La mayoría viven motivados en su acción docente por vocación y oficio, quieren hacer las cosas bien y que los demás sientan su impulso. Tienden la mano afectuosa para conducir a sus alumnos, como contaba agradecido Albert Camus a su maestro, a quien le otorgaba parte del mérito de su premio Nóbel. En realidad nunca dejan de formarse, individual o colectivamente, porque analizan de forma crítica sus saberes -ya sean conocimientos o destrezas- o sus quehaceres -nuevas disposiciones y demandas ante los cambios normativos-. Se enfadan, se quejan, pero al final siempre acaban haciendo lo que la ética profesional o la necesidad les marca. Sienten como nadie el paso del tiempo pues la edad los aleja progresivamente de sus alumnos, tanto en el colegio como en el instituto. Intentan aproximarse a ellos, porque saben hacerlo como nadie, pero los estilos de comportamiento de las nuevas generaciones los descolocan. Por eso, cuando acaba cada curso, sus alumnos dejan de serlo, mezclan satisfacciones y pesares.
Se sienten importantes porque moldean el futuro de la sociedad, por eso se ven sometidos a un pálpito emocional mayor que en otras profesiones. Son al tiempo un poco madres y padres, artesanos, educadores, reproductores de saberes, cuidadores, castigadores y muchas más cosas. Queridos por sus alumnos, aplaudidos por la sociedad menos veces de las necesarias, sufren envidias e incomprensiones. Será por estos motivos que algunos se están quejando siempre. Por eso reproducen el trabajo sin plantearse si los nuevos tiempos exigen metodologías diferentes. Se sienten observados por la sociedad, que cada vez les de manda más cosas. Necesitan y recelan de algunos padres, a los que reprochan su falta de colaboración y su excesiva vigilancia. Su profesión es rica y compleja, por eso no es extraño que cuando se reúnen fuera de la escuela hablen tanto de su trabajo, no pueden olvidar su oficio de ser maestros, profesores. Quizás esa sea una de sus mayores grandezas.
- Publicado en Heraldo escolar, pág. 6, el 13 de noviembre de 2013, cuando los maestros se encontramos sumidos en la indiferencia social y eran calificados con un suspendo clamoroso por parte de las autoridades educativas, a pesar de sus esfuerzos por sacar la escuela adelante.