poco sobre cosas personales. En los centros grandes los profesores se reparten los recreos. Se dedican básicamente a vigilar, a reprender simples discusiones o algunos episodios de violencia. Podrían aprovecharlos para observar los comportamientos de los alumnos y sus interacciones en ambientes libres. En esos contextos se entienden mejor las relaciones de clase, se detectan situaciones de acoso o aislamientos personales, y se puede mejorar el clima del aula. Por eso, pocas veces es conveniente castigar sin recreo a los alumnos, hurtarles el tiempo de expansión y libertad, porque sin duda estos momentos mejoran su salud y los aprendizajes.
- Publicado en Heraldo escolar, pág 6 (11-11-2013)